Como la corrupción. Desde Juan Guerra, la PSV o Filesa -en
los grandes tiempos del PSOE- hasta Rosendo Naseiro, Gürtel y los “sobrecogedores”
PP con su ínclito Bárcenas, pasando por Banca Catalana, Pretoria y el caso “Palau”
del inefable Millet… Siempre detrás, como el culo. Y siempre se las arreglan
para, como la antecitada parte anatómica, no dar nunca la cara. Sólo a través del espejo. Que si no hay
pruebas, que si se obtuvieron mediante estos o aquellos mecanismos ilegales, que si van a por mí…
siempre la misma milonga. Hasta la náusea.
Y siempre el “tú más”. Esta tarde oí a un insigne parlamentario del PP
proclamar que el caso Bárcenas es un ataque contra el PP porque trabaja
para el bien de España. Pujol Jr., por su parte, ya se le había anticipado al afirmar que
su imputación y todo lo que se le hace a él es un ataque contra el proceso
soberanista catalán. ¿Para qué seguir? Medames et messieurs, rien ne va plus!
Más o menos hará sus treinta años, pasé dos
largas temporadas en México por razones de trabajo. Un país maravilloso que
siempre recordaré con gratitud y llevaré en mi memoria y en el corazón. Una de
las cosas que más me sorprendió fue como la corrupción no es que fuera allí una
forma de vida, sino que formaba parte de la vida. Estaba tan absolutamente arraigada socialmente e
interiorizada individualmente que podría decirse que era parte del ADN cultural. Vamos, que casi incluso que lo
reconocían con una ingenuidad digna de tal nombre, en la acepción originaria
del término. Desde el presidente de la República hasta el último mono, todos tenían su mordida. Podría decirse que las retribuciones
por un empleo comprendían no sólo el salario, sino que comprendía también "oficialmente" la parte de mordida que en
función del estatus le correspondiere. A gran salario, gran mordida, a salario
de mierda, mordida también de mierda, que siempre ha habido clases, pero mordida al fin y al cabo.
Lo comento porque este fenómeno me dejó perplejo. Y
conste que la mayor parte de la gente que conocí eran personas maravillosas.
Cuando después de unos meses regresé a España, tuve la falsa impresión –sólo durante
el tiempo de readaptarme, claro- de estar viviendo en un país modélico y
europeo. Quizás fue la ingenuidad de la juventud. Hoy, desde luego, mi
perpeljidad sería por otras razones
Cuando hablabas con los mexicanos de los problemas de su
país, todos decían que el mayor problema era la corrupción. Pero se referían a una
corrupción metamorfoseada en entelequia, casi diría que teologizada. O más exactamente, la corrupción de
(todos) los otros. ¿Quién iba a ser el primero en pasar por tonto?
Cambio de tercio. Cuando los escándalos de corrupción en
Italia y los conchaveos entre la clase política y empresarial llegaron a tal punto que lo jueces
no tuvieron más remedio que empezar a enviar gente a la cárcel -primer ministro Craxi incluido, sólo que
éste tomó el camino de Hamemett- y la cosa acabó con la famosa
Tangentópoli llevándose por delante a los partidos politicos tradicionales, el
periodista Indro Montanelli escribió un artículo, a mi parecer, imprescindible.
No sólo hablaba de corrupción en la clase política, sino también, y fundamentalmente, de
incompetencia.
Decía Montanelli que corrupción, en Italia, la había habido
desde siempre, empezando por Julio César. De éste afirmaba, bien documentado, que fue ciertamente corrupto,
pero no incompetente. César le birló al erario público romano, en términos
relativos, más de lo que cualquier político de nuestra época pueda jamás soñar.
Pero aportó riqueza a Roma. Se quedó con una cuarta parte del botín de las
Galias, sí; pero aportó a Roma las tres cuartas partes restantes, que no eran
moco de pavo. Al menos, proseguía Montanelli, César fue productivo para Roma.
Él y tantos otros igualmente corruptos. Pero lo que no se puede tolerar,
concluía, es un corrupto incompetente. Porque este no roba de lo que produce,
porque no produce nada, sólo destruye y empobrece a la sociedad que vampiriza.
Eso lo
decía Montanelli de la Italia de finales de los ochenta. Aquí, en la España del tercer lustro del siglo XXI, seguimos sin haber aprendido nada.
Nuestros politicos no sólo son corruptos e incompetentes, son además orates.
¿Qué clase de pueblo puede aguantar esto?
Como decía el lúcido escudero Jons del "Séptimo Sello", el culo siempre estará detrás. Sí, de acuerdo. Pero a los que añaden a su condición corrupta la más irredente de las incompetencias ¿Por qué no les damos puerta? ¿Por qué será que no?
Resulta absoutamente imposible no suscribir cada idea, cada línea y cada coma, salvo que uno forme parte del conjunto de esos mismos orates que mencionas. Excelente, como siempre.
ResponEliminaMagnífico artículo y magnífico Montanelli. Está claro que la mediocridad y la ineptitud son más peligrosas (aún) que la falta de honradez. Pena de clase política...
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