Volvamos al deporte y
situémonos en un contexto imaginario en que su práctica fuera obligatoria desde
los 6 hasta los 16 años, con el saludable objetivo de que toda la población haya
hecho deporte, entendido como un derecho inalienable. ¿A qué nivel lo situamos
y qué deportes se imparten? ¿Debería permitirse que, después de un periodo
propedéutico cada cual eligiera el que más le convenga, según sus preferencias
y aptitudes para ello? ¿O deberían establecerse unos mínimos que acrediten un
cierto aprovechamiento? ¿Y si en lugar de unos mínimos se establecieran unos
máximos que no se deben superar, en aras al loable proyecto de asegurar la
igualdad y evitar cualquier tipo de discriminación?
¿Dónde deberían establecerse
los niveles de exigencia en la práctica deportiva universalizada y obligatoria
para que, a la vez que estén a razonable alcance de la «diversidad» de
constituciones físicas humanas, aseguren unos niveles de calidad que permitan
seguir extrayendo futuros deportistas de élite y una pirámide demográfica
mínimamente estética según los distintos niveles a que cada cual, después de la
«deportización» obligatoria, decida qué quiere hacer con el deporte y esté en
condiciones de optar a ello?
No puedo saber, desde luego
que no, dónde estarían estos niveles «medios» teóricos, pero sí sé que, en la
práctica, y si se quiere seguir asegurando la «excelencia» deportiva, no podría
haber de ninguna manera uniformización, sino distintos recorridos, distintos
itinerarios, según agrupación de las aptitudes físicas de cada cual y con sus respectivas
acreditaciones diferenciadas. Y que el que consiga una determinada marca accede
a la siguiente etapa y el que no la consiga, no.
En el mundo educativo, en
cambio, se optó por la uniformización con un agravante que todavía empeoró más
la situación. Traspasado al mundo del deporte, lo que se hizo en Educación
sería como si, hasta los 16 años y para evitar cualquier discriminación, se proclama que todos
somos deportistas y, a continuación, para asegurar esta igualdad deportiva, se obligara
a los corredores más rápidos a competir con una mano y un pie atados, para que así
nadie pueda sentirse discriminado.
Eso, que cualquier puede
entender que en el mundo del deporte sería aberrante, es lo que se ha hecho en
Educación con el aplauso de una amplia mayoría.
¡Ah! una última cosa, en
deporte manda el entrenador; no los deportistas, ni los padres de los
deportistas. Y los entrenadores son ex deportistas de la especialidad, no teóricos
de la «deportividad» que no han bajado nunca a una cancha o no se han tirado
jamás a una piscina.
Estupenda entrega, Xavier. Lástima que hayas dejado lo mejor, la idea más sabrosa y jugosa, para el último párrafo. Ha valido la pena esperar, no obstante. La comparativa deporte-educación no puede ser más apropiada. Felicidades.
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