Porque a diferencia de disciplinas como, por ejemplo, la música, cuya dotación matemática le es inherente per se, pero que precisamente por ello no equipararemos sus «verdades» con las verdades físicas, sino que se encuadraría en las bellas artes y en la creación del artista -un músico será en general inteligentemente indiferente a que se le considere científico o no... Porque su arte tiene entidad propia- a diferencia de la música, decíamos, otras disciplinas parece que, de no utilizar, incluso innecesariamente, e impostadamente en muchos casos, la matemática como lenguaje, no serían nada. O mejor, que sus profesionales no conseguirían la credibilidad que demandan del respetable. De ahí que nos lo estén recordando ad nauseam.
Pero el hecho de utilizar el lenguaje matemático no convierte a un saber o disciplina automáticamente en ciencia. Véase si no la astrología. O en un caso más actual y mucho más sangrante dada su rabiosa actualidad, la pedagogía. Obviamente, ni en un caso ni en otro tienen la menor culpa las matemáticas de sus dislates. Como no la tienen tampoco si alguien se empeña en forzar unos hechos para cargarse de razón en sus convicciones apriorísticas y utiliza las matemáticas para ello.
Así que, volviendo a nuestros Reinhard-Rogoff, sería un error pensar que la utilización abusiva, capciosa y hasta impostada de las matemáticas en determinadas disciplinas que se autoinvisten con ello del rango de «ciencia», es debida sólo a un complejo de inferioridad profesional que busca de este modo adquirir una mayor respetabilidad. Y sería un error porque no se trata, o al menos no se trata solamente de que un determinado gremio profesional o académico aspire a gozar de un mayor prestigio y credibilidad, sino de algo mucho peor: se trata de que una vez se haya "reconocido" este prestigio y credibilidad sociales, nos puedan colar impunemente gato por liebre. Es decir, vendernos ideología de la peor estofa como si fuera una irrebatible verdad científica.
Que esto sea epistemológicamente hablando una auténtica aberración no parece que tenga la menor importancia para los implicados. De lo que se trata es de conseguir el prestigio social para imponer un modelo tan teológico como los prejuicios de que dicen huir y que atribuyen impúdicamente a los que siguen sin impresionarse por tanta parafernalia con ribetes de impostada cientificidad.
Este era ni más ni menos el contexto en que se inscriben nuestros Reinhard-Rogoff: colarnos teología por ciencia. Desgraciadamente para ellos, el cálculo matemático les jugó una mala pasada y se descubrió el pastel. Su actitud posterior no hace sino ratificar sus vasallajes ideológicos. Y como no podía ser de otra manera, por debajo de la impoluta túnica del pragmatismo, asoma una fea pezuña de cabra.
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