Para
empezar, hay que decir que es absolutamente falso que las tertulias
-es un auténtico caso de justícia semántica que ya no se les llame
“debates”- sean un fenómeno exclusivamente hispano. Haberlas,
las hay en todas partes. Lo que si es exclusivo de aquende los
Pirineos es el valor añadido que aquí se incorpora como marca de la
casa, a saber, la inefable caspa ibérica -o lo que es lo mismo, un
explosivo cocktail compuesto
de ramplonería, altivez y contumacia, a partes iguales- por un lado,
y la extraordinaria proliferación de programas con este formato, por
el otro. Es decir, muchos y malos, además, por supuesto, de
impúdicamente sectarios. Como decía en mi anterior post, sólo
tienen valor antropológico, ningún otro... Al menos en lo que
respecta a los que yo he visto, salvo algunas excepciones, eso sí,
no ligadas a ningún programa en concreto.
¿Cuándo
empezó todo y cómo se ha podido llegar hasta estos bajos fondos de
degradación tan hediondos? ¿Cómo se pasó del debate a la
tertulia? En relación a esto, uno recuerda los viejos tiempos de “La
Clave” en el entonces UHF, y una anécdota muy a propósito de este
proceso de deterioro, que nos llevó del debate a la tertulia, que
hemos vivido y seguimos viviendo.
“La
Clave” dejó de emitirse poco después de la llegada del PSOE al
poder. Dicen las malas lenguas que fue el propio Alfonso Guerra quien
se la cargó, acaso porque la consideraba amortizada después de
haber asistido él mismo tantas veces como invitado a la misma. Sea
como fuere, el caso es que unos años después, al aparecer las
primeras televisiones privadas, Antena3 TV, concretamente, recuperó
el programa con el mismo formato y presentador. No estoy seguro, pero
debía ser hacia finales de los ochenta. La anécdota a que me
refería trata sobre algo que ocurrió en uno de estos programas de
la nueva “La Clave”, y que nos puede dar alguna clave -valga la
reduncancia- sobre qué estaba empezando a pasar ya por entonces.
Como siempre, aquellos polvos trajeron esos lodos.
Se
trataba de un debate sobre mutaciones genéticas y entre los
invitados, la mayoría de ellos de reconocido prestigio -todos menos
uno-, recuerdo que se encontraba Mariano Barbacid, un par de colegas
suyos, también españoles y un investigador alemán -la presencia de
un extranjero con traducción simultánea siempre había sido una
característica de “La Clave”- considerado una autoridad mundial
en la materia. ¡Ah! también había un parapsicólogo.
El
debate empezó con una aberrante perorata a cargo del parapsicólogo,
cuya convicción íntima de estar en posesión de la verdad parecía
autorizarle a interrumpir irrespetuosamente -creó escuela en esto,
véase sino a P.R.- todos y cada uno de los tímidos amagos de
cualquiera de los científicos presentes que intentaban reconducir el
tema hacia unos parámetros más serios. En vano, porque el señor
parapsicólogo les interrumpía a las primeras de cambio, sin que el
presentador -el inefable Balbín- pareciera inquietarse lo más
mínimo por el rumbo que estaba tomando aquello. Eso sí, de vez en
cuando la cámara enfocaba al alemán y cualquiera podía percatarse
del progresivo color escarlata que iba adquiriendo su cada vez más
demudado rostro. Mientras tanto, el parapsicólogo seguía a su
rollo.
En
esto que el alemán, visiblemente molesto, tomo la palabra de golpe y
le espetó a Balbín, a través de la traducción simultánea, más o
menos lo siguiente: mire usted, soy una persona muy ocupada y si
accedí a venir fue porque usted mismo me aseguró que este era un
programa serio. Ya veo que no es así. Desde que empezó el programa,
que se suponía que iba a ser un debate de divulgación para el gran
público sobre un tema científico muy complejo, este señor de aquí
(refiriéndose al parapsicólogo)
no ha cesado de interrumpir de malas maneras, además de
estar realizando unas afirmaciones que, desde la comunidad
científica, no pueden ser consideradas sino como supersticiones o
hechicerías. Me sorprende, de verdad, que mis colegas españoles
estén tolerando esta payasada. Por mi parte, ahora empezaré a
hablar sobre el tema que nos ocupa, y si este señor vuelve a
interrumpirme durante mi exposición y usted sigue sin hacer nada
para impedirlo, simplemente me largo”.
No
había transcurrido ni medio minuto con el alemán hablando, cuando
el parapsicólogo le interrumpió visiblemente contrariado y
prácticamente a gritos, para quedarse él con la palabra. El
presentador ni se inmutó y el alemán, tal como había anunciado,
plantó encima de la mesa los auriculares de la traducción
simultánea y puso los pies en polvorosa.
El
único comentario que le mereció a Balbín este situación fue el
siguiente, éste sí textual: “desde luego, es duro ver como hay
gente tan intolerante que es incapaz de admitir opiniones
opuestas a la suyas”. Por mi parte, me quedé sin saber nada
nuevo sobre mutaciones genéticas, cerré el televisor y me fui a
tomar un cubata -era viernes por la noche- que me aprovechó mucho
mejor . Y nunca más volví a ver “La Clave”.
El
aviso de “La Clave” pareció no afectar a nadie. Es más, incluso
más de una vez, al comentar estos temas, te encuentras con que algún
interlocutor adopta el papel de Balbín, más o menos cortesmente,
según el caso. “¡Hombre! es que esto es «su
verdad»!;
“No, ya... pero es que la
pobre no pudo estudiar, pero no por eso le vas a negar su derecho a
la libertad de expresión”; “es que si no traemos a gente famosa
¿quién se va a tragar un debate sobre el calentamiento global?”
¿Quién no ha escuchado
frases así? Y como a uno se le ocurra decir que de lo que se
trataba, si era un programa sobre el big
bang, era de que se pudiera
aprender algo de él, en lugar de tener que escuchar sandeces
proferidas por orates, entonces viene la puntilla: “bueno,
al fin y al cabo, tampoco es un tema que se vaya a resolver en
televisión, no es para tanto”.
Con
el tiempo, uno ha visto a tonadilleras opinando en programas
similares sobre el big bang, a
fubolistas cenutrios disertar sobre arquitectura o filosofía, o a
exconvictos pontificando sobre deontología profesional... hasta hoy
en día.
Por
eso, precisamente por eso, el caso a que aludía en “Una orgía
antropológica” me pareció especialmente significativo, porque al
darle el presentador un giro imprevisto -si intencionado o no en
cuanto a los resultados, lo ignoro- ocurrió lo del cazador cazado.
El inquisidor pillado pecando, in fraganti.
Claro
que, eso sí, ya no son debates, sino tertulias. Pues eso. ¿Qué
queda entonces sino la mirada antropológica?
El invitado alemán actuó atendiendo a su cultura mientras que el parapsicólogo lo hizo según la “nostra”. La clave en según qué medios consiste en insultar a la inteligencia y al buen gusto bajo la consigna del "todo vale y cualquier cosa opina", algo que también defendió Balbín sin titubear. Hay que admitir que vez en cuando algún socialista ha tenido algún lapsus de lucidez.
ResponEliminaCarmina
PS: le felicito por su artículo
Yo más bien diría "la nuestra", ya que se trata, no de una cultura, sino de un "pathos" irredententemente extendido y compartido por toda la piel de toro (la pell de brau, que decía el poeta). Me parece que se le ve a Vd. el plumero, Carmina. Le recomiendo un divertimento que tengo aquí en el blog, cuyo título es "la Copenina". Hace mucho tiempo que lo escribí y precisaría de una actualización urgente, pero les servirá de todas maneras.
ResponEliminaY gracias por la felicitación. Insisto, léase "La Copenina".
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