Confieso que entre el psicologismo y
el sociologismo siempre he tendido a inclinarme por el sociologismo. El debate
se remonta como mínimo a los clásicos, pero fue Émile Durkheim en el siglo XIX
quien lo popularizó con estos términos en su estudio sobre el suicidio.
Durkheim mostró como el índice de suicidios mantenía unas sospechosas
constantes cuya tenacidad más bien parecía explicarse desde la sociedad en que
se producían, y del grupo social al que pertenecía los suicidas, y no sólo como una
simple volición abordable desde perspectivas psicologistas. Si el número de
suicidios que se producen anualmente en una determinada sociedad es más o menos
constante, quizás sea porque se trata de un fenómeno no estrictamente
psicológico, sino también y mayormente, sociológico.
Un debate eterno y trasladable a otros
ámbitos. ¿Hubiera otro conquistado las Galias en su lugar si Julio César hubiese
muerto de niño? ¿Y si a Newton no le hubiera caído la famosa manzana en la
cabeza? En definitiva ¿Es el individuo el que determina las circunstancias o
son éstas las que dan lugar a un determinado individuo? Ciertamente, es posible
pensar que de haber muerto Napoleón de un balazo en el sitio de Tolón cuando
era sargento, ni la república se hubiera tornado imperio ni hubieran existido
las “guerras napoleónicas”. Pero también podemos pensar que son las circunstancias
concretas las que permiten, y hasta “exigen”, la aparición de un personaje con
unos determinados perfiles que se adapta y adecua a ellas. Ya digo, sin negar
el factor humano, mi propensión ha sido siempre más bien tendente al
sociologismo. Filosóficamente diríamos hegeliano.
Todo esto viene a propósito de mi
perplejidad ante un personaje que está consiguiendo que empiece a poner en duda
tales concepciones, incluso hasta el punto de amenazar seriamente dar al traste
con ellas. Me estoy refiriendo, por supuesto, al inefable Artur Mas. Volviendo a Hegel ¿Es Mas también "materia de la astucia de la razón"? La verdad, empiezo a
pensar que para entender lo que está pasando en la política catalana y, sobre
todo, la forma como está pasando lo que acontece, no queda más remedio que
recurrir a argumentaciones psicologistas que llamaré, como singular aplicación
del “factor humano”, el “Mas factor”.
Se atribuye a Tarradellas la frase
según la cual en política se puede hacer de todo, menos el ridículo. Una máxima
que nuestro hombre está haciendo trizas. Aceptemos que
pierde las primeras elecciones, las del 2003, -aunque él dice que las ganó- debido al desgaste
que su coalición arrastraba después de veinte años en el poder. Las segundas
vuelve a perderlas ante un tripartito que en tres años se había desgastado más
que CIU en veinte. Aun así, pierde, pero él sigue diciendo que las ganó.
Finalmente consigue ganar unas elecciones rozando la mayoría absoluta. Entonces
se transmuta de tecnócrata a independentista y, dos años después, se sube a la
ola del 11 de setembre y convoca unas elecciones anticipadas con el objetivo
proclamado de obtener una “mayoría excepcional”(SIC) que le garantice la
hegemonía para pilotar el proceso hacia la independencia. Se da de bruces y
pierde doce diputados -de 62 a 50-. Pero no ceja.
Ahí sigue, como si nada,
haciendo leyes que sabe que le van a tumbar en unos días -la de depósitos
bancarios-, en unos meses -el euro por receta cuya supresión acarreará que nos
prohíban respirar en catalán, según su insigne portavoz-, o manifiestos que
luego debe rehacer porque que se queda solo. O afirmando estar por encima de la
ley convocando referéndums que luego reconoce que no tienen ningún valor
jurídico ni para el propio convocante que es él mismo. ¿Cómo se puede entender
todo esto? En términos políticos no parece posible. Hay que recurrir a otro
tipo de explicaciones.
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