dimarts, 8 de desembre del 2015

BELÉN


Puede que sea un problema de los debates a más de dos, aunque los que por ahora ha habido tampoco es que hayan destacado especialmente. Los formatos mediáticos se imponen porque son una explicitación del modelo hacia el que se ha decidido que hemos de ir. Y puede que ya estemos llegando al puerto de destino. Las tertulias radiofónicas y televisivas desplazaron en su momento a los debates, ahora también entre los políticos en campaña electoral. Es la sociedad del espectáculo, donde no sólo todo cabe, sino que nada puede quedar fuera, o no existe; como la docena de infelices del partido de Doña Rosita, concentrados ayer reclamando que su nuevo jefe asistiera también a la performance.

Pero cuando los tertulianos son políticos, entones lo que tenemos no es ni siquiera una tertulia, sino un belén, un decorado artificiosamente coherente presentado en un escenario de ficción donde cada pieza está en su lugar; los pastorcillos y el ángel de la anunciación, el pueblecillo de cartón al fondo entre cordilleras de corcho sintético y musgo artificial, el riachuelo de papel de plata, la caravana de los reyes magos y el portal del nacimiento. En Cataluña hay incluso una figura tradicional que le da a todo el montaje incluso más visos de realidad, el caganer. Todo como debería ser, todo en su sitio, sin sobresaltos. Porque al fin y al cabo, es ficción. Por cierto, ya que el evento es en formato de belén, apuesto por la introducción de la figura del caganer en las próximas representaciones. Le daría color al espectáculo.

No sé a ustedes, pero a mí lo de ayer de ayer entre Sánchez, Iglesias, Rivera y Sáenz de Santamaría se me antojó esto, un belén, un decorado de ficción donde cada uno dice lo que se le supone sin salirse del guion preestablecido. No fuera a romper la armonía mediática del acontecimiento que se está representando. Todo previsto y ordenado según un plan donde hasta los incidentes estaban calculados.

Los presentadores del acto, ufanos ellos, se jactaron de que era el primer debate en que los políticos se habían plegado a las condiciones impuestas por los periodistas. Pues bien, no es para felicitarlos precisamente. Es más, tiene uno la impresión que el evento se pergeñó para su propio lucimiento –con el imprescindible coach italiano incluido, faltaría más-, y para que luego se solazaran en el onánico espectáculo coral que nos ofrecieron en forma de mesa redonda para comentar la jugada. Punto Pelota, pero más cutre si cabe, por el impostado glamour  que se autoarrogaban.

Uno, algo nostálgico sin duda, echó de menos el debate de verdad, sobre proyectos e ideas, en lugar del «tú, tampoco», el «tú, más» o el «yo, menos». En este sentido, sí que el belén de ayer marca un hito, uno más en el proceso de reducir la política a espectáculo mediático, y a los políticos en meros figurantes, que es probablemente lo que en definitiva son. Hace años, conversando con un amigo alemán sobre el por entonces presidente de los EEUU, Ronald Reagan, zanjó la cuestión con la siguiente frase: «Todos los políticos son actores… aficionados, Reagan, al menos, es el único profesional». Y puede que sí, que esto sea lo que hay. Porque lo de ayer no fue un debate, ni siquiera una tertulia, sino una pésima obra de teatro representada por aficionados.
Y como lo cortés no quita lo valiente, les diré que, en mi opinión, el vencedor del debate de ayer fue Mariano. A este paso, acabará ganando los partidos como el Barça de Helenio Herrera, sin bajar del autobús. Victoria por incomparecencia propia, que no del contrario. En esto también están cambiando las cosas. O no.

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