Nos lo ha tenido que
recordar Gregorio Morán hoy en sus “Sabatinas” de la Vanguardia (que no puedo
enlazar por ser accesibles sólo para suscritpores): hace ahora 50 años que
Julián Grimau fue asesinado. Aún 24 años después del final, los vencedores
seguían en pie de guerra civil. Lo fusilaron sentado en una silla porque no se
tenía en pie de tantos huesos rotos; había sido cruel y sádicamente torturado y
arrojado al vacío desde el tercer piso de comisaría. El juez que le condenó en
una parodia de juicio tenía dos años de derecho y tres de pistolero a sueldo
del régimen franquista. Fraga Iribarne, ese ilustre “demócrata” que era
entonces ministro de Franco, ejerció de vocero del régimen justificando su
ejecución.
Grimau había sido un
policía profesional que se mantuvo leal a la República. Durante la guerra,
dirigió los servicios de contraespionaje en Barcelona y Madrid, destinados a
capturar quintacolumnistas. Dura y sucia tarea, sin duda, la de capturar espías
y saboteadores, dura y sucia como lo es la propia guerra. De haber estado en el bando de los
vencedores, habría sido magistrado como el que le condenó a muerte. Su problema
fue que estaba en el de los vencidos. Morán nos recuerda también como entre tanto
quintacolumnista estaban los amigos del hoy prócer de la patria catalana Francisco
Cambó (Francesc en la intimidad), quien a su vez financiaba el franquismo desde
su dorado exilio en Suiza y Argentina.
Hoy Cambó es una
figura respetada y jaleada por el nacionalismo catalán. De golpista y
reaccionario ha metamorfoseado en prohombre del catalanismo y hasta precursor
del independentismo. No es raro ver monumentos erigidos en su honor. De Grimau
no se acuerda nadie. Sigue habiendo vencedores y vencidos.
Definitivamente,
la memoria de este país es una mierda. No es raro que nos vaya como nos va. Hasta
puede que nos lo merezcamos.
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