No
había en la Hispania del siglo VIII una unidad territorial que pueda ser
considerada como tal. Y ello no porque se pueda demostrar que en muchas
ocasiones hubiera dos reyes, enfrentados o no entre ellos, sino porque los
godos tenían un concepto étnico de la monarquía, no territorial. Si alguien podía
tener en el siglo VIII un concepto territorial del poder era en todo caso la
Iglesia Católica, no los visigodos. El rey lo era de los visigodos, no de las
Españas o de Hispania. En todo caso, Hispania era el territorio donde estaban.
Estamos
hablando de un pueblo históricamente nómada, que a lo largo de su existencia se
instalará en distintos territorios, siempre según las circunstancias. Desde
Escandinavia a Polonia y al Mar Negro, presionados por los hunos acabaron
cruzando el Danubio y se adentraron en el imperio romano, de oriente primero,
de occidente después. Camparon durante más de un siglo por el norte de Italia y
por la Galia. Luego se instalaron en Tolosa, desde donde controlaban el sur de
las Galias y la Tarraconense hispánica. ´Sus “capitales”, por decirlo de alguna
manera, fueron sucesivamente Tolosa, Narbona, Barcelona y Toledo, donde se
instalaron hacia el 550, más o menos, después de haber sido expulsados de las
Galias por los francos -excepto de la Septimania, que llegaba hasta el Ródano-.
Tomando
como referencia la última división administrativa romana, los godos controlaron
unas tres cuartas partes de la Tarraconense y otro tanto de la Cartaginense,
así como la mitad de la Lusitania y de la Bética. En la Galaica y norte de la
Lusitania estaban los suevos; en la mitad mediterránea de la Bética y hasta el
Levante, se asentaron los bizantinos; en la cornisa cantábrica estaban los vascones…
En el mejor de los casos, estaríamos hablando de las dos
terceras partes de la península. Y eso sin contemplar el más que dudoso control
efectivo sobre muchas de estas zonas o de las ciudades de tradición romana,
como Tarragona, Zaragoza, Mérida o Sevilla. Pensar en un concepto territorial
de «nación goda» es un anacronismo, en todo caso se puede hablar del «pueblo
godo». Sin perjuicio de su conversión al arrianismo, primero, y al catolicismo,
después, ver Hispania como su «tierra prometida» es interpretar su odisea por
Europa durante cinco siglos en términos bíblicos, algo a lo que más bien parece
que eran bastante ajenos. No deja de ser curioso que en el momento que parece
que han conseguido el control de casi todo el territorio peninsular, lleguen
precisamente los árabes y les desplacen.
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