Basada
en la novela homónima de Margaret Mitchell, la película “Lo que
el viento se llevó” evoca un pasado supuestamente idílico que se
torció por una guerra y dio al traste con la sociedad que lo había
producido. Una sociedad, la de los estados norteamericanos del sur,
que se presenta como vertebrada socialmente a partir de unos valores
de Ancien Régime y en
la cual cada uno tiene el puesto que le corresponde, desde los
esclavos negros que trabajan los campos de algodón hasta los más
prominentes terratenientes, donde a cada cual lo suyo, claro. Barrida
por la guerra y por la historia, su desaparición dio lugar a una
idealización que la representó como el paraíso perdido al que ya
nunca se podría volver, pero que adquiere estos tintes de evocación
nostálgica que producen la certeza de lo irremisiblemente perdido y
que, por lo tanto, podemos imaginar como queramos. Porque por eso, y
no por otra razón, cualquier tiempo pasado fue mejor.
El
viejo Sur, Dixie, es en este sentido una ucronía ante la cual podían
sentir nostalgia desde Scarlett O'Hara, añorante del glamour
que había vivido, o
su descendiente homóloga, Blanche Dubois
-igualmente interpretada en la gran pantalla por Vivien Leigh-, que
ya no lo vivió sino en un borroso recuerdo, hasta el esclavo
liberado que, arrojado de la plantación que había sido su único
mundo vaga, errabundo y desarraigado, por las calles de unas
metrópolis que no entiende, a la desesperada búsqueda de un pedazo de pan que
llevarse a la boca. Pero claro, es que esto es precisamente la
ucronía y en esto consiste: en pensarla como no fue. Es innegable
que el viejo sur ha ejercido este influjo a distintos niveles. Pero
precisamente como algo que, ni aun de haber sido, jamás se retornará
a él, porque sólo es recuerdo.
Lo
cierto, sin embargo, es que los estados del sur estaban al borde del
colapso económico justo antes de empezar la guerra, que sus
estructuras eran obsoletas, con una economía agraria basada en la
esclavitud y que lo que luego se pudo evocar construido como una
ucronía, era en realidad, en su momento, una anacronía. En el mejor
de los casos, su influjo presente es el de la añoranza de una
Arcadia convertida en género literario y antropológico, a la que
nadie se plantea volver. Entre otras muchas razones,
porque el viento se la llevó.
Ya
volviendo a lo nuestro, me pregunto si aquí en Cataluña no se habrá
construido un viejo Sur, tan ucrónico como Dixie, y a la vez tan
anacrónico en su momento como lo fue la patria de Scarlett O'Hara
imaginada por Blanche Dubois. Digo que me lo pregunto, no que
lo afirme, porque no me atrevo a afirmarlo. Pero hay indicios que me
inducen a pensar que sí. Con una diferencia fundamental respecto a
Dixie. Allí, por más insignias, gorras y camisetas que se puedan
ver con la bandera de la Confederación, es más que dudoso que nadie
quiera volver a ella, y menos aún al día antes de la rendición de
Appomattox, en 1865. Aquí, en cambio, uno tiene con demasiada
frecuencia la impresión de que no sólo se quiere volver a la
situación anterior al 11 de septiembre de 1714, sino de que también
se cree posible que se pueda volver a ella. Y si no estrictamente en
los contenidos, sí formalmente, y acaso también antropológicamente.
Claro
que, también hay que decir que los vencedores de la guerra civil
americana no se dedicaron a suprimir los derechos del vencido Sur, ni
a abolir sus parlamentos, ni a ocuparlos militarmente más de lo
estrictamente necesario para evitar que volvieran a las andadas,
hasta que las cosas se calmaran y las heridas recientes cicatrizaran
más o menos. El Sur fue vencido, no humillado, al menos no más allá
de la inevitable humillación que toda derrota conlleva.
Aquí,
en cambio, todo indica que lo de 1714 fue muy distinto, y tal vez
haya sido esta innecesaria crueldad con el vencido -incluso diría
que, más que crueldad, fue humillación, fue regodearse en la
victoria- lo que aportó el pábulo necesario, casi dos siglos
después, a la construcción de una ucronía sobre una realidad
catalana que, en mi modesta opinión, era históricamente tan
anacrónica en su momento como lo pudo ser Dixie después en el suyo.
La única diferencia es que aquí, el vencedor era prácticamente
igual de anacrónico que el vencido, y que también construyó su
ucronía, una de cuyas partes substanciales fue el hiato entre
vencedores y vencidos, como se ha demostrado en los posteriores
siglos de la historia de España.
Un
valle de pasiones, esa piel de toro; y de pocas razones. Así nos va.
Excelente serie, que merecería, en mi opinión, una ampliación ya. Al final, tanta pasión y tan poca razón derivan en la manipulación. Decía Johnatan Swift que "la historia nos enseña a evitar las ilusiones e invenciones, dejar a un lado los ensueños, las panaceas, los milagros y los delirios". Es posible que en el fondo se trate solo, o al menos fundamentalmente, de ignorancia.
ResponEliminaAcabo de darme cuenta del lapsus que cometí en la referencia a Swift. No se trata de Jonathan, el autor de Los viajes de Gulliver, sino de Graham Swift, el escritor británico. Dejo aquí la rectificación.
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