Decíamos en segundo lugar, que los Reyes Católicos no
supusieron la recuperación ni la institución de la unidad peninsular
referencial que se creía haber perdido, y ello, añadíamos, no sólo porque dicha
unidad originaria fuera una quimera, sino también porque cada uno de los
reinos mantuvo sus propias estructuras políticas y seguían siendo, de iure y de facto, reinos independientes entre sí. Que estuvieran bajo un
mismo monarca era, vamos a decirlo así, algo accidental.
Para que nos hagamos una idea basta con contemplar lo que
ocurría en ambas coronas a la muerte del monarca. A la muerte del rey, en
Aragón heredaba por lo general el primogénito los reinos peninsulares -Aragón,
Cataluña y Valencia-; el menor se quedaba con los insulares y transpirenaicos.
Y eso sin contar que en Sicilia había otra rama de la dinastía de Barcelona que
funcionaba por cuenta propia. El segundo acto estaba servido. El primogénito,
disconforme con la división, agrede a su hermano menor, el cual a su vez busca
alianzas que aseguren su corona, preferiblemente entre los enemigos de su
hermano mayor. Cuando por fin, después de años y guerras, se encuentran de nuevo
bajo una misma corona todos los territorios que la herencia paterna había
separado, va el rey y, al morirse, reparte sus posesiones entre sus hijos exactamente
igual que lo había hecho su padre. Y vuelta a empezar. Si en lugar de Aragón,
hablamos de Castilla, la historia es más o menos la misma: León, Castilla,
Zamora…
En realidad, lo que se selló con los Reyes Católicos fue
una alianza política y militar permanente entre Aragón y Castilla. Aunque habían
tenido sus guerras, ambos reinos habían vivido la mayor parte del tiempo
en relativa buena vecindad. La corona catalano-aragonesa había concluido su
expansión peninsular con la ocupación de Valencia, tras lo cual
se había lanzado a una política de expansión mediterránea de signo claramente
gibelino. Castilla, por su parte, más aislada de la política europea, se
concentró en la expansión peninsular. Pero lo que había funcionado desde el
siglo XIII ya no era sostenible a finales del XV y albores del XVI. En otras
palabras, la Corona de Aragón ya no estaba en condiciones de mantener su
posición de potencia mediterránea. Y ello fundamentalmente por dos razones que
se llamaban, respectivamente, Francia e Imperio otomano.
A lo largo de dos siglos, la expansión catalana llevada a
cabo por la Corona de Aragón había forjado un “imperio” mediterráneo de cierta
importancia. A las Baleares, cuyo reino comprendía las islas más los dominios
del sur de Francia, se le habían ido añadiendo Sicilia, Cerdeña y el reino de
Nápoles –la mitad sur de la bota italiana-. Nominalmente también cabría añadir
los ducados de Atenas y Neopatria, en Grecia. Los grandes enemigos de Aragón en
todo este periodo habían sido Francia, el Papado, Génova y la Casa de Anjou.
Aun sin haber alcanzado jamás el esplendor de Venecia, Pisa o Génova, lo cierto
es que Barcelona había llegado a rivalizar con ellas.
Pero el escenario era otro en las postrimerías del siglo
XV. Con una población que nunca superó el millón de habitantes, la Corona de
Aragón había conseguido vencer a Francia con unas cuantas compañías de
almogávares y la marina de guerra catalana. Pero la Francia que se asomaba al
siglo XVI no era la del siglo XIII. Y Cataluña, motor de la Corona de Aragón, tampoco. La primera había ido a
más, la segunda a menos. Nápoles, por ejemplo, era insostenible. La Corona de
Aragón ya no era viable en la medida que no estaba en condiciones de mantener
su dominio mediterráneo frente a una Francia cada vez más fuerte y a un imperio
otomano que, tras la toma de Constantinopla, cerrará prácticamente el
Mediterráneo oriental. El descubrimiento de América será el aldabonazo
definitivo.
Al establecer la alianza con Castilla, Fernando de Aragón
se asegura los recursos de un reino mucho mayor ya por entonces, todavía en
fase expansiva después de concluir su expansión peninsular y sin una política
europea claramente definida. Y toda su política consistirá en tratar de
establecer un entramado de complicidades europeas destinado a aislar a Francia.
No deja de ser curioso como después de perder la regencia de Castilla y
recluido de nuevo a Aragón, un politico hábil y astuto como él conseguirá
llegar a un acuerdo con Francia que le permita mantener Nápoles a cambio de
otras concesiones.
Porque la alianza entre Castilla y Aragón se había roto
con la muerte de Isabel de Trastámara y el advenimiento de su hija Juana I “la
loca” y su controvertido consorte, Felipe I “el hermoso”. El hijo de ambos,
Carlos, heredará Castilla de su madre, Flandes, Austria y Borgoña de su padre y
Aragón de su abuelo Fernando, en lo que será una suerte de monarquía confederal
que perdurará durante dos siglos en los reinos hispánicos. Pero esta ya es otra
historia…
Y si desaparecerá la costumbre medieval de dividir el
reino entre los hijos a la muerte del monarca, será simplemente porque el horno
no estará ya para bollos en la Edad Moderna, no por sentido político de Estado.
A la fuerza ahorcan, dicen por ahí.
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