Hace ya un tiempo, en
refuerzo de las tesis de Niño Becerra que yo estaba defendiendo en una discusión
con un amigo economista y empresario, argumenté que, como mínimo, sus
previsiones se estaban cumpliendo con una precisión demoledora, y que con ello,
este señor estaba rompiendo con la tradición según la cual la economía era la
ciencia que nos explica por qué no se cumplieron las previsiones que habíamos
hecho un año antes. Me replicó que un reloj parado da bien la hora dos veces al
día.
Hoy leo en el recomendable
blog de Jorge, que Niño le había ocasionado más de un dolor de cabeza tiempo
atrás. Deduzco que las cefaleas se deberían a una doble razón. Por un lado, a
la incerteza sobre si sus «predicciones» iban o no a «cumplirse»; por el otro,
al horror ante la perspectiva del eventual «cumplimiento» de tan catastróficas predicciones.
Santiago Niño Becerra empezó
a denunciar los excesos de la burbuja y del pelotazo que la iba a hacer estallar
mucho antes de que nadie intuyera, ni por asomo, la que nos esperaba. O si alguien lo intuía, se lo callaba. Cuando el
PSOE de Zapatero negaba obstinadamente la crisis y el PP de Rajoy&Aguirre&Camps la utilizaba
como arma arrojadiza electoral, presentando a las por entonces «modélicas» autonomías
madrileña y valenciana -hoy ángeles caídos- contra los estúpidos despilfarros,
por cierto indiscutibles, de la Andalucía socialista o la Cataluña tripartita.
Y ahora no crecemos, todo lo
contrario, y seguiremos bastante tiempo así. Porque quizás en
España haya un problema añadido, que no tienen Alemania o Francia, pero tampoco Italia: ¿De dónde puede venir la recuperación? ¿Dónde
está el tejido productivo español? ¿A qué asideros se puede agarrar el que no
tiene brazos?
En nuestro caso la
dependencia del exterior, la satelización, es abrumadora. Cuando los "europeos" se recuperen, aquí tal vez nos llegaran las migajas. No sé qué pensara Niño
Becerra de esto, pero mucho me temo que España se empezó a amputar los brazos
con la reconversión de los ochenta, liquidando los sectores que no interesaban
a Europa y recibiendo a cambio una sopaboba con fecha de caducidad que nos
dejaba en aquello tan manido de "putas
y camareros" o, como ha dicho más recientemente Pérez Reverte, "Sol y chusma".
Porque la llamada «reconversión
industrial» de los ochenta, la de Felipe González y sus bribones Boyer&Solchaga, no fue una
reconversión, sino una liquidación por cierre. A lo mejor no era gran cosa lo que había,
pero siempre pensaré que era mejor que nada. Y nos quedamos en nada.
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