Confieso haber leído antes su
"Cándido" (o un sueño siciliano) que el de
Voltaire. ¡Qué tiempos aquellos en que
la izquierda tenía autores de enjundia y la derecha parecía disponer sólo de meapilas!
Hoy he pillado en uno de esos canales de cine
que, a veces, vale la pena tener a mano, la versión cinematográfica de "Il contesto", con el título de Cadaveri
eccelenti (1975).
Una muy buena versión para la gran pantalla. No podía ser menos si está allí el inolvidable Lino Ventura, interpretando al inspector Rogas, con su mural (en la novela) del grabado de Durero "El caballero, la muerte y el diablo" en su despacho, convencido de la naturaleza apolítica de los asesinatos en serie de jueces y magistrados que está investigando en una Italia imaginaria de principios de los setenta.
Una muy buena versión para la gran pantalla. No podía ser menos si está allí el inolvidable Lino Ventura, interpretando al inspector Rogas, con su mural (en la novela) del grabado de Durero "El caballero, la muerte y el diablo" en su despacho, convencido de la naturaleza apolítica de los asesinatos en serie de jueces y magistrados que está investigando en una Italia imaginaria de principios de los setenta.
Hay una escena que recordaba con
especial detalle y que me ha vuelto a impresionar por su condición rabiosamente
actual. Rogas, un policía profesional y serio, está convencido de que los
asesinatos de fiscales, jueces y magistrados que se están produciendo, son el resultado de un error judicial perpetrado
en la persona de un farmacéutico, engañado doblemente por su mujer, que tras
unos cuantos años en la cárcel, se está vengando de aquellos que tan
displicentemente le habían condenado siendo inocente. Y Rogas sabe que la próxima víctima será el
último que queda vivo de los que participaron en el juicio, el actual presidente de la Corte Suprema. Trata de explicárselo, le
desmonta la teoría de la conspiración terrorista de extrema izquierda y le
sugiere que tome precauciones, porque él es el siguiente de la lista. Entonces, el magistrado -Max von Sydow-
se envuelve de lleno en su papel y le replica, en tono autoritario y vehemente:
- ¿"Error judicial" dice usted? ¿Lo afirma o lo cree?-
Ante tan solemne reprobación, Rogas se achanta y balbucea algo así como que "lo cree", porque
es la conclusión a la que ha llegado. Y entonces es cuando llega a su climax la autoafirmación del poder por
el poder.
¿Es usted católico? ¿Va a Misa?
El pobre inspector responde que sí, que es católico, pero que... bueno, como
todo el mundo... que sólo va a misa para bodas, comuniones y entierros. Muy
comprensivo con tales debilidades, el alto dignatario prosigue imperturbable
su monólogo autoapologético, que transcribo a continuación con
toda la fidelidad que soy capaz de recordar (no tengo el libro a mano):
"Incluso los católicos que,
como usted, van poco a misa, saben que la consagración es algo
que se repite una y otra vez, siempre que la lleve a cabo
un sacerdote, un ministro de Dios, debidamente ordenado. Y que la
transubstanciación se produce aunque el sacerdote pueda no ser una
persona de conducta ejemplar o incluso abiertamente reprobable. Si se pusiera en duda el misterio de la consagración, la propia idea de la misa dejaría de tener sentido. Exactamente por
la misma razón, la idea de "error judicial" no tiene cabida en
nuestra sociedad. Cuando un juez emite sentencia, es como un sacerdote consagrando; no puede haber error porque entonces estaríamos cuestionando la
propia idea de Justicia. Esto, introducir la duda, es lo que hizo Voltaire, y lo que hacen sus
seguidores. Y los depositarios
de la Justicia estamos para luchar contra esto. Y para que usted lo sepa, yo no
soy ni creyente ni volteriano.
¿Sabe usted lo que era el diezmo? Cuando en la guerra había que castigar a un batallón por comportamiento cobarde, ¿qué más daba que se fusilara al culpable
de cobardía o no? No señor, uno de cada diez de cada compañía, fusilados. Eso
es la justicia. Se cuenta y al que le toca el número diez, le tocó. Y si a ese farmacéutico le tocó, eso fue justicia. No me venga con errores judiciales".
Más o menos como el "Gran Inquisidor" de Dostoievski. Ciertamente, si la secularización de lo sacro ha de acabar resolviéndose en una
sacralización de lo secular, como parece que está ocurriendo -ya sean
cortes judiciales supremas, constituciones o naciones con sus ilustres vástagos-
quizás para este viaje no hacían falta alforjas. O es que no hemos entendido nada. Nada de nada.
Gracias Sciascia, te echamos de menos.
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