La némesis del PSOE parece
irremisible. Las sucesivas derrotas
electorales se suceden sin tregua y con el valor añadido de arrojar, en cada
caso, los peores resultados nunca obtenidos. Y Galicia y Euskadi acaso sólo
sean la antesala del próximo 25 de noviembre en Cataluña. Eso sí, el
más leve asomo de análisis, siquiera mínimamente lúcido o autocrítico, sigue
brillando por su ausencia.
En realidad, lo de Zapatero
fue como un veranillo de San Martín. Una de
aquellas trampas que nos pone el diablo para que pensemos que no se nos va a
castigar por nuestros pecados y así sigamos perseverando contumazmente en ellos. O
quizás, más racionalmente, un ardid de la historia. Materia de la astucia de la
razón somos, al fin y al cabo, según dijo el viejo Hegel.
Nadie quiso reparar en su
momento en algo obvio: la concatenación de hechos que obró la victoria del PSOE
de Zapatero en el 2004 tenía, más o menos, las mismas probabilidades de
producirse que las que tiene un burro de hacer sonar una flauta. Fue una
victoria coyuntural, que habría que agradecer, entre otros, a Acebes y su
inapreciable colaboración. El PSOE estaba en
falso desde mucho antes. Luego, Acebes y su cuadrilla
lo siguieron haciendo tan "bien" que ni la evidencia incontestable de
estar habiéndonoslas con un gobierno de orates impidió que hasta mejorara
resultados cuatro años después. Un espejismo. Hoy ya nadie habla de Zapatero, excepto
para atribuirle la culpabilidad de la crisis. La socialista y la otra. Aquellos
polvos trajeron esos lodos. Dicen.
Pero no fueron los polvos de
Zapatero -entiéndase sensu stricto
según el dicho popular- los que le trajeron al PSOE los lodos actuales, sino
otros muy anteriores. Esos sí, acaso más interpretables sensu lato.
La desindustrialización
iniciada en los ochenta por los gobiernos de Felipe González -denominada eufemísticamente
"reconversión"- y la "cultura del pelotazo" que llevó
aparejada, así como la "burbuja del tocho" que fue su secuela de la
mano de Aserejé, tienen mucho más que
ver en las singularidades de la crisis en España que la ciertamente pésima
gestión de Zapatero y sus «miembros y miembras».
Mucho más.
Cuando el PSOE perdió sus
primeras elecciones generales frente al PP, era un partido desacreditado y
minado por la corrupción. Más que un partido, parecía una inmobiliaria o una
agencia de colocación. La situación estaba tan
degradada que al ungido por dedazo
no le quedó más remedio que convocar unas primarias, simulando darles la palabra
a las bases. Pero las bases hablaron de verdad, y lo que dijeron no gustó. Se optó por mirar hacia otro lado. Ahí
quedó el "caso Borrell" como evidencia para la historia.
El PSOE se negó a
renovarse a fondo, como requería la situación, haciendo borrón y cuenta nueva después del felipismo. Ignoró su propio estado de esclerótica decrepitud y abortó cualquier
atisbo de catarsis. La torpeza de Acebes, perdiendo él solito las elecciones en
24 horas, les hizo creer que la alternancia sería periódica, inevitable,
secuencial -algún sociólogo se lo contaría- y que se podían ganar unas
elecciones sin rendir cuentas. Esas viejas cuentas que pasan ahora factura. Con intereses de prima de riesgo española.
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