En el ámbito que aquí nos
ocupa, los errores de cálculo están una posición similar a la de los errores
conceptuales y de valoración. Y ello no sólo porque Reinhard-Rogoff se
reafirmen en sus tesis, eso sí, algo atemperadas, con independencia de los resultados
que pueda arrojar un cálculo matemático, sino porque su función incorpora el
propósito de llegar a lo que se quería llegar, es decir, a la verdad
teológico-económica según la cual hay que evitar el déficit a cualquier precio
y primar la austeridad. Y si resulta que el cálculo matemático coincide con sus
apriorísticos postulados, tanto mejor. Y si no, peor para las matemáticas.
Cuando la ideología se
enmascara de ciencia, nos las tenemos con la peor de las manipulaciones. En su
teoría de la adequatio, Aristóteles
definía la verdad como la adecuación de un enunciado a un estado de cosas. Pero
si este enunciado contiene elementos valorativos previos de una naturaleza tal
que me obliga a forzar el "estado de cosas" para que se «adecue» a
él, lo que estoy haciendo es, simple y llanamente, ideología. Y si la revisto
de matemáticas para darle un toque de cientificidad, entonces es ideología de
la peor especie.
Alguien podría decir que
también en el experimento científico se fuerzan los hechos. Y es cierto, sí.
Pero más allá de los requisitos metodológicos y de verificación o falsación
-que se diría en popperiano- de las leyes que pretenda establecer en base al
comportamiento de unos hechos determinados, la diferencia radica en la naturaleza
de los fenómenos con que nos las estemos habiendo. Creo que aún queda mucho que
decir sobre la condición nomotética o idiográfica de los saberes humanos y de
sus sendas funciones de descripción (Erklären)
o comprensión (Verstehen), según se
trate de Naturwissenschaften o Geisteswissenschaften; saberes (ciencias)
de la naturaleza o saberes (ciencias) del espíritu.
Las primeras, las Naturwissenschaften, se corresponden a
lo que conocemos genéricamente como «ciencias», y su lenguaje es la matemática.
Las segundas, las Geisteswissenschaften,
remitirían a aquellas disciplinas del conocimiento humano cuyo ámbito, sensu lato, se corresponde con los
propios saberes sobre el hombre y sus realizaciones, no susceptibles, de entrada
al menos, de ser tratados como lo que cartesianamente llamaríamos res extensa, aunque su proyección sí
pueda serlo en parte o incluso totalmente. Podemos encontrar en este segundo
ámbito denominaciones genéricas -«ciencias» del espíritu, artes, humanidades, «ciencias»
sociales...-, o más progresivamente acotadas disciplinarmente en función de su
objeto -historia, sociología, psicología, antropología, economía... y tantas
otras-.
Está claro que la
utilización del lenguaje matemático en las Geisteswissenschatf
ha supuesto un gran avance en la comprensión de los fenómenos que constituyen
su(s) objeto(s). Pero de ahí a la grosera equiparación-homologación que muchos
de sus profesionales pretenden establecer con respecto a las ciencias
propiamente dichas, hay un abismo. Porque son cualitativamente distintas. Un
abismo que acaso se podría explicar desde la posición autorreferencial de inferioridad
de unas respecto a las otras, que ha acabado incurriendo en el absurdo según el
cual, por el simple hecho de que esté utilizando algún cálculo o modelo
matemático para abordar mi objeto, ya se
supone que estoy haciendo «ciencia»... Claro, dicen, porque igual que los
físicos, los economistas o los sociólogos utilizan las matemáticas para
comprender los fenómenos que estudian. Ello sin reparar en la naturaleza
cualitativamente distinta de uno y otro objeto. O para darle apariencia de
verdad científica a lo que en realidad es una posición ideológica. (Continuará)
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