El
concepto de España que se construirá a lo largo del siglo XIX por analogía con
el de Francia, presentará, ya desde un primer momento, una inevitable variante
trágica. El proceso histórico se trunca en el año 711 con la invasión árabe y
serán necesarios ocho siglos hasta que se vuelva al punto de partida
inmediatamente anterior a la ruptura causante de la anomalía. Son los que van
desde Don Rodrigo hasta los Reyes Católicos.
Ortega
atribuye esta anomalía a la falta de vigor de los visigodos porque eran un
pueblo ya excesivamente romanizado –es decir, debilitado- en los tiempos que asoman por Hispania. El Romanticismo, más proclive a interpretaciones de
naturaleza pasional, construye a un Don Rodrigo libidinoso que al violar a la Cava,
estimula las veleidades felonas de su padre Don Julián, gobernador de Ceuta,
que en venganza acuerda abrirles las puertas de España a los árabes. Las
pasiones humanas y la traición desencadenan la tragedia. Una tragedia que
requerirá ocho siglos de reparación, de penitencia.
Una
construcción, ésta, que acaso estaba más pendiente de la situación del presente
que se estaba viviendo que del pasado en el que se proyecta. Una nación sumida
en el caos y la decadencia, en el fanatismo y la ignorancia, donde las revoluciones
y contrarrevoluciones se alternan y simultanean con una guerra civil
intradinástica que se extenderá a lo largo de todo el siglo...
No
pretendo aquí hacer ningún descubrimiento excepcional, pero me pregunto hasta qué
punto la reconstrucción histórica que se hace de la monarquía visigoda de
principios del siglo VIII, con las guerras civiles entre “witizianos” y
“rodriguistas”, altos dignatarios más o menos felones y ávidos de poder que van
apareciendo y desapareciendo de escena en un contexto de caos, desgobierno y
decadencia, mientras el enemigo acecha esperando su oportunidad, no estará
determinada por las guerras carlistas, los espadones del XIX y sus
conspiraciones, la liquidación del imperio ultramarino y, por qué no, la
todavía por entonces reciente disputa entre el rey y su heredero, que había
concluido ni más ni menos que con la ocupación napoleónica. En resumen, las
inquietudes del presente trasladadas al pasado fundacional.
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