Corruptelas las ha
habido, las hay y las habrá siempre en todas partes, aquí y allá. Pero “allá” –entiéndase
más allá de los Pirineos- está mal visto hacer gala de ellas. Y si te pillan,
cascas. Es lo de predicar con el ejemplo de la mujer del César. En realidad
nunca sabremos si es o no honesta; sólo si lo parece. Porque uno, socialmente
al menos, es lo que parece, lo que se ha decidido que es. Sea lo que sea
“ontológicamente” hablando.
Aquí, en cambio,
estas finezzas nunca han prosperado.
La desfachatez con que se alardea de corrupto impune no es un simple hecho
diferencial hispánico, sino el hecho diferencial hispánico por excelencia.
Ahora Telefónica ha colocado a Rato. El penúltimo de los amiguetes de Aznar que
faltaba por colocar en Telefónica. El último es Rajoy… Tiempo al tiempo. Si
nadie lo remedia, claro.
Rodrigo Rato es un
tipejo de estos que piensa que las leyes están sólo para los otros. Lo demostró
desviando un río para que pasara justo por debajo del salón de su casa solariega.
Eso fue cuando todavía estaba en la oposición de mano derecha de Aznar –la
izquierda era Álvarez Cascos- con el “¡Váyase
señor González!”. Luego, como ministro económico y vicepresidente del
gobierno durante los años del aznarato, fue culpable activo de la cultura del
tocho y la burbuja inmobiliaria que acarreó. Eran los tiempos de las grandes
privatizaciones y del (como a ellos les iba bien) “España va bien”. No tocado
por el “dedazo” aznárico, emigró a la presidencia del FMI, de donde tuvo que
salir al poco tiermpo nocturnamente y por piernas. Pero los “amigos” ya le
habían preparado una colocación a su medida: Bankia, el buque insignia de la
cólera de Dios, que acabó por hundir a los pocos meses. Eso sí, cobrando una
cuantiosa indemnización que pagaremos entre todos los contribuyentes. Imputado
por sus presuntas responsabilidades en este último fiasco, se incorpora ahora al refugio que sus amigotes Zaplana y
Acebes le han arreglado en Telefónica.
Telefónica, o
Movistar, como la llaman ahora. La empresa pública privatizada a precio de
saldo para luego colocar en ella a los que la vendieron. La misma que con unos
beneficios de más de cuatro mil millones de euros, despide trabajadores. Ahora
sabemos por qué. Había que hacer un sitio en las cuentas para la nómina y las
dietas de Rato… Y de Urdangarín, y de Zaplana, y de Acebes. ¿cómo es posible
tanta desvergüenza? ¿En qué otro país civilizado
puede pasar algo así sin que se haga nada? ¿Qué ha de pasar para que esto no
pueda ocurrir?
No lo
sé. Pero sí sé no quiero ser cliente de una empresa que coloca chorizos
notorios y desaprensivos en su nómina, carcajeándose de cada uno de nosotros haciéndonos pagar
sus dietas en nuestros recibos. Lo de Rato ha sido la gota definitiva que ha
colmado el vaso. Mañana me daré de baja de Telefónica. Todos deberíamos
hacerlo.
Enhorabuena por el post. En mi modesta opinión, representa la clase de contundencia que solo es posible hallar en la verdad monda y lironda y carece de desperdicio alguno. Esto es una nave a la deriva acribillada de agujeros en la línea de flotación.
ResponEliminaY también gracias por el ejemplo, pues cundirá entre muchos que asimismo nos daremos de baja y nos iremos a otra compañía. Un saludo y buenos augurios para lo que nos queda.
Gracias por los ánimos. Y lo de darme de baja, ya sé que, muy probablemente, no servirá para nada. Pero cuando me llamen de Telefónica para preguntarme por qué me doy de baja, me daré el gustazo de responderles que porque no quiero trabajar con una empresa dirigida por chorizos que contratan a más chorizos como Rato. Si lo hicieran unos cuantos miles, otro gallo nos cantaría.
ResponEliminaSaludos.