Esta
es la primera crisis en la cual se produce un retroceso significativo, tanto
cualitativo como cuantitativo, de los derechos ciudadanos y de los
trabajadores, que se están concretando en la liquidación pura y dura de lo que
se vino a llamar el estado del bienestar. Un sistema social garantista y
avanzado que fue el resultado del pacto tácito entre las democracias cristianas
y las socialdemocracias, para evitar la bolchevización de las clases populares
en Europa occidental después de la segunda guerra mundial. Un estado del
bienestar que produjo unas cotas de distribución de la riqueza y de
universalización y gratuidad de servicios sociales nunca vistos antes y que,
casi con toda seguridad, nunca volveremos a ver. El estado del bienestar
quedará allí, en los anaqueles de la historia, como ha quedado la Atenas de
Pericles: como uno de los momentos cumbre de la historia de la humanidad, como
un periodo fugaz de esplendor que pasó y nos dejó un recuerdo por el que nos
sentiremos fascinados y cuyo influjo seguirá actuando como un referente sin
punto de retorno.
Porque
el estado del bienestar no era la manifestación natural del sistema capitalista,
ni siquiera una tendencia accidental desviada de la ortodoxia del libre
mercado. No, fue un disfraz, una
adaptación provisional que el propio sistema se autoimpuso para asegurar
su supervivencia en la confrontación con el otro gran modelo en unos momentos
que dicha supervivencia no estaba asegurada.
Y
como en las leyendas de las lágrimas de cocodrilo que simulan el lloriqueo de
un niño pidiendo auxilio, o del canto de las sirenas que engañan a las
desprevenidas víctimas, los pueblos europeos creyeron que aquel bienestar
coyuntural iba a ser estructural. Que pertenecía a la naturaleza del sistema.
Que el capitalismo podía tener un rostro humano si se gestionaba de forma que
el estado ejerciera unos mecanismos de control en la redistribución de la
riqueza y en la prestación de servicios.
Y
los mercados no decían nada, se estaban quietecitos incluso cuando en plena
crisis energética se aumentaron las prestaciones sociales o cuando en la propia
España, a caballo entre la crisis internacional y sus propios déficits estructurales,
universalizó la seguridad social. Un gasto que nadie discutió y un aumento del
endeudamiento que no pareció preocuparle a nadie. Porque lo importante era salvar
al sistema a cualquier precio. Ya llegaría el momento de resarcirse.
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