dilluns, 14 de desembre del 2015

LA SOLUCIÓN COMO PROBLEMA (MERCADO Y EDUCACIÓN) (II)



Para presentarse como la solución a algo, se requiere la problematización de ese algo. Y si no hay problema, o si su naturaleza no reviste especial excepcionalidad más allá de la finitud constitutiva de todo lo real, entonces el problema se inventa, no fuera a quedarse una maravillosa solución sin objeto por falta de problema. Es una metonimia interesada, sí, pero mucho más al uso de lo que nos imaginamos y percibimos por regla general. Igual que la necesidad puede crearse, la necesidad de una solución a algo, real o imaginadamente problematizado, también.

Ciertas soluciones incorporan a su vez nuevos problemas a la realidad sobre la que se aplican, éstos sí, certeramente reales, con lo cual la necesidad de nuevas soluciones, pasa a ser una parte del problema sin solución de continuidad. Transcurrido un cierto tiempo e instalados ya en una problematicidad constitutiva, suele olvidarse cuál fue la solución que creó el problema; un olvido con frecuencia culpable, como mínimo en la medida que la gestión del problema suele estar a cargo de sus instigadores, ya investidos como gestores y que una vez han irrumpen en escena, es para quedarse. Como mínimo en Educación ha sido así.

En una de las aventuras de Astérix, «Obélix & Cía.», el insignificante «problema» de un irreductible villorrio galo en el culo del mundo que se resiste a la romanización, se pretende resolver ocupando a los lugareños en la producción de menhires, cuya puesta en el mercado requiere crearle a la población de Roma la necesidad de adquirir algo tan inútil como un menhir, hasta el punto que llega un momento que quien no tenga un menhir en su casa, no es nadie. Los resultados son catastróficos. Muy pronto, otros pueblos del imperio, enterados del lucrativo mercado del menhir galo, empiezan a producir los suyos, y en un producto tan poco perecedero como el menhir, al cabo de poco tiempo todo el mundo tiene ya el suyo, sin que haya forma de colocar los nuevos menhires que van llegando, cada vez en mayores cantidades, desde los más recónditos confines del imperio. El resultado, una inflación en el sector del menhir que pronto contagia al resto de sectores y deja las arcas imperiales exhaustas, amenazando con el colapso absoluto. Al final, Julio César resuelve sabiamente atajar el problema enviando a su consejero a la arena con los leones, y dejando tranquilos a los galos, al menos hasta la siguiente aventura.

La genial coña de Astérix, un cómic recomendable donde los haya, y su planteamiento «economicista» de un problema cuya solución provoca otro de dimensiones mucho mayores, tiene mucho que ver con lo que venimos tratando en estas entregas sobre mercado y educación, o lo que es lo mismo, la mercantilización de la educación. Veamos.

El esquema de la divertida y lúcida aventura de «Obélix & Cía.» es en principio, y amén de otras consideraciones, muy simple: no se debe matar un mosquito a cañonazos, porque matarás muy probablemente al mosquito, pero abrirás un boquete en la pared que te creará un problema mucho mayor. La desmesura en las soluciones presupone entonces alguna variable incorporada que va más allá del problema, que se convierte así en pretexto para la solución que preconcebidamente se quería aplicar, con finalidades casi siempre inconfesadas.

En el caso de Astérix, tenemos dos elementos significativos de cara a lo que nos interesa, la desproporción entre el problema y la solución, por un lado, y la creación inducida de una necesidad, que sirve para enriquecer al codicioso consejero de Julio César. Así, a la vez que asigna unos fondos desproporcionados con el objetivo de mercantilizar a unos brutos que todavía viven en el trueque, inventa la necesidad del producto/menhir que le sirve para enriquecerse… Hasta que la burbuja estalla y Julio César decide que se acabó lo que se daba y lo manda con los leones. Y es que hasta en Astérix, César es César y no nuestros políticos actuales.

En el caso de la mercantilización de la enseñanza, de acuerdo con el esquema que seguiremos, hay un elemento más a tener en cuenta, de matiz, si se quiere, pero más sofisticado de lo que a simple vista podría parecer. A la solución desproporcionada en relación el problema y a la creación de la necesidad que surge de dicha «solución», hay que añadirle el plus de legitimación consistente, o bien en la invención pura y simple del problema, o bien en su magnificación para justificar la magnitud de una solución que, de otra manera, sería difícilmente argumentable. Y es que no estamos ya en Astérix, sino en la realidad. Y ante un evidente falseamiento de la realidad educativa del momento, para justificar lo que luego vino.

Efectivamente, y sin perder de vista el objetivo final autoimpuesto de poner a la escuela en el mercado, la legitimación aducida para una solución como la LOGSE requería de un problema que, al no ser tal –o no serlo en la medida que justificara el modelo propuesto como solución, había que magnificar aduciendo todo tipo de argumentos que presentaran falazmente una situación agónica ante la cual, la LOGSE pudiera parecer la solución. Y no se escatimaron argumentos, de todo tipo de registros, para ello. Creo que fue Goebbels quien dijo que una gran mentira es más fácil de creer que una de pequeña. Y ciertamente, entre los apologetas de la LOGSE hubo mucho émulo del siniestro líder nazi. Lo veremos en la próxima entrega.

(To be continued)

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