Comentaba el joven Marx que
todas aquellas pamplinas medievales sobre el honor y el arrojo guerrero propios
la nobleza, no ocultaban sino la holgazanería más desmedida y chabacana. Hoy
con el "honor" de los políticos escrachados y sus compañeros de
viaje, sería la desvergüenza y el más patético de los cinismos. Porque la
apelación a algo en que ya nadie cree, es patética. Me estoy refiriendo a los
sarpullidos que ha levantado el fenómeno escracher entre sus supuestas víctimas y a la celeridad con que han desarrollado
medidas represivas para ponerle coto. Una celeridad que contrasta con la
extrema lentitud de que hacen gala en otras materias que, para ellos sin duda,
deben ser anecdóticas.
Aun manteniendo intactos
todos sus privilegios, dicen sentirse acosados cuando un grupo de "desahuciados
inmobiliarios" se planta a la puerta de su casa increpándoles su cinismo y
su displicencia. Y entonces descubrimos que, como Al Capone llorando mientras
escuchaba a Carusso, también los políticos tienen sus sentimientos ¿Cómo no?
Muy bien, nos damos por enterados, hasta ahora no se había notado.
Y lo más enternecedor es
cuando, con este morro que se lo pisan, aluden al daño que puede hacerles a sus
familias, sobre todo a sus hijos. Imagínense
ustedes los traumas que puede producir entre la delicada y sensible progenie de
los políticos, que el hasta entonces respetable dignatario y amante padre/madre
entre los suyos, resulta vituperado por una cuadrilla de desalmados que no
quieren seguir pagando la hipoteca de una vivienda de la que han sido echados. Ya
se sabe como son los pobres, gentes desagradecidas que muerden la caritativa
mano que les da de comer...
Poco importa que los
tribunales europeos hayan dicho que esta práctica atenta contra todo sentido
del derecho y que, además, es inmoral. Tampoco parece preocupar el trauma
infantil de los niños que ven como les echan de sus casas y le condenan a la
miseria. Al contrario, hasta puede que, para estos "otros" niños, sea
un ritual iniciático para que se vayan enterando de lo que les espera en la
vida... Curiosa asimetría que alguien se preocupe por el trauma de un niño cuyo
papá es objeto de escrache, pero que
se quede indiferente ante el del que es arrancado de su casa.
Y claro, cuando algunos
resabiados deciden ir a protestar frente al domicilio de los responsables
políticos, la reacción es al unísono y unívoca: reprimir, fomentar la delación
y poner multas. Así como eventuales penas de cárcel. Que nadie se extrañe que
dentro de poco a un escracher pillado in
fraganti le caiga más multa y cárcel que a cualquiera de los honorables
encausados ante los que protestan. Quieren cortarlo de cuajo porque les da
pánico. Y tienen razones sobradas para ello; para que les dé pánico, quiero
decir.
No me gusta el escrache. La
verdad, me parece francamente de mal
gusto. Pero me parece mucho peor la corrupción y la "condescendiente"
tibieza con que se está tratando por parte del sistema y sus poderes fácticos. Es
decir, ellos mismos y sus mamporreros. O quizás los mamporreros sean ellos. Porque,
claro ¿Cómo queremos que reaccione alguien a quien echan de casa a la vez que
obligan a seguir pagando por lo que le han quitado, mientras observa los
obscenos espectáculos de corrupción con que, día tras otro, nos obsequian los
mismos que se niegan a corregir esta aberración?
En la magistral película de
Ettore Scola "La nuit de
Varennes" -el modelo de la no menos magistral "Stage Coach" de John Ford,
trasladado a la revolución francesa- uno
de los protagonistas le replica a la princesa que no entiende cómo el pueblo puede
ser tan desagradecido con su rey legítimo: "han
descubierto que son pobres".
Los desahuciados lo
están descubriendo también. Y que mientras la justicia blinda a banqueros
convictos y a políticos corruptos, a ellos les quitan la vivienda y, si encima
protestan, les multan y meten en la cárcel. Un descubrimiento interesante. Y
revelador.
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