Ortega asume implícita y explícitamente el lugar común
según el cual las naciones europeas empiezan a configurarse con las protomonarquías
germánicas que irrumpen en el imperio romano marcando el final de la Edad
Antigua y el inicio de la Edad Media. Que este es un planteamiento que acaso
pueda servirle a Francia, pero a prácticamente nadie más, parece evidente. Que este modelo aporte una falsa concepción
monolítica de España y que sea a su vez con la que comulga Ortega, también.
A nadie en Italia se le ocurre, por ejemplo, apelar a los
otrogodos o a los lombardos para justificar su unidad nacional. Con respecto a
estos últimos lo hace, en todo caso, la Liga Lombarda o Padana con sus
exabruptos histérico-históricos. Abundantes, por cierto, en grotescas e irresolubles paradojas. Porque quien invadió a los lombardos no fueron el resto de los
peninsulares italianos, ocupados en otras cuitas por entonces, sino los francos
de Carlomagno. Además, un milenio después, desde los mismos territorios que la
Liga Lombarda reivindica hoy como independizables, agrupados en el reino del
Piamonte –Piamonte, Lombardía, Liguria…- se emprendió la conquista, en
ocasiones militar, del resto de la península italiana de la que ahora quieren
segregarse. Curioso…
El caso es que Ortega asume el planteamiento según el
cual el origen de España se encuentra en la monarquía visigoda de Toledo, pero se
da cuenta de que los visigodos no se sostienen por si mismos, sino que hay que
ponerles parihuelas. Entre otras cosas porque resulta complicado pasar de
puntillas sobre los ocho siglos de dominación musulmana. Es decir, que los
visigodos no podían jugar en la historiografía nacionalista española el mismo
papel que los francos habían jugado en la francesa era algo que no se le
escapaba a Ortega. Además, su derrota culpable ante los musulmanes era algo que
había que “deconstruir”. La historiografía decimonónica y la literatura que de
ella emanaba, o también al revés, no daban la talla en este aspecto. No resistían la prueba de
la historia. Y a Ortega no se le podía pasar por alto que la traición de un
conde imaginado, afrentado y más o menos felón, diera al traste con la
construcción de una nación.
Y echó mano de la analogía con los francos. El problema
de España, su "mala suerte" histórica, se encuentra precisamente en los mismos que la fundaron: Los visigodos. Por
contraposición a unos francos que nos presenta como más puros, más “sanamente” germánicos
–léase más salvajes- que irrumpen en la Galia y le
infunden nueva savia, los visogodos, se nos cuenta, eran ya algo decrépitos cuando llegan a
Hispania; eran un pueblo muy romanizado como consecuencia de muchos años de tratos con el imperio… demasiado tiempo; demasiado civilizados. Habían perdido el vigor guerrero originario;
el impulso de los pueblos jóvenes y emprendedores. Un siglo y medio de contacto
con la decadente Roma les había entibiado el espíritu. Llegan a Hispania ya espiritualmente
avejentados, decadentes y resabiados. De ahí la triste crónica de un reino
cuyas conjuras, deslealtades y depravación harían palidecer de envidia a los mismísimos Borgia. De
ahí la leyenda negra de los Visigodos, el morbus
gothorum y la incapacidad intrínseca que nos transmitieron para la unidad de acción. Este fue el primer cenizo de España; que le tocaran en suerte los visigodos.
El relato orteguiano prosigue en el sentido que, por supuesto, los godos
pusieron la semilla en Hispania como los francos la pusieron en Francia, pero
a diferencia de éstos, aquéllos fueron incapaces de desarrollarla. Víctimas de su propio decadentismo,
sucumbieron ante los musulmanes –también según la historiografía tradicional
española, caso de Sánchez Albornoz, por culpa de los “irredentos” vascos- y tuvieron que pasar algunos siglos hasta que
Castilla se reencarnara como su espíritu originario y pusiera manos a la obra
en la construcción de España. Siempre, eso sí, con las sedicentes
reminiscencias de los viejos celtíberos y de sus invasores godos, ora
encarnadas en dinastías extranjeras que dilapidaron tan prístino espíritu, ora
en catalanes o vizcaínos más volcados en sus miserias cotidianas que en grandezas imperiales, ora en una Iglesia más pendiente del pan que del
espíritu. Más o menos, esta es la
versión de Ortega. Y la subsiguiente leyenda negra de los pobres visigodos, a los cuales se les carga el mochuelo, si no de todos, sí de buena parte de los males endémicos de España.
Pero la
verdad es que, al menos en lo que atañe a los visogodos, no hay para tanto.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada