dimarts, 15 d’octubre del 2013

LO SOCIAL Y LO ACADÉMICO COMO FALACIAS EDUCATIVAS



Un error muy común entre pedagócratas y políticos es el de valorar los sistemas educativos y sus resultados sin distinguir conceptualmente entre dos niveles de crítica -o de análisis- situados en planos cualitativamente distintos y que sólo cabe subsumir en valoración global a modo de síntesis aditiva, pero nunca como síntesis productora de propiedades no reductibles a uno u otro ámbito. Me refiero al plano de lo académico, por un lado, y al de lo social, por el otro.

Hace ya unos cuantos años, asistí a la conferencia de un alto cargo del Ministerio de Educación que venía a Barcelona  para promocionar la LOE que el gobierno Zapatero estaba, por entonces, a punto de pergeñar. Huelga decir que el personaje en cuestión era sobradamente conocido por su anterior implicación en la elaboración de la LOGSE y por su adscripción a todos y cada uno de sus postulados, así como por algún que otro lucrativo negocio educativo a la vera del poder. La conferencia fue un auténtico modelo de manual en lo referente a esta indiscriminación entre uno y otro plano de análisis.

Su primera y fundamental apelación, alrededor de la cual versó el resto de la ponencia, fue de carácter sentimentaloide con incorporaciones de mala conciencia. Nacido en 1950, nos describió el escaso porcentaje de población que iniciaba en aquellos tiempos los estudios de Bachillerato -entre los cuales estaba él, claro- y cómo este porcentaje se iba reduciendo progresivamente al concluir Bachillerato elemental -a los 13 años-, el superior -a los 17- y así hasta la Universidad. A continuación, vino la revelación: ahora, con la LOE que estaba preparando el gobierno, todo el mundo podría estudiar Bachillerato. ¡Pues qué bien! ¡Claro! ¿Quién iba a objetar nada?

Es, con franqueza, el caso más ignominioso que he visto de capciosa indiscriminación entre el plano de lo social y el de lo académico. Veamos.

Un sistema educativo puede ser académicamente de calidad y ser, en lo social, elitista y segregador. Igualmente, puede ser en lo social muy abierto, pero académicamente muy malo. Su calidad académica dependerá de varios factores, entre los cuales cabe destacar el índice de enjundia intelectual de la sociedad en que dicho sistema está incardinado. Es decir, el nivel y la calidad de los conocimientos científicos, filosóficos, artísticos, tecnológicos etc. que estén a disposición de dicha sociedad y en condiciones de transmitir a las siguientes generaciones. Hasta aquí el plano académico.

Pero la transmisión de dichos conocimientos, muy especialmente en lo tocante a quienes deberán ser sus futuros destinatarios y receptores, no depende de lo académico, sino de la estructura social de la sociedad en cuestión. Una sociedad puede estar en disposición de buenos niveles, por ejemplo, en ingeniería aeronáutica, pero el acceso a estos conocimientos puede estar restringido socialmente a un determinado sector. Que sea de una forma u otra dependerá a su vez de la estructura de esta sociedad. Pero siempre habrá algo en el plano de lo social que dicha sociedad deberá resolver: el criterio de selección.

En estado puro, encontraríamos dos posibles criterios de selección, el intelectual i el social. En el intelectual el criterio de selección sería la acreditación para el ejercicio de una determinada función en un contexto de meritocracia, entendida en el sentido platónico de aristocracia, los mejores en cada caso y para cada cosa.

El criterio social de selección primaría, en cambio, pero sin que el criterio de competencia tenga que verse necesariamente omitido -aunque a veces sí- digamos a los mejores de entre un determinado sector o clase social que es la que, a partir de una acceso socialmente restringido a determinados conocimientos, conforma el único sector en disposición de ellos. Y de ocupar los puestos a que dan acceso.

Es cierto que el sistema de selección social es el que se ha dado a lo largo de la historia mayoritariamente y muchas veces en estado casi puro. Pero lo que hemos conocido recientemente, al menos en occidente y desde la revolución industrial y la generalización de la escolarización por imperativos objetivos, son modelos de selección híbridos en que según el caso, tienden más a la selección social o a la intelectual.

Y es precisamente en las sociedades «realmente existentes», cuya complejidad es constitutivamente incompatible con los modelos puros, donde adquiere relevancia un concepto que, ni en el estado aristocráticamente intelectual platónico -que me perdone Platón por vulgarizarle y, en parte también, por traicionarle-, ni en los modelos exclusivistas de selección social o de casta, tendría demasiado sentido: el concepto de igualdad de oportunidades. Ello entendiendo, claro, que dicha igualdad de oportunidades es un punto de partida, nunca un punto de llegada. Que uno, con independencia de la extracción social de la que provenga, pueda tener acceso a la formación que, de acuerdo con sus capacidades y sus preferencias, quiera llegar a tener y esté dispuesto a esforzarse para conseguirla. 

Y ahora, volviendo a lo académico, lo que está claro es que cualquiera que ande sobre un puente desea que, sea cual sea el origen social del ingeniero, no se derrumbe a su paso.

Cuando el alto cargo ministerial de la conferencia afirmaba que cualquiera podría acabar el bachillerato o una carrera universitaria, lo que estaba diciendo era que el título de bachillerato se iba prácticamente a regalar a partir de una rebaja generalizada de contenidos y niveles de exigencia. Con ello, no sólo estaba negando que fuera a haber ningún tipo de selección, sino que afirmaba además que la igualdad de oportunidades se había invertido conceptualmente y ahora significaba un punto de llegada, no de partida.

Pero el problema de este buenismo rousseauniano anti-ilustrado es que, se quiera o no, la sociedad es selectiva. Y si la selección no es intelectual, será inevitablemente social. Más allá de su ramplona jerga pedagógica, el modelo de la LOGSE ha propiciado un modelo de selección social porque, al proscribir cualquier tipo de selección intelectual, sólo el que disponga de recursos económicos podrá pagarse una buena formación. Lo que la LOGSE hizo con los pobres fue decirles "Nos preocupéis, todos tendréis el Bachillerato", sin decirles "Pero no os servirá de nada".


divendres, 11 d’octubre del 2013

... Y DEL ORGULLO A LA CONTUMACIA (III de III)



En un post anterior hablaba del empecinamiento y la ofuscación que detecto entre la clase política catalana, pero no puedo percibir tampoco la menor talla política entre la española. Hablaba también de «farol», y pienso ciertamente que es así. Pero una cosa es la clase política catalana y otra muy distinta el estado de opinión entre la población. Es más que probable que el órdago de Mas-CIU acabe en un amago o, como mucho, en un pequeño bucle. Pero si se le sigue dando la espalda, el problema seguirá agravándose. No en vano se está especulando con que ERC sea el partido más votado en las próximas elecciones y hasta que CIU se hunda o quiebre.

No soy independentista, y creo que esto está meridianamente claro para cualquiera que haya seguido mínimamente mis sucesivos post sobre este tema y otros relacionados con él. Pero negarle enjundia a la realidad es mucho peor que un error, es una estupidez.

Tampoco soy, afortunadamente, político. Por eso puedo decir lo que pienso. Cuando hay un problema, nunca es por casualidad, y hay que abordarlo. Y la solución política, entre la empecinada ofuscación de unos y la cerrazón contumaz de los otros, no parece vislumbrarse. Será el «pacto fiscal», el modelo federal, el confederal o el referéndum pactado. Lo que sea, pero ha de ser algo y urge que se plantee pronto desde el gobierno español. Porque si no, entraremos en una espiral nada recomendable, como el referéndum unilateral, la declaración unilateral de independencia -la desesperación de unos políticos incompetentes que quieren, sobre todo, salvar sus posaderas, puede propiciar estas huidas hacia adelante-, o serán los tanques...
Pero eso sí, de ser los tanques, éstos no tendrían otro efecto que asegurar la independencia de Cataluña en un plazo máximo de cinco años. Esperemos que esta vez no sean tan torpes como, desde siempre, nos han tenido acostumbrados.

dijous, 10 d’octubre del 2013

...Y DEL ORGULLO A LA CONTUMACIA (II de III)




Quien crea que se trata de una simple instrumentalización de políticos irresponsables, está equivocado, o al menos, lo está parcialmente, lo cual para el caso, sesga una vez más el problema y sus posibles soluciones. Igualmente, quien crea que los independentistas caen sólo del lado de la población catalana "originaria" y con apellidos, genealógicamente hablando, inequívocamente catalanes, está cometiendo un error de análisis de dimensiones mastodónticas. En estos momentos, lo cierto es que el movimiento independentista, y la corriente de opinión que conlleva, se está nutriendo de muchísimos catalanes de segunda o tercera generación, hijos de la inmigración de los años sesenta y setenta -con "zetas" en los apellidos, por decirlo así-, hasta el punto de que la genealogía territorial del apellido no es un criterio definitorio de la opinión de nadie sobre este respecto.

Y quien crea, como suele también decirse "por ahí", llorando sobre la leche derramada, que "tanto independentista" es el resultado de una política educativa fuertemente connotada ideológicamente desde el sesgo catalanista, supuestamente así aplicada por dejación del Estado o por mercadeos politiqueros, o al "Club super-tres", o al Barça, o a cualesquiera de los tópicos ad usum, está incurriendo en un error de análisis propio de la miopía política con que se han abordado secularmente los problemas políticos a lo largo de la historia de España. Una cosa es que las categorías conceptuales con que opere la clase política catalana beban de fuentes futbolísticas -de ahí su escasa talla política-; otra muy distinta, que el independentismo sea «culpa» de Barça.

No creo que el independentismo sea mayoritario en Cataluña en estos momentos. Todavía no. Pero hay un dato que no debería pasar por alto ningún sociólogo ni analista político que se precie: hay una amplia mayoría que concibe conceptualmente la independencia de Cataluña como posibilidad; otra cosa es que luego, cada cual opte o no por el independentismo. Y esto es lo verdaderamente significativo: si el problema se enquista, el independentismo puede llegar a ser mayoritario. Una vez más, el problema no es si a Cataluña le iba a ir mejor o peor, el problema es la percepción que en estos momentos es mayoritaria entre la población de Cataluña. Y ahí España tiene un problema.

dimarts, 8 d’octubre del 2013

EL INFORME PIAAC 2013: ¿DE TAL PALO TAL ASTILLA?



Leía esta mañana en el más que recomendable blog de Gregorio Luri sus lúcidos comentarios a los resultados de esta especie de pruebas PISA para personas adultas, llevadas a cabo también por la OCDE, que son los informes PIAAC. Luego leía en “El Periódico” la noticia de título “Los adultos españoles tienen la peor formación del mundo desarrollado”. "El País", por su parte, no le iba a la zaga. Nada sorprendente, desde luego que no. Pero sí inquietante, ya digo, no por la noticia en sí, que cualquiera mínimamente al caso podía intuir sin necesidad de estadísticas, sino por el sesgo con que, haciendo gala de una reciedumbre moral inasequible al desaliento, y acaso también de un apego desmesurado por la poltrona, algunos se empeñan en negar lo evidente hasta límites que insultan a su propia inteligencia.



Me estoy refiriendo a los comentarios que la noticia le ha merecido al Sr. Francesc Imbernón, a la sazón profesor de Didáctica y Organización Educativa de la Universidad de Barcelona. Se felicita este «experto» por unos resultados que, según él, vienen a demostrar «los progresos hechos por España durante los últimos años», no sin añadir que «somos uno de los países con más titulados universitarios, muchos de ellos a partir de la implantación de la LOGSE que tanto critica el actual Gobierno» y, como colofón, que «somos también uno de los países con más niños de 0 a 3 años escolarizados». Impresionante.

Pero no sólo él parece sentirse reconfortado con estos, no por menos esperados, tan patéticos resultados. Al otro lado de la calle, el Ministerio ha expresado también su satisfacción (?) por boca del alter ego del ministro Wert, su secretaria de estado, la Sra. Gomedio. Eso sí, por razones opuestas a las de Imbermón: que atribuye estos resultados al «efecto negativo de la LOGSE y la LOE» apostillando, cómo no, que ambas leyes fueron «aprobadas por gobiernos socialistas». Ya sólo hubiera faltado añadir que si estamos tan en la cola es porque no participaron en la muestra ni Portugal ni Grecia, lo cual de haber ocurrido nos hubiera situado dos puestos más arriba. Lo dicho, aquí el que no está contento es porque no le da la gana... un cenizo, vamos. Curiosamente, a casi nadie parece preocuparle que el puesto alcanzado por los adultos españoles sea harto homologable con el de sus cachorros. Y si no, al cabo, ya se sabe, “lo importante es participar”, una frase atribuida al barón de Coubertin, pero que él nunca pronunció.

A uno, la verdad, se le antojan mucho más atinadas las valoraciones de Luri. En primer lugar, porque hay en ellas algo de lo que las dos anteriores adolecen: esfuerzo interpretativo; y en segundo, porque van al grano y no caen en el partidismo que rezuma del Sr. Imbermón o de la Sra. Gomedio. Para mí, lo más importante de las observaciones de Luri consiste en la agrupación que hace por cohortes generacionales según la ley educativa bajo la que estudiaron. Y de allí se infieren evidencias en las que pocos parece que quieran reparar.

Por ejemplo, las dos cohortes generacionales que abarcarían la horquilla entre los 55 y los 65 años, quedan bastante mal situadas, pero no así las que están entre los 35 y los 55, en las cuales hay un progreso constante, el mayor de todos los países. Luego, ya por debajo, entra la generación LOGSE y sucede el frenazo y la marcha atrás.

Las dos cohortes entre los 55 y los 65 años estudiaron en un sistema exigente... los que estudiaron. Los niveles de escolarización, y no digamos ya en bachillerato o universidad, eran bajos. Me atrevo a afirmar que si entre estas mismas cohortes se discriminara entre bachilleres, por un lado, y universitarios, por el otro, ambos estarían en posiciones mucho más avanzadas. Las que están entre los 45 y los 55 son, por su parte, la generación del baby boom español -nacidos entre 1958 y 1968- que cursaron sus estudios, ya con unos índices de escolarización mucho mayores y en constante crecimiento, pero, como muy bien apunta Luri, en un sistema educativo que mantuvo los niveles de exigencia anteriores. Son los dos o tres últimos años del antiguo bachillerato de 6 años más COU, y la totalidad de la LGE de 1970, con 8 años de EGB y, 3 de bachillerato más COU o 3+2 de FP.

Las dos siguientes cohortes, de los 35 a los 45, ya de lleno en la LGE, mantuvieron también unos niveles de exigencia que incorporaron, sin grandes problemas, la práctica escolarización universal hasta los 16 años. Aún en la LGE, estamos en las últimas reminiscencias de la Ley Moyano, de 1857, que «aguantó», mutantis mutandi, la monarquía de Isabel II, el gobierno provisional revolucionario de «La Gloriosa», la monarquía de Amadeo I, la I República, la Restauración, la II República y la dictadura franquista, hasta la LOGSE, que en 1990, le dio definitivamente el matarile. Casi nada. Y por debajo de los 35 años, la LOGSE y sus secuelas LOCE, LOE y, según parece, dentro de poco la LOMCE.

Las conclusiones saltan a la vista, al menos en el sentido que lo que ya se sabía, ahora está amparado por un estudio estadístico. Aquí se cambió un sistema educativo que estaba funcionando por otro que ni siquiera empezó a funcionar.

Recuerdo los primeros tiempos de la LOGSE, cuando ante la evidencia incontestable de una caída abismal de niveles, tanto en el ámbito académico como en el de la disciplina, algunos logsistas con un mínimo de lucidez, o en su defecto con cierto sentido de la realidad, se consolaban argumentando que era el precio que había que pagar por la escolarización universal hasta los 16 años. Porque, añadían, antes era un sistema de excelencia, de calidad, pero para unos pocos; si están todos, la calidad acaba resintiéndose, pero han de estar.

Siempre pensé que la cantidad no está reñida con la calidad. Muy al contrario, si no hay cantidad difícilmente habrá calidad. El problema es el nivel de exigencia. Las observaciones de Luri me lo han recordado.

Otro día hablaré de por qué sin cantidad no hay calidad, quod erat demonstrandum.


...Y DEL ORGULLO A LA CONTUMACIA (I de III)




Si toda España en su conjunto es Wonderland y la vía catalana hacia el ridículo se fundamenta en el sólido modelo de «Una tarde en el circo», no es menos cierto que la que la vía española hacia su propio ridículo bebe de fuentes más castizas. Hubiéramos podido apelar a «To be or not to be», donde un atrabiliario primer actor mediocre se empeña en representar un papel para el que no sirve, con lo cual, excepto entre su propia tramoya, es objeto de mofa y befa por parte de todo el mundo. Pero no, a España lo que le va son las mojigangas. O a sus políticos, porque de ellos estamos hablando, españoles o catalanes. Ciertamente, lo de Cataluña tiene tela, pero lo de España es la banda del empastre.

La primera obligación de todo político es conocer la realidad. Y el gran problema de España, o el de sus dirigentes desde la noche de los tiempos, es que jamás han tenido el menor interés por conocerla; sólo se han preocupado por imponer sus propias ficciones. Lo intentaron en el mundo en su momento, y salieron trasquilados y con el rabo entre las piernas... Sólo quedó el orgullo enrocado en contumacia, que sigue despreciando la realidad y pretende seguir imponiendo la propia en los escasos pagos donde todavía esté en su mano. Sólo así puede entenderse que un primer ministro de ribetes tan bananeros como Picardo siga mofándose de España ante sus propias narices, incumpliendo tratados cada vez que le viene en gana, mientras tanto ésta, de puertas adentro y víctima de sus complejos exteriores, se mantiene  en una hermética cerrazón que no contribuye sino a coadyuvar en el crecimiento de un problema que sigue sin quererse ver en su auténtica dimensión.

No puede saberse si su actitud responde a cálculo, a displicencia o a incapacidad, pero lo cierto es que hasta ahora a Rajoy le ha ido bien la táctica de obviar el problema catalán dejando que se cociera en su propia salsa. Sin embargo, el plato que empieza a adivinarse como resultado de tal cocción cada vez sugiere con más urgencia que, de no condimentarse adecuadamente, acaso le resulte muy indigesto. Hay que mover pieza. No sirve con atrincherarse en una Constitución inamovible para según qué; y no sirve por una elemental cuestión de pragmatismo histórico. Cuando hay un problema hay que afrontarlo.

En este país se ha optado demasiadas veces por guardar en un cajón sin fondo problemas cuya simple alusión resultaba engorrosa; o por atajarlos a sacco, con los trágicos resultados de sobra conocidos. Problemas que resurgen una y otra vez, acaso como némesis histórica de algún pecado original aún por expiar. Y en Cataluña hoy hay un problema. Ignorarlo apelando a la Constitución, castigar presupuestariamente al territorio rebelde -o sea, a su población-, fomentar el anti catalanismo con el que tanta demagogia de baja estofa se ha practicado o, esperemos que no, «resolver» descerebradamente el problema manu militari frente a una hipotética secesión unilateral, nada, nada de esto contribuirá a solucionar el problema, sino en todo caso a agravarlo.

Más allá de la mediocridad política de los dirigentes nacionalistas catalanes, de su ramplonería intelectual o de sus veleidades cleptocráticas -que en ninguna de estas "cualidades" nada tienen que envidiar a sus colegas de allende el Ebro-, lo cierto es que está calando un mensaje muy claro, y a la vez simplón, entre amplias capas de la población catalana, que se considera injuriosamente discriminada respecto a la del resto de España. Que esto esté fundamentado o no, es otro problema; que hay base, sin duda alguna porque el problema está ahí. El recurso al tópico no es una especialidad estrictamente catalana, sino muy ampliamente difundida por toda la geografía española. El problema es que así lo ve un amplio sector de la población, y en política, lo que prima es la realidad.
Es un problema político y, como tal, hay que afrontarlo políticamente. Más allá de esto, que Cataluña sea sujeto político o no, que lo diga la Constitución, el Estatut o el Sursum Corda, son discusiones bizantinas que alejan la realidad como el avestruz que esconde la cabeza bajo el ala aleja al leopardo.

diumenge, 6 d’octubre del 2013

DEL EMPECINAMIENTO A LA OFUSCACIÓN...







Si España se parece cada vez más a la Wonderland carrolliana,  no cabe duda que en Cataluña, y gracias a los independentistas, hemos conseguido nuestra propia vía hacia el ridículo, claramente diferenciada de la española. Aquí esto cada vez se parece más a “Una tarde en el circo” de los Hermanos Marx –sí, lo sé, ni siquiera a “Sopa de ganso”-.

Lo peor que le puede ocurrir a alguien que se ha tirado un farol y se lo han pillado, es empecinarse en seguir faroleando, porque lo van a desplumar como a un ”primo”. Y parece que aquí lo que hay ya no es empecinamiento, sino ofuscación, una fase superior a la del empecinamiento, cuando la propia posición de uno en un contexto de correlación de fuerzas se degrada tanto que, lo único que se puede hacer si se quiere seguir jugando, es negarla y proseguir como si nada. 

Ahora el arrojado Homs nos anuncia un ensayo plebiscitario en las próximas elecciones europeas, añadiendo que el gobierno español está «aterrado» ante tan contundente y amenazadora perspectiva. No deja de ser sorprendente que ante tal genialidad, los socios de ERC repliquen que de ensayos nada, que lo que habrá en el 2014 será elreferéndum por la independencia.

Mientras tanto, unas notas para la reflexión en la entrevista con Francesc Granell que no tiene desperdicio. Lástima que no la lean ni Homs, ni Mas. Claro que, bien mirado, para que la iban a leer. No son ellos los que están faroleando, sino el gobierno español ¿Estamos?

divendres, 4 d’octubre del 2013

DURAN LLEIDA Y LOS PROFESORES: ¿DESDÉN O SOLIDARIDAD?



Durán no podría dedicarse a la docencia porque los profesores ganan muy poco. Eso afirmaba anteayer en unas declaraciones a Catalunya-Ràdio, a raíz de su propia afirmación que de no seguir en política, a qué se iba a dedicar. Porque los profesores ganan muy poco. Y claro, no podría mantener su tren de vida.
 
¿Desdén o solidaridad? La verdad es que tanto da lo uno como lo otro, pero yo más bien diría que le traicionó el subconsciente. Acostumbrado a los mejores hoteles y a las salas VIP, es normal que el estatus de un docente -ni aun universitario, no digamos ya un maestro de primaria o un profesor de instituto- le debe parecer que tiene muy poco glamour.
 
Así que él no está para esas cosas tan sacrificadas como peor remuneradas, donde además te toca aguantar a cretinos analfabetos que dicen que los docentes tenemos poca formación, demasiadas vacaciones y que no sabemos motivar a los alumnos.
 
No es extraño que Duran no quiera ser profesor. Sabe muy bien la demagogia que los políticos como él, la clase política en general, llevan practicando desde hace años, desacreditando a los profesores, a base de recortes salariales y desautorizaciones profesionales, y convirtiendo el mundo de la docencia en un cortijo para manejos politiqueros y chanchullos clientelistas de sus protegidos, los pedagócratas, a quienes han encargado el desmantelamiento del sistema público de enseñanza de este país y su reconversión a fines meramente asistenciales.
 
Por eso, como lo sabe muy bien, no quiere ser profesor. En cualquier caso, son unas afirmaciones altamente significativas. Eso sí, y porque es cosa rara en un político, se agradece la sinceridad.



dijous, 3 d’octubre del 2013

BEOCIOS METIDOS A SABIOS O LA CHAPUZA ARROGANTE



Una cosa es que uno sea un chapucero; otra mucho peor es que además de chapucero sea arrogante. Aquí, en este Wonderland que haría alucinar a la mismísima Alicia, la concentración de chapuceros arrogantes por kilómetro cuadrado es tan alta que sobrepasa los más elementales niveles críticos de sostenibilidad. Lo sorprendente es que no pasen más cosas.

No es uno nadie para opinar sobre la conveniencia o no de rellenar antiguos yacimientos de petróleo con gas almacenado artificialmente. Lo que sí puedo asegurar, ello no obstante, es que por lo que aprendí hace ya mucho tiempo en este tipo de actividades, los estudios previos de vialidad han de ser exhaustivos de necesidad, y sin reparar en gastos. Porque hay mucho en juego. Cada euro «ahorrado» o «distraído» aumenta exponencialmente el coeficiente de riesgo. Y ciertas cosas sólo pueden hacerse bien, no vale la improvisación.

Y lo que más me sorprendió, para desternillarse a carcajada limpia de no ser por la gravedad del tema, fueron la declaraciones de un "experto" en televisión -lamento no encontrar el video para enlazarlo, porque era realmente impagable, y poder sólo enlazar con sus declaraciones escritas-, explicándonos al respetable con la arrogancia del sobrado que les está hablando a un atajo de paletos ignorantes, la gran planificación que motivó estas deyecciones de gas en un yacimiento petrolífero abandonado. Era una opción «estratégica", afirmó henchido como un pavo real desplegando la cola. Ahora, que las cosas van saliendo a la luz, comprobamos que, hoy como ayer, lo único que ha habido detrás de tanta «planificación estratégica» es chapucerismo y arrogancia. Como siempre. Por cierto, a uno le consta que unas millas más abajo -hacia las Columbretes, si no recuerdo mal-, hay como mínimo un par de cráteres volcánicos submarinos -extinguidos, off course- y otras tantas millas más arriba algunas centrales nucleares, en este caso en plena actividad...
Y luego, los primeros desmentidos, que si estos movimientos sísmicos son normales en la zona; que si no hay razón para la alarma; que estos ecologistas siempre dando la vara contra el progreso... Y al final, pues sí, lo reconoce el ministro y empiezan a salir a la luz pública la ingente cantidad de despropósitos perpetrados en esta operación "estratégica". Beocios metidos a sabios.

divendres, 27 de setembre del 2013

JOSÉ Mª FONTANA Y EL MAGNICIDIO DEL GENERAL PRIM




Prometí al autor en este blog, a través de sus interesantes intervenciones en él, que leería su libro “El magnicidio de Prim: los verdaderos asesinos”. Y aunque lo concluí hace ya bastantes meses, todavía no había dado fe de ello. Ahora la doy y, como es de menester, haré un breve comentario sobre el libro.


Diré, de entrada, que es lo mejor, de largo, que he leído sobre el tema Prim, a la vez que, quizás convenga matizarlo, cuando digo “de largo”, no me estoy refiriendo a su extensión, que también, sino, y sobre todo, a la solvencia de los datos que aporta.


Todo lo que he leído sobre Prim -que es bastante- se remite, en lo referente al atentado que le costó la vida, a la obra de Pedrol Rius, que sin duda no dejará de ser nunca un referente ineludible. Intrepretaciones; investigación de archivos; novelas  históricas o pseudohistóricas; especulaciones sobre qué pudo llevar a la “distracción” de documentos del expediente judicial con posterioridad a la susodicha obra (1960)... En fin, que todo muy bien, pero los datos; lo que son los datos, siempre más o menos los mismos y de indéntica fuente. Para tramas novelescas, para hagiografías más o menos indisimuladas, para demonologías incluso... Bueno, para lo que sea.

Fontana incorpora, en cambio, datos nuevos y, en mi opinión, altamente reveladores de la compleja trama que acabó con el asesinato del general Prim. Unos datos a los que accedió de entrada accidentalmente, según él mismo nos cuenta, y que le indujeron a iniciar una  meritoria investigación cuyo resultado es el libro que comento. Investigación que, sin duda, debió acabar siendo muy absobente. Esas cosas pasan. Hay dos cuestiones que me parece interesante comentar  aquí sobre el libro.

La primera es que yo no había leído el libro de José Mª Fontana, como habrá resultado evidente para cualquiera que siguiera mis modestas entregas en este blog, mientras las estaba publicando. Y he de decir en este sentido que nada, nada de aquello sobre lo que eulucubré en su momento, aparece como desmentido a priori, ni a posteriori. O al menos, condescendientemente para conmigo mismo, nada lo refuta como una eulucubración delirante. Más bien se insinúa inteligentemente, sin compromiso de historiador, o de sociólogo titulado.  Pruebas materiales, lo que son pruebas materiales, nos faltan en muchos aspectos; sólo, eso sí, tenemos indicios, muchos indicios. Y Tal como afirma en el libro ¿Cuántos indicios son necesarios para convertirse en prueba?

La segunda se me antoja mucho más importante y está relacionada con el que desde siempre había sido considerado autor material del asesinato de Prim, José Paúl y Angulo. Es un tema de honestidad intelectual por parte del autor cuando monologando consigo mismo en un momento de la obra, se "sorprende" en su propia perplejidad ante un factum historiográfico que no puede dejar de llamar la atención. Cómo puede ser, se pregunta, que los historiadores digamos de derechas, tiendan a culpabilizar a Paúl y Angulo y, en cambio los, digamos también, de izquerdas tiendan a exculparle. Él se define sin cortapisas, que nadie lo dude, pero diciendo, perdón, demostrando, que Paúl y Angulo no tuvo nada que ver con aquel atentado.

El libro es difícil de encontrar en los anaqueles de las librerías ad usum. Lo más fácil, por internet, aquí está el link.

Quien quiera saber sobre el atentado de Prim, que lea este libro. Es duro y sin concesiones, pero ameno también. Y por si sirve de algo, es lo mejor que yo he leído sobre el tema Prim. Mi enhorabuena al autor.

dilluns, 23 de setembre del 2013

EL SÍNDROME DE "LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ" (II de II)



Basada en la novela homónima de Margaret Mitchell, la película “Lo que el viento se llevó” evoca un pasado supuestamente idílico que se torció por una guerra y dio al traste con la sociedad que lo había producido. Una sociedad, la de los estados norteamericanos del sur, que se presenta como vertebrada socialmente a partir de unos valores de Ancien Régime y en la cual cada uno tiene el puesto que le corresponde, desde los esclavos negros que trabajan los campos de algodón hasta los más prominentes terratenientes, donde a cada cual lo suyo, claro. Barrida por la guerra y por la historia, su desaparición dio lugar a una idealización que la representó como el paraíso perdido al que ya nunca se podría volver, pero que adquiere estos tintes de evocación nostálgica que producen la certeza de lo irremisiblemente perdido y que, por lo tanto, podemos imaginar como queramos. Porque por eso, y no por otra razón, cualquier tiempo pasado fue mejor.

El viejo Sur, Dixie, es en este sentido una ucronía ante la cual podían sentir nostalgia desde Scarlett O'Hara, añorante del glamour que había vivido, o su descendiente homóloga, Blanche Dubois -igualmente interpretada en la gran pantalla por Vivien Leigh-, que ya no lo vivió sino en un borroso recuerdo, hasta el esclavo liberado que, arrojado de la plantación que había sido su único mundo vaga, errabundo y desarraigado, por las calles de unas metrópolis  que no entiende, a la desesperada búsqueda de un pedazo de pan que llevarse a la boca. Pero claro, es que esto es precisamente la ucronía y en esto consiste: en pensarla como no fue. Es innegable que el viejo sur ha ejercido este influjo a distintos niveles. Pero precisamente como algo que, ni aun de haber sido, jamás se retornará a él, porque sólo es recuerdo.


Lo cierto, sin embargo, es que los estados del sur estaban al borde del colapso económico justo antes de empezar la guerra, que sus estructuras eran obsoletas, con una economía agraria basada en la esclavitud y que lo que luego se pudo evocar construido como una ucronía, era en realidad, en su momento, una anacronía. En el mejor de los casos, su influjo presente es el de la añoranza de una Arcadia convertida en género literario y antropológico, a la que nadie se plantea volver. Entre otras muchas razones, porque el viento se la llevó.


Ya volviendo a lo nuestro, me pregunto si aquí en Cataluña no se habrá construido un viejo Sur, tan ucrónico como Dixie, y a la vez tan anacrónico en su momento como lo fue la patria de Scarlett O'Hara imaginada por Blanche Dubois. Digo que me lo pregunto, no que lo afirme, porque no me atrevo a afirmarlo. Pero hay indicios que me inducen a pensar que sí. Con una diferencia fundamental respecto a Dixie. Allí, por más insignias, gorras y camisetas que se puedan ver con la bandera de la Confederación, es más que dudoso que nadie quiera volver a ella, y menos aún al día antes de la rendición de Appomattox, en 1865. Aquí, en cambio, uno tiene con demasiada frecuencia la impresión de que no sólo se quiere volver a la situación anterior al 11 de septiembre de 1714, sino de que también se cree posible que se pueda volver a ella. Y si no estrictamente en los contenidos, sí formalmente, y acaso también antropológicamente.


Claro que, también hay que decir que los vencedores de la guerra civil americana no se dedicaron a suprimir los derechos del vencido Sur, ni a abolir sus parlamentos, ni a ocuparlos militarmente más de lo estrictamente necesario para evitar que volvieran a las andadas, hasta que las cosas se calmaran y las heridas recientes cicatrizaran más o menos. El Sur fue vencido, no humillado, al menos no más allá de la inevitable humillación que toda derrota conlleva.


Aquí, en cambio, todo indica que lo de 1714 fue muy distinto, y tal vez haya sido esta innecesaria crueldad con el vencido -incluso diría que, más que crueldad, fue humillación, fue regodearse en la victoria- lo que aportó el pábulo necesario, casi dos siglos después, a la construcción de una ucronía sobre una realidad catalana que, en mi modesta opinión, era históricamente tan anacrónica en su momento como lo pudo ser Dixie después en el suyo. La única diferencia es que aquí, el vencedor era prácticamente igual de anacrónico que el vencido, y que también construyó su ucronía, una de cuyas partes substanciales fue el hiato entre vencedores y vencidos, como se ha demostrado en los posteriores siglos de la historia de España.


Un valle de pasiones, esa piel de toro; y de pocas razones. Así nos va.