Podríamos haber elegido a otros autores, como Sánchez
Albornoz o Américo Castro. Si hemos preferido a Ortega es por varias razones,
todas ellas plenamente confesables. Se trata de uno de los intelectuales más
brillantes que ha producido España. Además, su condición de filósofo añade a
la necesidad de fundamentación y legitimación, la exigencia de unos mínimos
requisitos de coherencia lógica. Nos ahorramos así las siempre enojosas
apelaciones pasionales y sentimentaloides a que otros acostumbran a recurrir
cuando la razón no alcanza con sus argumentos. Como es bien sabido, allá donde
la “razón nacionalista” no llega, acostumbra
a relevarla, por regla general, el pathos
y sus recurrentes apelaciones al sentimiento o a la testoterona, según el
caso. Como mínimo, con Ortega esto nos lo evitamos. Y también porque Ortega ha
sido considerado un regeneracionista de posiciones nacionalistas consideradas,
no sin fundamento, como “castellanocéntricas”. Veamos.
Nos remitiremos a algo que afirma en su “España
Invertebrada”. Una obra que no abordaremos a fondo aquí -quizás en otra ocasión- más allá del “error
inducido” en que incurre por mor de su contumacia, pero
sobre la cual sí diré que, en mi opinión, es de lectura ineludible. Y ello no porque yo coincida con sus planteamientos, lo cual no
es el caso, sino porque en el pecado está la penitencia. En los propios
plantemientos de Ortega, incluso en el manido "topicario" que evacúa, se oye como chirrian los goznes del
modelo en el cual se sustentan.
Como es bien sabido, la “España Invertebrada” ha sido
calificada de panfleto centralista y por ello denostada como objeto de las iras
de los nacionalismos catalán y vasco. Es decir, desde planteamientos simétricos
a los explícitos de Ortega. Pero aquí nos interesan los implícitos. Y éstos no los captaron la mayoría de "críticos".
Porque en la "España Invertebrada", contra lo que se suele decir y más allá de las
veleidades “frivolonas” inherentes al personaje, hay palos más que razonables y fundamentados
para todo el mundo, no sólo para catalanes y vascos, empezando acaso por el
propio Ortega ¿Autocrítica inconsciente o inconfesable en alguien más bien
fatuo? Lo ignoro. O quizás sea lo dicho más arriba, que en el pecado esté la
penitencia. Si uno quiere ser rigurosamente coherente, puede que acabe
volviéndose contra si mismo. Si es inteligente, se le nota. Si es tonto,
entonces no. A Ortega se le nota.
¿Y cuál es este “error forzado” de Ortega? Simplemente, su consideración tópica de los visigodos como
subterfugio ad hoc para salvar un
modelo que, de lo contrario, no se sostiene; se le cuela entre los dedos de las
manos. Tal vez a otros se les siga sosteniendo, pero a alguien con el rigor de
Ortega, no. Y por esto el detalle es especialmente significativo. Vamos a por
él.
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