diumenge, 20 de gener del 2013

EL "MAS FACTOR" (II)



Uno podía pensar al principio que determinadas escenificaciones, como la del otro día en el AVE con Rajoy, eran eso, escenificaciones que respondían a un cálculo previo que había que entender en clave de razón política. Pero es que entonces no se entiende nada porque no se puede ser tan malo. Una cosa es un jugador con mala suerte; otra muy distinta un mal jugador. Y las más de las veces la sensación que le invade a uno es la de estarselas habiendo con algo parecido a aquel niño repelente de “Astérix en Hispania”, que cada vez que cogía una pataleta, contenía la respiración hasta que se salía con la suya. Pero el niño malcriado sabía muy bien que su madre no iba a permitir que muriese de autoasfixia. Claro que él tampoco iba a permitírselo, de ahí la teatralización. En política, en cambio, la exteriorización del despecho puede ser un claro síntoma de inmadurez. Y la verdad, creo que la cosa va por ahí. 

Hay dos momentos de la vida política de Mas que me parecen altamente significativos y que en mi modesto entender pueden coadyuvar en la comprensión de alguna de las claves que mueven a tan truculento personaje. En ambos nos encontramos con una ostentosa exhibición de intolerancia a la frustración, más propia de un niño malcriado que de un político con resposabilidades institucionales como las que tiene contraídas.

El primer momento es cuando vio frustradas sus expectativas de convertirse en presidente de la Generalitat en el 2003 frente a Pasqual Maragall. Entró en un estado de crispación permanente del que no salió hasta que consiguió cortocircuitar al tripartito yendo a negociar él directamente con Zapatero el último escollo del nuevo estatuto catalán: la financiación, ni más ni menos. Por cierto ¿Mérito o demérito? Si consideramos que él mismo dijo al poco tiempo que era obsoleto y que no servía ¿Para qué lo negoció entonces? ¿Y por qué lo vendió como el gran éxito de su gestión como jefe de la oposición?

El segundo momento se ha producido más recientemente, a raíz de su desencuentro con Rajoy en el momento físico de su entrevista, y el posterior batacazo que se da al perder 12 diputados en unas elecciones anticipadas convocadas con la finalidad de obtener una mayoría excepcional. En ambos casos, la reacción no parece obedecer a móviles políticos, ni a un cálculo ni a nada de esto, sino más bien al cabreo por la frustración de las expectativas. Como el niño repelente de Astérix. Sólo que aquí nadie le dice que deje de contener la respiración. Y claro, si sigues conteniéndola porque nadie se da por aludido, ni siquiera los tuyos, corres el riesgo de acabar asfixiándote... o de hacer el ridículo. Y en ésas estamos. Es decir, que hay que entenderlo en clave psicologista, a partir de su psiquismo interno; de su intolerancia a la frustración. Tal vez por esto no se entienda nada en términos de razón política.

divendres, 18 de gener del 2013

ENSENYAMENT: UNA NOVA VICTÒRIA DELS PEDAGÒCRATES?







No he tingut encara temps d'estudiar en profunditat les noves propostes del Departament d'Ensenyament anunciades per la Consellera Rigau en matèria educativa, però amb el que he pogut entendre per ara, crec que té raó Gregorio Luri en el seu blog a Competencias i Competencias II. Altrament dit, una nova victòria de la pedagocràcia, és a dir, dels pedagòcrates. Quan algú proclama que és més important aplicar una norma ortogràfica que conèixer-la, tot pretenent «demostrar» amb això que és més important saber fer una cosa que saber què s'està fent, l'única conclusió a què hom pot arribar és que aquesta persona no té ni idea del que està dient. Que no sap el que es diu, vaja.

I m'estranya per la Consellera Rigau. No perquè hagi dit exactament això; els qui ho han dit són els psicofants de la pedagocràcia, sino perquè el que insinua ho empara. Com a dirigent sindical he tingut l'oportunitat de coneixer-la i he de dir que sento un gran respecte per ella. És en la meva opinió la millor Consellera d'Ensenyament que hem tingut. O la menys dolenta, si ho preferiu. Potser passi a la història com la consellera de les retallades, però aquest no és un tema que depengui d'ella. O com a mínim, no n'és la màxima responsable. D'altra banda, i es miri com es miri, tampoc hi hagut cap resposta contundent per part del col·lectiu que l'hagi posada en el destret d'haver de recular. La intel·ligència sindical en la resposta a les retallades, per la seva part, ha demostrat que aquesta expressió és un oximoron. Algun dia en parlarem. Pel que fa a les retallades, doncs, simplement li ha tocat ballar amb els temps més lletjos. Però la crisi no té res a veure amb les mesures que ara proposa. Ans al contrari, hom diria que no hi ha crisi pressupostària per a alguns.

De totes maneres, el gran problema de l'ensenyament no és aquest o aquell conseller o consellera, sinó la casta pedagocràtica que perviu enquistada a les estructures de poder educatives. Perquè la pedagocràcia és un lobby que existeix perquè hi ha pedagòcrates que la constitueixen i que s'han d'inventar una justificació del seu estatus de poder. Un poder que s'ha d'exercir reinventant facècies sovint nefastes, perquè altrament la seva absoluta artificiositat com a casta es faria palesa. Una impostura professional, un frau intel·lectual i una agressió social. Més clar, aigua.

Luri diu que és una victòria del pedagogisme antiintel·lectual. I és cert. El problema tal vegada sigui que aquest pedagogisme antiintel·lectal és l'única justificació que la casta pedagocràtica pot adduir per tal de seguir mantenint les seves quotes de poder, per cert, inmunes a les retallades. En defintiva, el pedagòcrata és com un inquisidor. Cal trobar heretges de tant en tant que justifiquin la seva pròpia funció. I si no n'hi ha, doncs s'inventen. Un inquisidor que reconegués que no hi ha heretges ni perill que en sorgeixin, s'està senyalant a si mateix el camí de l'atur. I això seria contra natura, oi?

El pedagòcrata, vist com a casta, és exactament el mateix. Sembla que la pedagocràcia ha guanyat una nova batalla. Ja veurem.

EL "MAS FACTOR" (I)




Confieso que entre el psicologismo y el sociologismo siempre he tendido a inclinarme por el sociologismo. El debate se remonta como mínimo a los clásicos, pero fue Émile Durkheim en el siglo XIX quien lo popularizó con estos términos en su estudio sobre el suicidio. Durkheim mostró como el índice de suicidios mantenía unas sospechosas constantes cuya tenacidad más bien parecía explicarse desde la sociedad en que se producían, y del grupo social al que pertenecía los suicidas, y no sólo como una simple volición abordable desde perspectivas psicologistas. Si el número de suicidios que se producen anualmente en una determinada sociedad es más o menos constante, quizás sea porque se trata de un fenómeno no estrictamente psicológico, sino también y mayormente, sociológico.

Un debate eterno y trasladable a otros ámbitos. ¿Hubiera otro conquistado las Galias en su lugar si Julio César hubiese muerto de niño? ¿Y si a Newton no le hubiera caído la famosa manzana en la cabeza? En definitiva ¿Es el individuo el que determina las circunstancias o son éstas las que dan lugar a un determinado individuo? Ciertamente, es posible pensar que de haber muerto Napoleón de un balazo en el sitio de Tolón cuando era sargento, ni la república se hubiera tornado imperio ni hubieran existido las “guerras napoleónicas”. Pero también podemos pensar que son las circunstancias concretas las que permiten, y hasta “exigen”, la aparición de un personaje con unos determinados perfiles que se adapta y adecua a ellas. Ya digo, sin negar el factor humano, mi propensión ha sido siempre más bien tendente al sociologismo. Filosóficamente diríamos hegeliano.

Todo esto viene a propósito de mi perplejidad ante un personaje que está consiguiendo que empiece a poner en duda tales concepciones, incluso hasta el punto de amenazar seriamente dar al traste con ellas. Me estoy refiriendo, por supuesto, al inefable Artur Mas. Volviendo a Hegel ¿Es Mas también  "materia de la astucia de la razón"? La verdad, empiezo a pensar que para entender lo que está pasando en la política catalana y, sobre todo, la forma como está pasando lo que acontece, no queda más remedio que recurrir a argumentaciones psicologistas que llamaré, como singular aplicación del “factor humano”, el “Mas factor”.

Se atribuye a Tarradellas la frase según la cual en política se puede hacer de todo, menos el ridículo. Una máxima que nuestro hombre está haciendo trizas. Aceptemos que pierde las primeras elecciones, las del 2003, -aunque él dice que las ganó- debido al desgaste que su coalición arrastraba después de veinte años en el poder. Las segundas vuelve a perderlas ante un tripartito que en tres años se había desgastado más que CIU en veinte. Aun así, pierde, pero él sigue diciendo que las ganó. 

Finalmente consigue ganar unas elecciones rozando la mayoría absoluta. Entonces se transmuta de tecnócrata a independentista y, dos años después, se sube a la ola del 11 de setembre y convoca unas elecciones anticipadas con el objetivo proclamado de obtener una “mayoría excepcional”(SIC) que le garantice la hegemonía para pilotar el proceso hacia la independencia. Se da de bruces y pierde doce diputados -de 62 a 50-. Pero no ceja. 

Ahí sigue, como si nada, haciendo leyes que sabe que le van a tumbar en unos días -la de depósitos bancarios-, en unos meses -el euro por receta cuya supresión acarreará que nos prohíban respirar en catalán, según su insigne portavoz-, o manifiestos que luego debe rehacer porque que se queda solo. O afirmando estar por encima de la ley convocando referéndums que luego reconoce que no tienen ningún valor jurídico ni para el propio convocante que es él mismo. ¿Cómo se puede entender todo esto? En términos políticos no parece posible. Hay que recurrir a otro tipo de explicaciones. 

dilluns, 14 de gener del 2013

PHANTASMATA HISPANIARUM (X) La culpa no fue de los godos




Para empezar, no es verdad que los visigodos consiguieran ningún tipo de unidad política estable que abarcara toda la península. La historiografía nacionalista tuvo que poner en el haber de los visigodos, con sólo doscientos años de margen, realizaciones  para las cuales los francos tuvieron cuatrocientos o quinientos. Además, dejando de lado el tema del reino de los suevos, los vascones y la penibética bizantina -Cádiz incluido-, parece que no era nada raro que en muchas ocasiones hubiera dos reyes godos simultáneos. Ignorar esto, intencionadamente o no, llevó a finiquitar a la monarquía visigoda con Roderico -el Don Rodrigo del Romanticismo- y su supuesta muerte o extravío en la batalla de Guadalete, el año 711. Pero Roderico no fue el útlimo rey godo.

De todos modos, si en algún momento todo el territorio de Hispania al sur de los Pirineos estuvo bajo un solo rey visigodo, eso fue durante muy poco tiempo. Con Suintila, pero no con Recaredo, como se suele creer. Pero es que además, este momento se da, de “aquella manera”, más o menos en torno al año 650 y dura unos cincuenta años, hasta Witiza. Luego se vuelve a dividir el territorio, como mínimo, en dos reinos, hasta que, poco después, en el 711, los árabes emprenden la invasión de Hispania. El reinado del último monarca godo, Ardón, se da por liquidado más o menos en torno al 721, cuando los árabes toman Narbona, Carcasona y el resto de la Septimania.

Pero lo más curioso del caso es que si los comparamos con los francos, los visigodos les ganan la partida por goleada en términos de sentido de unidad política. Porque en estos mismos tiempos, entre los siglos VI y VII, la Galia está dividida, como mínimo, en tres reinos francos que con frecuencia guerrean entre sí, Austrasia, Neustria y Burgundia. Y eso sin contar al siempre ambiguo ducado de Aquitania, que podría incluirse sin problemas como el cuarto. El primer monarca que unifica más o menos lo que hoy es Francia es el primer carolingio, Pipino el Breve –hijo de Carlos Martel, el vencedor de Poitiers-, en la segunda mitad del siglo VIII, quien a su vez divide la herencia entre sus hijos, uno de los cuales, Carlomango, la unifica de nuevo para que, a su vez, su hijo Ludovico la divida de nuevo. Solo hasta Hugo Capeto, a finales del siglo X, no se dará un reino que abarque testimonialmente, más o menos unas dos terceras partes de lo que hoy es Francia. Por entonces hacía casi tres siglos que los visigodos habían pasado a la historia.

Y luego está lo del morbus gothorum, el mal de los godos; la irrefrenable propensión de los godos a conspirar y asesinarse entre ellos, sobre todo si se trata de cargarse al rey. Otro tópico sin fundamento, al menos en términos relativos. Es cierto que la mayoría de reyes godos tuvieron un reinado breve que acostumbraba a concluir trágicamente, ya fuera por medio del asesinato o, también, por medio de la tonsuración o el seccionamiento de una mano. Aun así, algunos llegaron a reinar más de quince años. Pero lo verdaderamente importante es que el tan manido morbus gothorum era más bien una pandemia que afectaba a todos los pueblos germánicos, empezando por los francos. No parece que los visigodos les fueran en nada a la zaga a los francos merovingios, que eran sus coetáneos y con quienes hay que compararlos en todo caso. Denostarlos, como hace Ortega, por lo que no llegaron a conseguir y los francos si consiguieron cuando los visigodos hacía doscientos años que eran historia, eso no sólo es un anacronismo, sino sacarse un conejo de la chistera en el transcurso de un malabarismo con naipes.
Y precisamente entre los francos, el morbus gothorum pervivió durante unos cuantos siglos más. En realidad se convirtió en una costumbre bastante arragiada en todas las sociedades medievales, y si en todo caso es verdad que se produjo una reducción significativa de su frecuencia fenoménica, no fue por la falta de intentos, sino por las cada vez mayores precauciones y la progresiva acumulación de poder que los reyes iban detentando y que les permitía establecerlas. Los asesinatos, envenenamientos y conspiraciones entre los francos –el propio Carlomagno podría haber estado implicado- en nada tienen que envidiar a los godos. De modo que morbus gothorum sí lo hubo, claro que sí. Pero de hecho distintivo o diferencial, nada de nada.

Como tampoco era una especialidad visigoda, sino germánica en general, que a la muerte del rey por cualesquiera circunstancias, pero muy raramente por causas naturales, y dado el carácter electivo de las monarquía entre estos pueblos, se procediera a la sistemática eliminación fisica de sus descendientes más inmediatos para evitar las tentaciones hereditarias que, a la postre, acabaron por instalarse. Pero es que, una vez más, cuando los francos adoptan la monarquía hereditaria, los godos ya eran historia.

De modo que ni los visigodos eran un pueblo más decadente que los francos ni sus tendencias conspirativas les inhabilitaban más que a otros pueblos para la unidad política o de acción. Al menos en comparación al resto de pueblos germánicos, y muy especialmente en comparación a los francos. Si algo no funciona en la historiografía nacionalista española, no es en los visigodos donde debemos buscar las causas. Porque no dejaron prácticamente nada. Los merovingios tampoco en Francia, pero son una etapa de un recorrido histórico que tuvo continuidad. Los visigodos ni eso.

Evidentemente, especular sobre cuál hubiera podido ser el recorrido histórico de Hispania de no haber mediado la invasión musulmana es algo que aquí no vamos a hacer. Parece evidente, eso sí, que la posterior historia de España no hubiera tenido nada que ver con la que fue. Pero pretender ir más allá de esta afirmación carece de objeto. Y de sentido. Fue como fue y punto. No querer aceptarlo acaba forzando a imponer un presente artificiosamente relacionado con el pasado, cuyo hiato con la realidad acaba siempre pasando factura. Pienso que los nacionalismos periféricos son, en gran parte, una consecuencia de ello. No es que sea por haber puesto a los visigodos como origen del reino de España, claro que no, sino por la sesgada interpretación que se hará de hechos posteriores. Y de sus justificaciones presentes en función de un pasado que nunca fue.


divendres, 11 de gener del 2013

PHANTASMATA HISPANIARUM (IX) Los godos y Ortega



Ortega asume implícita y explícitamente el lugar común según el cual las naciones europeas empiezan a configurarse con las protomonarquías germánicas que irrumpen en el imperio romano marcando el final de la Edad Antigua y el inicio de la Edad Media. Que este es un planteamiento que acaso pueda servirle a Francia, pero a prácticamente nadie más, parece evidente.  Que este modelo aporte una falsa concepción monolítica de España y que sea a su vez con la que comulga Ortega,  también.

A nadie en Italia se le ocurre, por ejemplo, apelar a los otrogodos o a los lombardos para justificar su unidad nacional. Con respecto a estos últimos lo hace, en todo caso, la Liga Lombarda o Padana con sus exabruptos histérico-históricos. Abundantes, por cierto, en grotescas e irresolubles paradojas. Porque quien invadió a los lombardos no fueron el resto de los peninsulares italianos, ocupados en otras cuitas por entonces, sino los francos de Carlomagno. Además, un milenio después, desde los mismos territorios que la Liga Lombarda reivindica hoy como independizables, agrupados en el reino del Piamonte –Piamonte, Lombardía, Liguria…- se emprendió la conquista, en ocasiones militar, del resto de la península italiana de la que ahora quieren segregarse. Curioso…

El caso es que Ortega asume el planteamiento según el cual el origen de España se encuentra en la monarquía visigoda de Toledo, pero se da cuenta de que los visigodos no se sostienen por si mismos, sino que hay que ponerles parihuelas. Entre otras cosas porque resulta complicado pasar de puntillas sobre los ocho siglos de dominación musulmana. Es decir, que los visigodos no podían jugar en la historiografía nacionalista española el mismo papel que los francos habían jugado en la francesa era algo que no se le escapaba a Ortega. Además, su derrota culpable ante los musulmanes era algo que había que “deconstruir”. La historiografía decimonónica y la literatura que de ella emanaba, o también al revés, no daban la talla en este aspecto. No resistían la prueba de la historia. Y a Ortega no se le podía pasar por alto que la traición de un conde imaginado, afrentado y más o menos felón, diera al traste con la construcción de una nación.

Y echó mano de la analogía con los francos. El problema de España, su "mala suerte" histórica, se encuentra precisamente en los mismos que la fundaron: Los visigodos. Por contraposición a unos francos que nos presenta como más puros, más “sanamente” germánicos –léase más salvajes- que irrumpen en la Galia y le infunden nueva savia, los visogodos, se nos cuenta, eran ya algo decrépitos cuando llegan a Hispania; eran un pueblo muy romanizado como consecuencia de muchos años de tratos con el imperio… demasiado tiempo; demasiado civilizados. Habían perdido el vigor guerrero originario; el impulso de los pueblos jóvenes y emprendedores. Un siglo y medio de contacto con la decadente Roma les había entibiado el espíritu. Llegan a Hispania ya espiritualmente avejentados, decadentes y resabiados. De ahí la triste crónica de un reino cuyas conjuras, deslealtades y depravación harían palidecer de envidia a los mismísimos Borgia. De ahí la leyenda negra de los Visigodos, el morbus gothorum y la incapacidad intrínseca que nos transmitieron para la unidad de acción. Este fue el primer cenizo de España; que le tocaran en suerte los visigodos.
El relato orteguiano prosigue en el sentido que, por supuesto, los godos pusieron la semilla en Hispania como los francos la pusieron en Francia, pero a diferencia de éstos, aquéllos fueron incapaces de desarrollarla. Víctimas de su propio decadentismo, sucumbieron ante los musulmanes –también según la historiografía tradicional española, caso de Sánchez Albornoz, por culpa de los “irredentos” vascos- y  tuvieron que pasar algunos siglos hasta que Castilla se reencarnara como su espíritu originario y pusiera manos a la obra en la construcción de España. Siempre, eso sí, con las sedicentes reminiscencias de los viejos celtíberos y de sus invasores godos, ora encarnadas en dinastías extranjeras que dilapidaron tan prístino espíritu, ora en catalanes o vizcaínos más volcados en sus miserias cotidianas que en grandezas imperiales, ora en una Iglesia más pendiente del pan que del espíritu.  Más o menos, esta es la versión de Ortega. Y la subsiguiente leyenda negra de los pobres visigodos, a los cuales se les carga el mochuelo, si no de todos, sí de buena parte de los males endémicos de España.
Pero la verdad es que, al menos en lo que atañe a los visogodos, no hay para tanto.

dimecres, 9 de gener del 2013

EL ESTADO-NACIÓN HA MUERTO ¡VIVA LA NACIÓN!


No es que uno sea un devoto del Estado, no nos confundamos. Pero tampoco por ello se apuntará ahora entusiasta a su linchamiento. O a su entierro. Ha muerto la nación política y morirá con ella todo lo que acarreó desde la Ilustración, como el estado de derecho o el del bienestar. Los mercados pueden estar tranquilos. El único y menguante obstáculo que todavía podría resistírseles quedará definitivamente descatalogado en breve. Pronto los gobiernos de las nuevas naciones - gobiernos de naciones, no ya de Estados en el sentido que hasta ahora lo habíamos entendiro- no dictarán ya más leyes que aquellas que suponía Kant que debería tener incluso una república de diablos.

Desengañémonos. El Estado-nación desaparece pase lo que pase con el proceso independentista catalán. Y desaparecerá de la mano de gobiernos fantoches y liliputizados, eso sí, tanto si hay independencia de Cataluña como si no ; tanto en un lado como en el otro, si la hay; en ambos como una única estafa, en lugar de dos, si no la hay. Lo mismo bajo cualesquiera supuestos.

La verdad, nada más penoso que observar a las manadas de infelices que claman contra el Estado-nación opresor sin saber que son el simple instrumento de un proceso en el que les han asignado el papel de carne de cañón. Porque el déficit fiscal que ciertamente padece Cataluña -que no es ni el aireado por el gobierno catalán, ni el "negado" hipócritamente por esta fábrica de independentistas que es el gobierno español, sino un "justo término medio"- tampoco irá a parar a las arcas de la nueva Cataluña, sino a las cuenta de beneficios de los mismos de siempre. Conociendo el percal, hay que ser pardillo para no verlo...

Porque la desaparición del Estado-nación no será, como piensan algunos ingenuos, la desaparición de los ejércitos y las policías. Todo lo contrario, estas serán precisamente las instituciones del viejo Estado que pervivirán, debidamente enfatizadas sus funciones de garantizar una estabilidad que los nuevos gobernantes se esforzarán en presentar para resultarles atractivos a los "mercados". Eso que antes se llamaba "represión". En la teología nacional-economicista todo vale.

Porque está decidido. Lo que sí desaparecerá, en cambio, es el sistema público de pensiones, la sanidad pública, el servicio y suministro público de agua y energía, los transportes públicos, el seguro público de desempleo, la enseñanza pública, el horario laboral regulado públicamente, el seguro de enfermedad... Y también desaparecerá el muy remoto riesgo -aquí desde siempre prácticamente inexistente- de que un banquero corrupto que  ha estafado con un fondo de pensiones  vaya a la cárcel.

Lo dicho, las leyes que hasta una república de diablos debería tener. Y nada más ¿O no lo estamos viendo ya? ¿Hay algo de lo citado anteriormente que no esté ocurriendo ya y que no le estén poniendo manos a la obra con auténtico ensañamiento los nacionalistas catalanes, los nacionalistas vascos o los nacionalistas españoles?

Como mínimo algo de bueno tendrá el nuevo escenario. Será la confirmación de la tesis leninista según la cual los gobiernos son lacayos al servicio del gran capital y sus capataces. Pero no quedará nadie para entenderlo...


diumenge, 6 de gener del 2013

UN RATO PARA LA VERGÜENZA EN TELEFÓNICA






Este país, definitivamente, no tiene arreglo. Así como no tienen sus oligarquías decoro ni vergüenza. Ni siquiera para cubrir las apariencias. Esta es la gran diferencia entre las oligarquías de aquí –centrales, periféricas o estratosféricas- y las de allá. Me estoy refiriendo, claro, al nombramiento de Rodrigo Rato como asesor “externo” de Telefónica. Vergüenza torera es poco. Nauseabundo.

Corruptelas las ha habido, las hay y las habrá siempre en todas partes, aquí y allá. Pero “allá” –entiéndase más allá de los Pirineos- está mal visto hacer gala de ellas. Y si te pillan, cascas. Es lo de predicar con el ejemplo de la mujer del César. En realidad nunca sabremos si es o no honesta; sólo si lo parece. Porque uno, socialmente al menos, es lo que parece, lo que se ha decidido que es. Sea lo que sea “ontológicamente” hablando.

Aquí, en cambio, estas finezzas nunca han prosperado. La desfachatez con que se alardea de corrupto impune no es un simple hecho diferencial hispánico, sino el hecho diferencial hispánico por excelencia. Ahora Telefónica ha colocado a Rato. El penúltimo de los amiguetes de Aznar que faltaba por colocar en Telefónica. El último es Rajoy… Tiempo al tiempo. Si nadie lo remedia, claro.

Rodrigo Rato es un tipejo de estos que piensa que las leyes están sólo para los otros. Lo demostró desviando un río para que pasara justo por debajo del salón de su casa solariega. Eso fue cuando todavía estaba en la oposición de mano derecha de Aznar –la izquierda era Álvarez Cascos- con el “¡Váyase señor González!”. Luego, como ministro económico y vicepresidente del gobierno durante los años del aznarato, fue culpable activo de la cultura del tocho y la burbuja inmobiliaria que acarreó. Eran los tiempos de las grandes privatizaciones y del (como a ellos les iba bien) “España va bien”.  No tocado por el “dedazo” aznárico, emigró a la presidencia del FMI, de donde tuvo que salir al poco tiermpo nocturnamente y por piernas. Pero los “amigos” ya le habían preparado una colocación a su medida: Bankia, el buque insignia de la cólera de Dios, que acabó por hundir a los pocos meses. Eso sí, cobrando una cuantiosa indemnización que pagaremos entre todos los contribuyentes. Imputado por sus presuntas responsabilidades en este último fiasco, se incorpora  ahora al refugio que sus amigotes Zaplana y Acebes le han arreglado en Telefónica.

Telefónica, o Movistar, como la llaman ahora. La empresa pública privatizada a precio de saldo para luego colocar en ella a los que la vendieron. La misma que con unos beneficios de más de cuatro mil millones de euros, despide trabajadores. Ahora sabemos por qué. Había que hacer un sitio en las cuentas para la nómina y las dietas de Rato… Y de Urdangarín, y de Zaplana, y de Acebes. ¿cómo es posible tanta desvergüenza?  ¿En qué otro país civilizado puede pasar algo así sin que se haga nada? ¿Qué ha de pasar para que esto no pueda ocurrir?
No lo sé. Pero sí sé no quiero ser cliente de una empresa que coloca chorizos notorios y desaprensivos en su nómina, carcajeándose de cada uno de nosotros haciéndonos pagar sus dietas en nuestros recibos. Lo de Rato ha sido la gota definitiva que ha colmado el vaso. Mañana me daré de baja de Telefónica. Todos deberíamos hacerlo.

PHANTASMATA HISPANIARUM (VIII) El error de Ortega



Podríamos haber elegido a otros autores, como Sánchez Albornoz o Américo Castro. Si hemos preferido a Ortega es por varias razones, todas ellas plenamente confesables. Se trata de uno de los intelectuales más brillantes que ha producido España. Además, su condición de filósofo añade a la necesidad de fundamentación y legitimación, la exigencia de unos mínimos requisitos de coherencia lógica. Nos ahorramos así las siempre enojosas apelaciones pasionales y sentimentaloides a que otros acostumbran a recurrir cuando la razón no alcanza con sus argumentos. Como es bien sabido, allá donde la “razón nacionalista” no llega, acostumbra a relevarla, por regla general, el pathos y sus recurrentes apelaciones al sentimiento o a la testoterona, según el caso. Como mínimo, con Ortega esto nos lo evitamos. Y también porque Ortega ha sido considerado un regeneracionista de posiciones nacionalistas consideradas, no sin fundamento, como “castellanocéntricas”. Veamos.

Nos remitiremos a algo que afirma en su “España Invertebrada”. Una obra que no abordaremos a fondo aquí -quizás en otra ocasión- más allá del “error inducido” en que incurre por mor de su contumacia, pero sobre la cual sí diré que, en mi opinión, es de lectura ineludible. Y ello no porque yo coincida con sus planteamientos, lo cual no es el caso, sino porque en el pecado está la penitencia. En los propios plantemientos de Ortega, incluso en el manido "topicario" que evacúa, se oye como chirrian los goznes del modelo en el cual se sustentan.

Como es bien sabido, la “España Invertebrada” ha sido calificada de panfleto centralista y por ello denostada como objeto de las iras de los nacionalismos catalán y vasco. Es decir, desde planteamientos simétricos a los explícitos de Ortega. Pero aquí nos interesan los implícitos. Y éstos no los captaron la mayoría de "críticos".

Porque en la "España Invertebrada", contra lo que se suele decir y más allá de las veleidades “frivolonas” inherentes al personaje, hay palos más que razonables y fundamentados para todo el mundo, no sólo para catalanes y vascos, empezando acaso por el propio Ortega ¿Autocrítica inconsciente o inconfesable en alguien más bien fatuo? Lo ignoro. O quizás sea lo dicho más arriba, que en el pecado esté la penitencia. Si uno quiere ser rigurosamente coherente, puede que acabe volviéndose contra si mismo. Si es inteligente, se le nota. Si es tonto, entonces no. A Ortega se le nota.

¿Y cuál es este “error forzado” de Ortega? Simplemente, su consideración tópica de los visigodos como subterfugio ad hoc para salvar un modelo que, de lo contrario, no se sostiene; se le cuela entre los dedos de las manos. Tal vez a otros se les siga sosteniendo, pero a alguien con el rigor de Ortega, no. Y por esto el detalle es especialmente significativo. Vamos a por él.


divendres, 4 de gener del 2013

ANNUS IRAE HOMS DIXIT


El Jorge la clavava l'altre dia a l'última «Crònica» del 2012. Efectivament, el missatge d'Homs no era, ni en aquest sentit ni en cap altra, gens ambigu. I és clar, els matissos brillen per la seva absència en els darrers missatges provinents de Camelot. Més que no veritats, els que se'ns està transmetent són axiomes. És a dir, veritats tan evidents en si mateixes (per a la parròquia) que no "precisen" demostració. Ja se sap, les demostracions són feixugues i la personal tampoc està per matissos. No ha estat educat per estar-hi. Així doncs, a partir d'ara, tota la culpa, absolutament tota la culpa dels retalls que hi hagi i, cal afegir, de qualsevol altre contratemps que posi el govern artúric en algun destret, és de Madrid.

Una maniobra en tres fases -l´última, indesitjada- amb un objectiu final que tal vegada s'empassi bona part de la societat catalana. En una primera fase, el govern de la Generalitat es desresponsabilitza dels mals que pugui causar; en una segona fase, responsabilitza en exclusiva «Madrid». En la tercera fase, un error forçat atesa la naturalesa del procés, el govern de la Generalitat s'irresponsabilitza. Es declara explícitament no responsable, però implícitament irresponsable. És a dir, no solament eludeix responsabilitats que, segons sembla ara, no són cosa seva, sinó que també s'està inhibint del que pugui passar a d'altres àmbits que sí que són, o eren, cosa seva. Altrament dit, tot allò que no sigui l'organització del referèndum per la independència, no és cosa d'aquest govern. Doncs estem ben posats amb aquest govern de desresponsabilitzats responsabilitzadors irresponsables.

Així doncs que, per si de cas no ho sabíem, ara ja ho sabem: el cas «Palau», el «Pretoria», els «ITV», la privatització amb lucre de la sanitat pública catalana, l'agència catalana del medi ambient, el famos 3% o la privatització de la Companyia d'Aigües del Ter i del Llobregat -que encara no està clar si és només corurpció o hi ha també incompetència- i tantes altres corrupteles com hi ha hagut... són cosa de «Madrid». Acabaran amb la síndrome de Jeannette: són corruptes perquè Madrid els ha fet així! Fins i tot hem de començar a considerar la hipòtesi que el projetil que li va fer perdre un ull a una pobra senyora el dia de la vaga general, fos disparat per un guàrdia civil camuflat!

Sembla que ja ha conclòs el procés de construcció de l'enemic extern,  un invasor que «ens roba». La culpa és tota seva. Però en aquest fase de l'estratègia de la tensió hi ha encara una cosa que hi falta i que, sens dubte, no trigara a aparèixer, un nou conill tret de la xistera: la caça del desafecte. L'enemic intern. No pot trigar. Algú més ha de tenir la culpa, no n'hi ha prou només amb els «espanyols». Per a on començáran?

Ens espera un  Annus irae.

dimecres, 2 de gener del 2013

PHANTASMATA HISPANIARUM (VII) La chapuza nacional



La construcción del discurso nacionalista español se fundamenta en la idea según la cual las naciones europeas actuales tienen sus origen en las monarquías germánicas que siguen a la caída del Imperio Romano. Una idea en mi criterio peregrina que puede, como mucho, servir para Francia, pero para nadie más.

Situar el momento fundacional español en la(s) monarquía(s) visigoda(s), por analogía con los reinos francos que darán lugar a Francia, es un error que proviene en gran medida del Romanticismo. Una constructo del siglo XIX que aplicado al caso español presenta clamorosos desajustes. Unos desajustes que, simplemente negados, o sobrellevados con obstinación contumaz, generarán un victimismo y un espíritu de resentimiento  que propiciará, a su vez, el surgimiento de los nacionalismos periféricos vasco y catalán del siglo XX, con idénticas taras, por cierto, a las del españolismo que pretenden desbancar.

Ciertamente, los tópicos propios del nacionalismo español que aquí destacaremos no son de ninguna manera  idiosincráticos en exclusiva. Todo lo contrario, se trata de elementos inherentes a todo nacionalismo. Estupideces análogas a considerar al anónimo pintor de Altamira como el primer español en la noche de los tiempos no son tampoco tan raras en otros nacionalismos. Como no lo es la necesidad de construcción de enemigos externos e internos. Ni que en ocasiones esto se haya llevado hasta al paroxismo. Pero el defecto de fabricación ideológico originario ha producido efectos contrarios a los que se supone que en principio se perseguían. Y eso sí que es una particularidad. Como lo es también la sensación de encontrarnos ante una chapuza intelectual sólo superada en su ramplonería por los nacionalismos que se le presentan como alternativos.Y eso sí que es idiosincrático. Se puede reconocer la marca de la casa a cien años luz: la chapuza de siempre.

En Francia sí se puede establecer una cierta continuidad histórica, geográfica y cultural, que transcurriría desde los primeros reyezuelos merovingios hasta la III República. Ello aun a pesar de las truculencias y agujeros negros inevitables al caso si tenemos en cuenta que estamos hablando de un periodo de mil quinientos años. Pero en España no se puede, en cambio, establecer continuidad alguna a partir de unos reinos visigodos que apenas duraron doscientos años y cuyo legado, desde cualquier punto de vista y se mire como se mire, es prácticamente inexistente. Empezando por el de la continuidad.

Se puede contraargumentar, sin duda, que los coetáneos merovingios de “nuestros” visigodos tampoco dejaron nada especialmente significativo. Y es cierto. Pero tampoco lo es menos que los merovingios tuvieron su solución de continuidad en  los carolingios, éstos en los capetos y así sucesivamente hasta la Revolución Francesa. En cambio, el reino visigodo no sólo es que no dejara nada, sino que su trayectoria se truncó.

Del embrionario germen de unidad política que pudieron representar los merovingios en relación a lo que luego fue Francia –con independencia de en qué momento podamos empezar a hablar de Francia como tal- podemos seguir un rastro que, al menos desde una perspectiva nacionalista, es susceptible de ser interpretado como una tendencia o un núcleo originario de unidad política que acabará resolviéndose en lo que más tarde será Francia. Desde una óptica no nacionalista también se puede seguir el mismo rastro, si bien bajo otros criterios. En el caso de los visigodos, no.

Los orígenes de España, de encontrarse en algún lugar, sería forzosamente en el desarrollo de los reinos peninsulares cristianos, fundamentalmente ya durante el bajo mediovevo. Nunca en los visigodos.

Pero eso lo veremos más adelante. Ahora nos detendremos en un ejemplo de perseverancia en el error y en los penosos ejercicios de funambulismo intelectual a que tal contumacia obliga, por ejemplo, en el caso de Ortega y Gasset. Ni más ni menos.