divendres, 11 de gener del 2013

PHANTASMATA HISPANIARUM (IX) Los godos y Ortega



Ortega asume implícita y explícitamente el lugar común según el cual las naciones europeas empiezan a configurarse con las protomonarquías germánicas que irrumpen en el imperio romano marcando el final de la Edad Antigua y el inicio de la Edad Media. Que este es un planteamiento que acaso pueda servirle a Francia, pero a prácticamente nadie más, parece evidente.  Que este modelo aporte una falsa concepción monolítica de España y que sea a su vez con la que comulga Ortega,  también.

A nadie en Italia se le ocurre, por ejemplo, apelar a los otrogodos o a los lombardos para justificar su unidad nacional. Con respecto a estos últimos lo hace, en todo caso, la Liga Lombarda o Padana con sus exabruptos histérico-históricos. Abundantes, por cierto, en grotescas e irresolubles paradojas. Porque quien invadió a los lombardos no fueron el resto de los peninsulares italianos, ocupados en otras cuitas por entonces, sino los francos de Carlomagno. Además, un milenio después, desde los mismos territorios que la Liga Lombarda reivindica hoy como independizables, agrupados en el reino del Piamonte –Piamonte, Lombardía, Liguria…- se emprendió la conquista, en ocasiones militar, del resto de la península italiana de la que ahora quieren segregarse. Curioso…

El caso es que Ortega asume el planteamiento según el cual el origen de España se encuentra en la monarquía visigoda de Toledo, pero se da cuenta de que los visigodos no se sostienen por si mismos, sino que hay que ponerles parihuelas. Entre otras cosas porque resulta complicado pasar de puntillas sobre los ocho siglos de dominación musulmana. Es decir, que los visigodos no podían jugar en la historiografía nacionalista española el mismo papel que los francos habían jugado en la francesa era algo que no se le escapaba a Ortega. Además, su derrota culpable ante los musulmanes era algo que había que “deconstruir”. La historiografía decimonónica y la literatura que de ella emanaba, o también al revés, no daban la talla en este aspecto. No resistían la prueba de la historia. Y a Ortega no se le podía pasar por alto que la traición de un conde imaginado, afrentado y más o menos felón, diera al traste con la construcción de una nación.

Y echó mano de la analogía con los francos. El problema de España, su "mala suerte" histórica, se encuentra precisamente en los mismos que la fundaron: Los visigodos. Por contraposición a unos francos que nos presenta como más puros, más “sanamente” germánicos –léase más salvajes- que irrumpen en la Galia y le infunden nueva savia, los visogodos, se nos cuenta, eran ya algo decrépitos cuando llegan a Hispania; eran un pueblo muy romanizado como consecuencia de muchos años de tratos con el imperio… demasiado tiempo; demasiado civilizados. Habían perdido el vigor guerrero originario; el impulso de los pueblos jóvenes y emprendedores. Un siglo y medio de contacto con la decadente Roma les había entibiado el espíritu. Llegan a Hispania ya espiritualmente avejentados, decadentes y resabiados. De ahí la triste crónica de un reino cuyas conjuras, deslealtades y depravación harían palidecer de envidia a los mismísimos Borgia. De ahí la leyenda negra de los Visigodos, el morbus gothorum y la incapacidad intrínseca que nos transmitieron para la unidad de acción. Este fue el primer cenizo de España; que le tocaran en suerte los visigodos.
El relato orteguiano prosigue en el sentido que, por supuesto, los godos pusieron la semilla en Hispania como los francos la pusieron en Francia, pero a diferencia de éstos, aquéllos fueron incapaces de desarrollarla. Víctimas de su propio decadentismo, sucumbieron ante los musulmanes –también según la historiografía tradicional española, caso de Sánchez Albornoz, por culpa de los “irredentos” vascos- y  tuvieron que pasar algunos siglos hasta que Castilla se reencarnara como su espíritu originario y pusiera manos a la obra en la construcción de España. Siempre, eso sí, con las sedicentes reminiscencias de los viejos celtíberos y de sus invasores godos, ora encarnadas en dinastías extranjeras que dilapidaron tan prístino espíritu, ora en catalanes o vizcaínos más volcados en sus miserias cotidianas que en grandezas imperiales, ora en una Iglesia más pendiente del pan que del espíritu.  Más o menos, esta es la versión de Ortega. Y la subsiguiente leyenda negra de los pobres visigodos, a los cuales se les carga el mochuelo, si no de todos, sí de buena parte de los males endémicos de España.
Pero la verdad es que, al menos en lo que atañe a los visogodos, no hay para tanto.

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