Ahora
bien, si hemos asumido a su vez que el estado del bienestar era el resultado de
una suavización intencionada del sistema capitalista para garantizar su
supervivencia durante la guerra fría, deberemos convenir en que durante este
periodo no hubiera podido producirse una crisis autoinducida como la actual, ya
que su utilización como subterfugio para destruir el estado del bienestar
hubiera representado el suicidio del sistema si, según se entendía y se temía,
de no haberse producido el estado del bienestar la bolchevización de las clases
populares hubiera ido en aumento, con la amenaza implícita que ello
representaba para el sistema.
Sólo
cuando el bloque soviético deja de existir, el estado del bienestar del que se
había alardeado como constitutivo del sistema -como un modelo de gestión
«honrada» del capitalismo- pasa a ser un coste gravoso, insostenible y propio
de una sociedad poco dinámica y esclerótica. Ello al mismo tiempo, claro, que
los sindicatos otrora garantes de la paz social en tanto que canalizadores y
válvula de escape de escape de la conflictividad, pasan a ser considerados los
agentes del inmovilismo y contrarios al progreso, aferrados a supuestos
derechos corporativos contrarios a las leyes del mercado. Unos sindicatos que,
por el otro lado, se habían ido autodespojando de caracterizaciones ideológicas
para convertirse en meros gestores de derechos laborales y salariales. Una desideologización
que había sido en su momento, cómo no, objeto de elogio por parte de los mismos
agentes que los liquidarán junto a los derechos que defendían tan pronto como
dejen de ser necesarios. Es decir, desde el día siguiente a la caída del muro
de Berlín.
Vamos
a suponer ahora que la crisis es real. Ello no en el sentido de que la estemos
negando en el primer supuesto, sino asumiendo que va más allá de un simple subterfugio
para promover una reestructuración del sistema y que la insostenibilidad del
estado del bienestar no es autoinducida, sino absolutamente certera. Y
supongamos esto en plena guerra fría, claro.
Lo primero que parece
bastante obvio es que si estamos hablando de una crisis real con las
dimensiones de la actual, nos estaríamos acercando a un escenario parecido al
de las crisis cíclicas que anunciaba Marx, la última de las cuales significaría
el fin del capitalismo. En este contexto, una crisis que obligara a liquidar el
estado del bienestar por estrictas razones económicas y, por tanto, digámoslo
así, contra la voluntad de los agentes del sistema, en un escenario de guerra
fría como el que existió hasta 1989, es decir, de competencia abierta entre dos
sistemas, hubiera podido significar el colapso del capitalismo y su fracaso
definitivo o, lo que es lo mismo, la victoria del modelo socialista. No tanto o
no necesariamente por la indefectibilidad de las profecías anunciantes de su
fin, sino por la situación de competencia con otro sistema en el contexto de la
cual habría perdido la partida.
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