No es que uno sea un devoto del Estado, no nos confundamos. Pero tampoco por ello se apuntará ahora entusiasta a su linchamiento. O a su entierro. Ha muerto la
nación política y morirá con ella todo lo que acarreó desde la Ilustración,
como el estado de derecho o el del bienestar. Los mercados pueden estar
tranquilos. El único y menguante obstáculo que todavía podría resistírseles
quedará definitivamente descatalogado en breve. Pronto los gobiernos de las
nuevas naciones - gobiernos de naciones, no ya de Estados en el sentido que hasta ahora lo habíamos entendiro- no dictarán ya más leyes que aquellas que suponía Kant que debería
tener incluso una república de diablos.
Desengañémonos. El Estado-nación
desaparece pase lo que pase con el proceso independentista catalán. Y
desaparecerá de la mano de gobiernos fantoches y liliputizados, eso sí,
tanto si hay independencia de Cataluña
como si no ; tanto en un lado como en el otro, si la hay; en ambos como una
única estafa, en lugar de dos, si no la hay. Lo mismo bajo cualesquiera
supuestos.
La verdad, nada más penoso
que observar a las manadas de infelices que claman contra el Estado-nación opresor
sin saber que son el simple instrumento de un proceso en el que les han asignado
el papel de carne de cañón. Porque el déficit fiscal que
ciertamente padece Cataluña -que no es ni el aireado por el gobierno catalán,
ni el "negado" hipócritamente por esta fábrica de independentistas
que es el gobierno español, sino un "justo término medio"- tampoco
irá a parar a las arcas de la nueva Cataluña, sino a las cuenta de beneficios
de los mismos de siempre. Conociendo el percal, hay que ser pardillo para no
verlo...
Porque la desaparición del
Estado-nación no será, como piensan algunos ingenuos, la desaparición de los
ejércitos y las policías. Todo lo contrario, estas serán precisamente las
instituciones del viejo Estado que pervivirán, debidamente enfatizadas sus
funciones de garantizar una estabilidad que los nuevos gobernantes se
esforzarán en presentar para resultarles atractivos a los "mercados".
Eso que antes se llamaba "represión". En la teología nacional-economicista todo vale.
Porque está decidido. Lo que
sí desaparecerá, en cambio, es el sistema público de pensiones, la sanidad
pública, el servicio y suministro público de agua y energía, los
transportes públicos, el seguro público de desempleo, la enseñanza pública, el
horario laboral regulado públicamente, el seguro de enfermedad... Y también
desaparecerá el muy remoto riesgo -aquí desde siempre prácticamente
inexistente- de que un banquero corrupto que
ha estafado con un fondo de pensiones
vaya a la cárcel.
Lo dicho, las leyes que
hasta una república de diablos debería tener. Y nada más ¿O no lo estamos viendo ya? ¿Hay
algo de lo citado anteriormente que no esté ocurriendo ya y que no le estén
poniendo manos a la obra con auténtico ensañamiento los nacionalistas
catalanes, los nacionalistas vascos o los nacionalistas españoles?
Como mínimo algo de bueno
tendrá el nuevo escenario. Será la confirmación de la tesis leninista según la
cual los gobiernos son lacayos al servicio del gran capital y sus capataces.
Pero no quedará nadie para entenderlo...
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