Uno podía pensar al principio que
determinadas escenificaciones, como la del otro día en el AVE con Rajoy, eran
eso, escenificaciones que respondían a un cálculo previo que había que entender
en clave de razón política. Pero es que entonces no se entiende nada porque no
se puede ser tan malo. Una cosa es un jugador con mala suerte; otra muy distinta un mal jugador. Y las más de las veces la sensación que le invade a uno es la de estarselas habiendo con algo parecido a aquel niño repelente de “Astérix en
Hispania”, que cada vez que cogía una pataleta, contenía la respiración hasta
que se salía con la suya. Pero el niño malcriado sabía muy bien que su
madre no iba a permitir que muriese de autoasfixia. Claro que él tampoco iba a permitírselo, de ahí la teatralización. En política, en cambio, la exteriorización del despecho puede ser un claro síntoma de
inmadurez. Y la verdad, creo que la cosa va por ahí.
Hay dos momentos de la vida política
de Mas que me parecen altamente significativos y que en mi modesto entender pueden
coadyuvar en la comprensión de alguna de las claves que mueven a tan truculento
personaje. En ambos nos encontramos con una ostentosa exhibición de intolerancia
a la frustración, más propia de un niño malcriado que de un político con resposabilidades
institucionales como las que tiene contraídas.
El primer momento es cuando vio
frustradas sus expectativas de convertirse en presidente de la Generalitat en
el 2003 frente a Pasqual Maragall. Entró en un estado de crispación permanente
del que no salió hasta que consiguió cortocircuitar al tripartito yendo a
negociar él directamente con Zapatero el último escollo del nuevo estatuto
catalán: la financiación, ni más ni menos. Por cierto ¿Mérito o demérito? Si consideramos que él mismo dijo al poco tiempo que era obsoleto y que no servía ¿Para qué lo negoció entonces? ¿Y por qué lo vendió como el gran éxito de su gestión como jefe de la oposición?
El segundo momento se ha
producido más recientemente, a raíz de su desencuentro con Rajoy en el momento
físico de su entrevista, y el posterior batacazo que se da al perder 12
diputados en unas elecciones anticipadas convocadas con la finalidad de obtener
una mayoría excepcional. En ambos casos, la reacción no parece obedecer a
móviles políticos, ni a un cálculo ni a nada de esto, sino más bien al cabreo
por la frustración de las expectativas. Como el niño repelente de Astérix. Sólo
que aquí nadie le dice que deje de contener la respiración. Y claro, si sigues conteniéndola porque nadie se da por aludido, ni siquiera los tuyos, corres el riesgo de acabar asfixiándote... o de hacer el ridículo. Y en ésas estamos. Es decir, que hay
que entenderlo en clave psicologista, a partir de su psiquismo interno; de su intolerancia a la frustración. Tal vez
por esto no se entienda nada en términos de razón política.
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