dilluns, 28 de desembre del 2015

HÚLTIMAS PISTAS SOBRE EL HEMPATE KUPERO



Consultadas diversas fuentes, hay indicios que apuntan hacia un empate a 1515 en la asamblea de las CUP –creo que vuelven al plural del que provienen- que, aun siendo exacto, no se corresponde a una suma de números enteros. Es decir, no se trataría de 1515 votos a favor de «Mas» y otros 1515 a favor de «Menos», sino que la cosa es harto más compleja.

Efectivamente, parece ser que un significativo número de votos no se «ajustaron» al principio de una persona un voto. Bueno, sí pero no. Nos cuenta una garganta profunda que exactamente 1515 electores solicitaron ejercer su derecho a la bipolaridad en su ídem al voto. Exactamente 757,5 electores reclamaron poder votar «Sí, pero no», es decir «Mas, Menos», mientras que otros 757,5 se decantaban por el «no, pero sí», o sea «Menos, Mas». Los restantes 1515 no se pronunciaron al respecto.

Y esta es la razón por que la última votación llevó tanto tiempo. Ante el derecho al ejercicio de la bipolaridad en el voto, los dilectos miembros de la Mesa se retiraron a deliberar. Su decisión fue la siguiente, en lugar de dos papeletas, a su vez bipolarizadas, se optó por ofrecer cuatro, dos por valor del número entero «1», las clásicas sí a Mas o no a Mas, y otras dos que contemplaban, respectivamente y a su vez, el sí y el no a Mas, pero computables por valor del fraccionario ½ en el cómputo general. El elector que, acogiéndose al derecho a la bipolaridad, optara por una papeleta de esta segunda clase, podía votar dos veces, toda vez que la segunda papeleta fuera también computable sólo por medio voto.

Se pasó a votar si se votaba que se votara de acuerdo con la propuesta de la Mesa. En el debate asambleario previo a la primera votación, alguien sugirió que con ello se pasaba de la bipolaridad del voto a la oligopolarización de la asamblea, opinión que fue abucheada por bipolarizada, y su ponente calificado ruidosa y peyorativamente de «intelectual». Alguien sugirió el voto en blanco como alternativa de toda la vida, también sin éxito por poco innovador... Otras intervenciones plantearon la necesidad de una votación previa sobre la necesidad del voto secreto, propuesta que fue aprobada por aclamación sin necesidad de proceder a una previa votación sobre tan espinosa cuestión.

Pero hubo un problema: no había papeletas suficientes, y al ser día festivo, era imposible proveerse de ellas. Se propuso entonces elaborar manualmente las papeletas con recortes del papel higiénico que, sin duda, debía haber en los servicios del polideportivo. Propuesta que también se desestimó para evitar el conflicto de «género» que amenazó con desatarse, cuya naturaleza omitiremos por no ser relevante en esta crónica. Baste decir que entre la estridencia asamblearia, se distinguieron claramente epítetos como “¡Zapata, Zapata!”, dirigidos a los responsables de la propuesta, en clara alusión al concejal de Madrid con mismo apellido, conocido por sus tuits racistas y misóginos.

Descartada pues, en razón de irreductibles imponderables, esta última componenda, y a falta de material celuloso de soporte para las tres votaciones secretas preceptivas –a saber, votar si se votaba la propuesta de votación, votación sobre ella en caso afirmativo, y votación en estos términos recogiendo el derecho a la bipolaridad-, y habiendo sólo papeletas para una única votación en términos dicotómicos, que no recogían la bipolaridad individual, se había llegado a un metafísico callejón sin salida.

Fue entonces cuando alguien, que muy sagazmente había detectado que los 1515 reivindicantes del derecho a la bipolaridad se dividían en dos grupos numéricamente idénticos, 757,5 partidarios de «Mas, Menos», y otros 757,5 partidarios del «Menos, Mas», vio la luz y lanzó su propuesta. Se abriría un espacio/tiempo de 30 minutos para que se llevara a cabo una transacción acordada del voto, en términos que recogiera en formato de votación clásico el derecho a la bipolaridad. Si cada partidario del «Más, Menos» se ponía de acuerdo con otro del «Menos, Mas», cada voto individual recogería la mitad bipolar propia y la mitad del otro, mientras que el «otro» incorporaría en el suyo la debida reciprocidad. Alguien objetó que cómo podía ser que hubiera 757,5 partidarios, y que a ver si algún guasón se estaba quedando con ellos, pero su protesta fue masivamente acallada por aritméticamente poco imaginativa.
La transacción funcionó y se pasó a la votación con el resultado que todos conocemos. Sigue sin saberse quién era el guasón. Además, cosa de sumas, pudo haber más de uno.

diumenge, 27 de desembre del 2015

UN EMPATE MUY «AJUSTADO»


La noticia, para cualquiera en su sano juicio y en atención a las fechas, suena a inocentada. Y no hay que descartar que lo sea. Cierto que la CUP estaba rompiendo moldes de todo tipo, pero nunca hasta ahora había atentado contra la probabilística matemática como hoy. Que entre 3030 personas se dé un empate a 1515 arroja prácticamente las mismas probabilidades que a un servidor le toque la Primitiva. Pero ha ocurrido; lo primero, claro, lo segundo tendrá que esperar… O que el duro caiga de canto. Claro que a ver si acabará lo cosa como la perdiz aquella que tanto marearon...

Vaya por delante que hay varias cosas que uno no entiende desde un buen principio. Verbigracia, cómo, después de haber negado a Mas por activa y por pasiva, hacen falta ahora tantas votaciones; ni tampoco que ahora resulte que ni Mas ni menos la mitad de la militancia esté por lo primero… ¿Habrá que seguir con el paripé hasta que salga el sí a Mas? ¿Se trata de eso? ¿O hasta que se aclare el panorama español, que también se las trae? Bueno, ahora dicen que lo decidirá el Consejo Político de la CUP el dos de enero, entre notables y fuera ya del ruido asambleario que en tan alta estima tienen… Una reunión sobre la que ya se proyectan sombras alargadas ¡que prosiga la función!

Menos aún se entiende, aunque esto ya caiga de lleno en los arcanos designios de la CUP, que entre las asambleas locales representadas las haya procedentes de fuera de Cataluña, y no porque éstas sean precisamente las más proclives a votar por Mas, sino porque no deja de ser paradójico entonces que, en aplicación de la misma regla de tres, a los valencianos que no sean miembros del selecto club de la CUP se les niegue poder votar quién ha de ser el nuevo presidente catalán; o zamoranos… yYya puestos ¿por qué no del Frente Polisario? Porque si hubiera al final referéndum ¿quiénes deberían ser electores según la CUP?
Pero la guinda nos la ha brindado hoy, vigila del día de los Santos Inocentes, este mágico empate con el cual la CUP nos ha obsequiado. Inocentada, azar, astracanada… ¿Cómo calificar tamaño espectáculo? En fin ¿Quién se lo cree? Claro que, bien mirado, si se trataba de que se siga hablando de ellos y que la cosa no acabe aquí, lo cierto es que lo han conseguido. Porque «ajustar» un empate y dar el pego, no lo negaremos, tiene su qué. Y la puesta en escena, también. Ahora, a ver quién se la cree. De momento, el choteo ya ha empezado.

dimecres, 23 de desembre del 2015

SPAGHETTI WARS: EL DESPERTAR DE LA FUERZA... BRUTA

 

Teorizar sobre Star Wars quizás pueda parecer excesivo. Sin embargo, y como dice acertadamente Jorge en su blog, aunque la gravedad y la «metafísica» de la saga sean de baratija de mercadillo, no es menos cierto que nada es ajeno a su tiempo. Tampoco Star Wars, de la que, sin rubor alguno, me considero un entusiasta seguidor de las seis primeras entregas. La séptima, y última por ahora, «El despertar de la Fuerza», ya es otra cosa…
Han transcurrido casi cuarenta años desde la primera entrega, y aunque sólo fuera por esto, puede considerarse una suerte de género; no como el «Western», ciertamente, ni como «Tarzán», pero situada en algún borroso punto medio entre ambos. Como el Western, Star Wars es deudora de sus momentos. Baste recordar para ello el distinto tratamiento que merecen, en el caso del Western, la figura del general Custer y su correlato, los indios de las praderas, a lo largo del recorrido del género: de héroes a villanos, o de villanos a héroes, según el caso. Cada presente se proyecta sobre el pasado en función de sus propios intereses e inquietudes. De las analogías con Tarzán diré, simplemente. que hemos pasado de John Weissmüller a musculosos hormonados con tanga de piel de leopardo. Es suficiente.
Star Wars no se proyecta sobre ningún escenario histórico adulterado, a diferencia del Western, pero igualmente (...)
 
EL ARTÍCULO COMPLETO AQUÍ

dilluns, 21 de desembre del 2015

CONCLUSIONES APRESURADAS DESPUÉS DE UNAS ELECCIONES


Seguimos con las dos Españas. Lo que no sabemos es si estamos en los albores de una tercera que las supere a ambas. Resultado confuso, pero interpretable.

A más C’s, menos PP, y a más PP, menos C’s; ha sido lo segundo y Mariano aguanta… por el momento. Correlativamente, a más Podemos, menos PSOE, y a más PSOE, menos Podemos; ha sido lo primero, aunque no del todo. Respectivamente, y aunque con más que probables distinciones generacionales, son vasos comunicantes.

En la izquierda se quiebra el monopolio instaurado por el monipodio González/Guerra & Cía, rubricado en 1974 con el Pacto del Betis y culminado en 1982. Nunca antes, desde entonces, el PCE o IU habían conseguido llegar más allá de la anécdota testimonial. Ahora no es así. Son 90 escaños contra 69. Y Podemos ha llegado para quedarse. El PSOE tendrá que acostumbrarse. Con Pedrito o con Susanita...

En la derecha, si C’s sabe administrar sus tiempos y sus impulsos, también podría haber llegado para quedarse. Pero algún tipo de mutación será inevitable. Uno de los dos, PP o C’s, derivará inevitablemente hacia la derecha más pura y dura, y el otro podría derivar hacia una derecha laica y más o menos ilustrada que este país nunca tuvo, más allá de ilustres individualidades. Pero en España, cuando se habla de la derecha, como de la izquierda, ya se sabe que nunca se sabe…
EL ARTÍCULO COMPLETO AQUÍ
 

diumenge, 20 de desembre del 2015

WALDEN «n» 0 LA EUGENESIA EMOCIONAL

 
 
Fue Burrhus F. Skinner (1904-1990) el que se llevó la fama con su novela «Walden dos», que no es una novela psicológica, sino un manual de psicología novelada que presenta, bajo una aparente estructura narrativa, las bases del conductismo psicológico, teoría de cual Skinner es, junto con Watson (1878.1958), uno de sus más conspicuos miembros. La fama, o la mala fama, proviene de que el conductismo se autopostuló como la primera Psicología «científica» que afirma su capacidad de modificar, dirigir, manipular e instrumentalizar la personalidad, la conducta, a través de un «correcto» tratamiento de los estímulos, emblematizados en la archiconocida ecuación «E → R». De ahí la lapidaria frase de Watson: “Dadme una docena de niños sanos para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger .médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón- prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados”. ¡Qué familiar suena!  En definitiva, técnicas de modificación de conducta, y con ello de emociones, amparadas por la «ciencia».
Lo intentó Watson con el famoso caso del «niño Albert», por cierto cubriéndose de oprobio –es curioso que meterle una fobia a alguien sea más fácil que quitársela luego-. En los mismos tiempos de entreguerras, mientras Watson hacía sus primeros sus pinitos psicológicos y terapias conductuales, Aldous Huxley nos presentaba en su Brave new world (1932) uno de los posibles desenlaces de la realización de tales designios. En definitiva, y a lo que íbamos, la pretensión de los educadores emocionales de trajinar con la personalidad y las emociones humanas no parece ser tan novedosa como se anuncia. Y sus métodos tampoco. Otra cosa es el cebo que pongan en el anzuelo.
Algunos opondrán a esto que el conductismo skinneriano y las teorías de la inteligencia emocional son antitéticas por partir de supuestos y de modelos absolutamente opuestos. Y por tratarse de paradigmas muy alejados entre sí. En principio podría parecer una objeción más que razonable, y no sólo porque el ambientalismo conductista no parece que case nada bien con el supuesto intimismo implícito a la capacidad de controlar de las emociones, sino también porque, correlativamente, la dicotomía se plantearía también en términos de heteronomía psíquica, en el caso conductista, contra la supuesta autonomía psíquica postulada por nuestros coetáneos emocionalistas. Pero en ambos casos, ya se trate de técnicas de modificación de conducta o de moldear las emociones, lo cierto es que hay una heteronomía insoslayable y recurrente. En realidad, la educación emocional no es sino un nuevo conductismo presentado con un pelaje más acorde a los tiempos que corren. Donde unos dicen «emociones» e inteligencia emocional, los otros decían respuesta a un estímulo externo y conducta. En realidad, de Watson y Skinner a Goleman y sus voceros va un trecho, sí, pero sólo en el tiempo.
En definitiva, de Walden dos a Walden tres, hasta Walden n, el Walden emocional. Pero siempre Walden. Y el síndrome de Frankenstein.

dissabte, 19 de desembre del 2015

MOSQUEO PARA LA REFLEXIÓN



Sí, hoy, en plena jornada de reflexión electoral, estoy con la mosca en la oreja. Verán, ya llevo unos días así, de modo que voy a compartir con ustedes las razones de mi mosqueo y de paso inquirirles por si les ha ocurrido lo mismo.

Resulta que en esta campaña electoral se ha puesto de moda que muchos periódicos hayan incluido, en sus ediciones digitales, una encuesta destinada a informarle a uno, a través de una serie de preguntas con varios ítems de respuesta, de cuál es la formación política con la que más coincide. Por ejemplo, le preguntan a uno qué piensa del envío de tropas a Oriente Medio para luchar contra el Estado Islámico, y se le ofrecen varias posibles respuestas, de acuerdo a lo que se supone que son las propuestas de cada partido; o sobre la independencia de Cataluña –que si ni hablar, que si sí incondicional, que si referéndum, que si federalismo…-

En algunos casos hay hasta más de treinta preguntas. Pues bien, resulta que un servidor ha realizado cinco o seis de estas encuestas, sin que haya obtenido dos resultados iguales. Siempre me salía un partido distinto. Y ya podrán suponer que, si son cinco o seis encuestas, me han salido prácticamente todos los partidos que concurren a las elecciones. Y claro, esto mosquea. Porque uno no respondió ligeramente a las preguntas, sino, créanme, a conciencia.

Pero es que la cosa no acaba aquí. Verán. Sí, ya sabemos que la prensa es independiente y todo esto. Muy bien. Pero sin que ello cuestione la independencia política que en tan alta estima tienen, en aras a la libertad de información y a su veracidad y objetividad, no es menos cierto que no hay medio que no cojee de alguna pierna. Y resulta que, en cada caso, el partido al que me adjudicaban una mayor afinidad resultaba ser aquél al que oficiosamente viene a ser afín el medio. Y siempre el mismo, incluso cambiando respuestas a preguntas clave en sucesivos intentos. Entrando, claro, desde otros sitios porque no te dejaban repetir. Se lo aseguro, y les pongo un ejemplo. En uno de estos medios, conocido por sus abiertas simpatías hacia la formación en el poder actualmente en Cataluña, había una pregunta, ineludible, sobre la independencia. Daba igual contestar  que jamais de la vie, que mañana mismo o que largo me lo fiáis: indefectiblemente me salía «Democràcia i Llibertat» como partido, formación o lo que sea, al cual estoy más próximo. ¡Pasmao me he quedao!

Y así en el resto, en cada caso con su correspondiente filiación, oficial u oficiosa. Me pregunto si a alguno de ustedes le ha ocurrido lo mismo. ¿Comprenden ahora por qué estoy mosqueado?


dimecres, 16 de desembre del 2015

LA EDUCACIÓN EMOCIONAL



Entre otras lindezas, «Podemos» incluye, entre las propuestas educativas de su programa electoral, la introducción de una materia de «educación emocional» en distintos niveles educativos que no especifica, pero que es de suponer, dada la envergadura intelectual de la propuesta, que abarcará todos los planes de estudio. No se puede decir que no apuesten fuerte por la innovación, desde luego que no.

En un primer momento, uno pensó que tal vez se trataba de un error de comprensión lectora por mi parte, que dónde decía «emocional» debería figurar en «sentimental», que se trataba en realidad de una propuesta de reintroducción de una materia de literatura universal, tan maltrecha en nuestros planes de estudio que es prácticamente inexistente, y que, a modo de ejemplo, citaban la célebre obra de Flaubert «La Educación Sentimental». Pero no, mi gozo en un pozo. No se trataba de un error, sino que mi primera impresión se confirmó: era educación emocional; por lo de la inteligencia emocional, claro.

La verdad es que uno siempre pensó, desde el mismo momento en que apareció el Sr. Goleman con su milonga de la inteligencia emocional que tantos dividendos le ha reportado, que todo lo que se podía decir sobre esta supuesta facultad humana ya lo había dicho el viejo Aristóteles, cuando tratando el ámbito de la proáiresis, destacaba la importancia de saber enfadarse, es decir, de tener una cierta capacidad de control sobre el pathos. Todo ello en el bien entendido que no está en mi mano decidir si algo me entristece, me enfurece o me pone de buen humor. Pero no, desde Goleman, la inteligencia emocional ha dado mucho de sí, tanto que desde la psicología y la pedagogía new age, se la considera el talismán del nuevo modelo educativo, muy por encima de la intelectiva, tan rutinaria y repetitiva ella. Y los de Podemos, tan modernos ellos, pues venga educación emocional.

Tampoco acaba uno de concluir si la inteligencia emocional es una facultad intelectiva o sensorial, una distinción probablemente trasnochada para la intrépida legión de «emocionalistas» que, con una fe y un entusiasmo dignos de mejor causa, proclaman las bondades de «implementar» el control de las emociones mediante la potenciación de dicha inteligencia emocional, que resulta que no sabíamos que teníamos y que, empeñados en los contenidos de conocimiento, estábamos cercenando la futura felicidad que nuestros jóvenes tienen ahora a su alcance. ¡Cuántas generaciones de infelices se han malogrado por el contumaz empeño en enseñar ecuaciones y batallitas!

A lo más, uno pensaba que acaso esta nueva facultad, descubierta no se sabe bien a través de qué procedimiento, podría ser el resultado de una mala digestión del llamado «emotivismo» de Hume; vamos, que en aras a la innovación, y acaso excesivamente «emocionados», se hubieran pasado tres pueblos. Pero tampoco. Se trata de una facultad que quien no se rinda ante ella está condenado a ser un desgraciado. Así que igual que Kant hablaba de la minoría de edad culpable, ahora resulta que lo que somos es desgraciados culpables. El único problema, ya digo, es que si no se trata de una facultad intelectiva ni sensorial ¿qué diablos es entonces la inteligencia emocional? ¿Habrá que reinventar el alma para colocarla como una de sus potencias? Todo un enigma, créanme, para un profano en este tipo de menesteres.

Y luego hay también un aspecto relacionado con esto de la inteligencia emocional que me trae de cabeza ¿Es simplemente inteligencia o consiste en algún tipo de saber? Porque digo yo que para conocer tu inteligencia emocional deberá haber algún tipo de conocimientos involucrados, máxime si consideramos que hasta hace poco nos era completamente desconocida. Es decir, que no todos la intuimos ¿intelectualmente? Luego, ha de consistir en una cierta disciplina y contenidos de conocimiento debidamente tematizados. Y si es así ¿son estos conocimientos transmisibles, a diferencia de los otros, que sólo se construyen? Porque de no serlo ¿qué será exactamente el educador emocional? ¿Un sucedáneo de los antiguos directores espirituales?

Porque si resulta que no es tampoco un saber transmisible y consistente en una serie de técnicas procedimentales y metodológicas que se «aprenden», lo más parecido a un educador emocional que a uno se le ocurre serían, no ya los curas, sino su variante chamánica. Pero seguro que no es así, porque si «Podemos» la propone como materia -¿un saber tematizado?-, seguro que se lo han pensado muy bien, porque esta gente sabe lo que hace. Y hasta deben saber qué tipo de especialistas –porque serán especialistas ¿no?- serán los encargados de impartirla.

Y esto nos lleva a otro problema ¿Cómo se acredita que uno está capacitado para enseñar educación emocional? Porque algún tipo de pruebas y proceso selectivo para determinar si realmente el futuro educador es un inteligente emocional habrá ¿o no? No sé oigan ¿se les exigirá acreditar que son felices? ¿Y esto como se comprueba? ¿Consistirá la cosa en una entrevista donde al aspirante se le insultará y zurrará para comprobar si sabe controlar sus emociones? Pero es que si uno aguanta los insultos, las vejaciones y las burlas del tribunal ¿es eso ser emocionalmente inteligente y lo acredita como feliz? Qué quieren que les diga, tengo mis dudas.

Y no es la menor entre estas dudas la sospecha de que, al final, se trate ni más ni menos que de un conductismo barato reciclado, cuyo objetivo más bien tiende a la manipulación y al control moral del individuo, y que el altruista deseo de que la gente sea feliz más bien es un burdo pretexto. Porque ¿hay alguien capaz de explicar cómo uno puede llegar a ser feliz?  Y por cierto ¿qué hacer con los tontos emocionales? ¿Grupos flexibles y tratamiento de la diversidad emocional? ¡Vade retro!
En fin, esperemos que Podemos no tenga la oportunidad de explicárnoslo aplicándolo. Si alguna vez pensé en votarles, ya no. Tantas emociones me atribulan.

MATANDO MOSQUITOS A CAÑONAZOS (MERCADO Y EDUCACIÓN) (III)



Seguimos con lo de matar mosquitos a cañonazos. Pero es que quién lo haga, o es un estúpido o persigue otras finalidades, acaso pergeñadas por terceros y víctima de ellas. Si resulta que quien me aconsejó el uso de la artillería luego se me ofrece como albañil para tapar el boquete que el proyectil dejó en la pared de mi casa, parece juicioso colegir que su objetivo no era librarme de tan enojosos dípteros, sino conseguir un trabajo.

Para que la LOGSE fuera la solución, hubo que vender antes, como problema, una «realidad» educativa anacrónica y desfasada, elitista y excluyente, obsoleta e ineficaz, basada en una imposible transmisión de conocimientos a su vez inútiles, que provenía de una dictadura y que no se correspondía con las necesidades del momento ni tenía encaje en una sociedad democrática como la nuestra. Frente a esto, la solución pasaba por la escolarización universal hasta los 16 años, un sistema educativo transversal, atento a la diversidad, motivador, integrador e inclusivo. Es decir, toda la retahíla de conceptos «mágicos» y artes taumatúrgicas propios de las pedagogías alternativas, presentadas como «progresistas», frente a un sistema retrógrado como problema a superar. Ahora bien ¿Era esto verdaderamente así?

Hay muchísimos datos que, no sólo indican que no, sino también que muchas de las propuestas «progresistas» que se proponían como señuelo alternativo no eran tales novedades, sino que se estaban impostando del sistema que se denostaba. Por ejemplo, José Manuel Lacase, estudioso y especialista en análisis de datos, demuestra a partir de los informes PIAC –el PISA para adultos- que durante la aplicación de la LGE de 1970, España era el país de la OCDE que más estaba avanzando, y ello con el valor añadido de estar incorporando a la enseñanza reglada población no escolarizada, sin que por ello se resintieran los niveles académicos. Un progreso que se trunca con la implantación de la LOGSE y que se troca en caídas espectaculares.

Tampoco el argumento de la escolarización obligatoria hasta los 16 es demasiado consistente. El porcentaje de población escolar fuera del sistema educativo entre 15 y 16 años era de entre el 4 y el 5%. Integrar a esta población tampoco requería del gigantesco despliegue que se organizó. Otro fraude de la LOGSE es su declaración de principios en el preámbulo. Se trataba de promocionar la Formación Profesional y desmasificar la Universidad. Desde entonces, la FP ha empeorado y las universidades se han reproducido como setas por toda la geografía comarcal española, hasta el punto que quien no tenga hoy en día universidad, no es nadie.

No es mi intención hacer ninguna hagiografía del sistema anterior; tenía sus carencias y requería retoques, algunos de bastante calado, pero sí mostrar cómo se falseó la realidad para presentar un problema que justificara la solución preconcebida de antemano. Había que ponerlo muy mal, no sólo para justificar el cambio, sino también, premonitoriamente, los problemas que la presunta solución iba a generar, de magnitud muy superior a los que pretendía resolver, como el fracaso o el abandono escolar que vendrían... Que no era un sistema perfecto y que requería de reformas, es evidente, pero que no eran las que se aplicaron, también. No era un sistema tan anacrónico como para que no pudiera ser la base sobre la cual promover las necesarias reformas.

Porque una cosa es alargar la escolarización obligatoria hasta los 16 años, como se hizo, y otra, completamente independiente de la anterior, que todos pasen por un sistema único hasta dicha edad. Lo mismo en lo referente a la inclusividad, una cosa es un sistema educativo inclusivo, es decir, que «incluya» a toda la población en edad de escolarización, y otra muy distinta el modelo pedagógico llamado «escuela inclusiva», que consiste en la mezcla indiscriminada de todo tipo de alumnado en un mismo espacio bajo un mismo programa de estudios. Una vez más, el solucionador de problemas lo es por doble partida. Por un lado, se ofrece a solucionar un problema, real o inducido; por el otro, es también el solucionador de los problemas que su solución generará. Que los problemas sobrevenidos sean de mayor envergadura que el que se suponía que iba a solucionar, eso parece no importar.
Pero antes de proseguir, hemos de hacer un breve excurso sobre la puesta en el mercado de la escuela y las motivaciones que indujeron a ello. Insisto, no es inocente matar mosquitos a cañonazos.
(To be continued...)

dilluns, 14 de desembre del 2015

LA SOLUCIÓN COMO PROBLEMA (MERCADO Y EDUCACIÓN) (II)



Para presentarse como la solución a algo, se requiere la problematización de ese algo. Y si no hay problema, o si su naturaleza no reviste especial excepcionalidad más allá de la finitud constitutiva de todo lo real, entonces el problema se inventa, no fuera a quedarse una maravillosa solución sin objeto por falta de problema. Es una metonimia interesada, sí, pero mucho más al uso de lo que nos imaginamos y percibimos por regla general. Igual que la necesidad puede crearse, la necesidad de una solución a algo, real o imaginadamente problematizado, también.

Ciertas soluciones incorporan a su vez nuevos problemas a la realidad sobre la que se aplican, éstos sí, certeramente reales, con lo cual la necesidad de nuevas soluciones, pasa a ser una parte del problema sin solución de continuidad. Transcurrido un cierto tiempo e instalados ya en una problematicidad constitutiva, suele olvidarse cuál fue la solución que creó el problema; un olvido con frecuencia culpable, como mínimo en la medida que la gestión del problema suele estar a cargo de sus instigadores, ya investidos como gestores y que una vez han irrumpen en escena, es para quedarse. Como mínimo en Educación ha sido así.

En una de las aventuras de Astérix, «Obélix & Cía.», el insignificante «problema» de un irreductible villorrio galo en el culo del mundo que se resiste a la romanización, se pretende resolver ocupando a los lugareños en la producción de menhires, cuya puesta en el mercado requiere crearle a la población de Roma la necesidad de adquirir algo tan inútil como un menhir, hasta el punto que llega un momento que quien no tenga un menhir en su casa, no es nadie. Los resultados son catastróficos. Muy pronto, otros pueblos del imperio, enterados del lucrativo mercado del menhir galo, empiezan a producir los suyos, y en un producto tan poco perecedero como el menhir, al cabo de poco tiempo todo el mundo tiene ya el suyo, sin que haya forma de colocar los nuevos menhires que van llegando, cada vez en mayores cantidades, desde los más recónditos confines del imperio. El resultado, una inflación en el sector del menhir que pronto contagia al resto de sectores y deja las arcas imperiales exhaustas, amenazando con el colapso absoluto. Al final, Julio César resuelve sabiamente atajar el problema enviando a su consejero a la arena con los leones, y dejando tranquilos a los galos, al menos hasta la siguiente aventura.

La genial coña de Astérix, un cómic recomendable donde los haya, y su planteamiento «economicista» de un problema cuya solución provoca otro de dimensiones mucho mayores, tiene mucho que ver con lo que venimos tratando en estas entregas sobre mercado y educación, o lo que es lo mismo, la mercantilización de la educación. Veamos.

El esquema de la divertida y lúcida aventura de «Obélix & Cía.» es en principio, y amén de otras consideraciones, muy simple: no se debe matar un mosquito a cañonazos, porque matarás muy probablemente al mosquito, pero abrirás un boquete en la pared que te creará un problema mucho mayor. La desmesura en las soluciones presupone entonces alguna variable incorporada que va más allá del problema, que se convierte así en pretexto para la solución que preconcebidamente se quería aplicar, con finalidades casi siempre inconfesadas.

En el caso de Astérix, tenemos dos elementos significativos de cara a lo que nos interesa, la desproporción entre el problema y la solución, por un lado, y la creación inducida de una necesidad, que sirve para enriquecer al codicioso consejero de Julio César. Así, a la vez que asigna unos fondos desproporcionados con el objetivo de mercantilizar a unos brutos que todavía viven en el trueque, inventa la necesidad del producto/menhir que le sirve para enriquecerse… Hasta que la burbuja estalla y Julio César decide que se acabó lo que se daba y lo manda con los leones. Y es que hasta en Astérix, César es César y no nuestros políticos actuales.

En el caso de la mercantilización de la enseñanza, de acuerdo con el esquema que seguiremos, hay un elemento más a tener en cuenta, de matiz, si se quiere, pero más sofisticado de lo que a simple vista podría parecer. A la solución desproporcionada en relación el problema y a la creación de la necesidad que surge de dicha «solución», hay que añadirle el plus de legitimación consistente, o bien en la invención pura y simple del problema, o bien en su magnificación para justificar la magnitud de una solución que, de otra manera, sería difícilmente argumentable. Y es que no estamos ya en Astérix, sino en la realidad. Y ante un evidente falseamiento de la realidad educativa del momento, para justificar lo que luego vino.

Efectivamente, y sin perder de vista el objetivo final autoimpuesto de poner a la escuela en el mercado, la legitimación aducida para una solución como la LOGSE requería de un problema que, al no ser tal –o no serlo en la medida que justificara el modelo propuesto como solución, había que magnificar aduciendo todo tipo de argumentos que presentaran falazmente una situación agónica ante la cual, la LOGSE pudiera parecer la solución. Y no se escatimaron argumentos, de todo tipo de registros, para ello. Creo que fue Goebbels quien dijo que una gran mentira es más fácil de creer que una de pequeña. Y ciertamente, entre los apologetas de la LOGSE hubo mucho émulo del siniestro líder nazi. Lo veremos en la próxima entrega.

(To be continued)

diumenge, 13 de desembre del 2015

OPERACIÓN «CENA DE EMPRESA» O «MONO» DE VOTOS



La verdad es que, a fuerza de boutades, al final van a acabar resultando entrañables. Me refiero, claro, a Convergència, o Junts pel Sí, o Democràcia i llibertat, muchos sentidos, misma referencia, que es precisamente la que quieren ocultar, como si fuéramos imbéciles. No se trata esta vez de ninguna nueva ocurrencia de Mas; tampoco del impagable espectáculo que supone ver a su edecán, Quico Homs, pugnando agónicamente por parecer un estadista, él, que tan bien estaría con una bata azul y un lápiz en la oreja sirviendo tornillos como empleado de una ferretería. No, no se trata de nada de esto, que aunque ya tenga lo suyo, por esta vez vamos a dejarlo. Se trata del aguinaldo navideño que, en forma de exhortación, ha perpetrado el think tank de la formación, o sus responsables de campaña electoral, con un vídeo que, créanme, vergüenza ajena es poco, muy poco…

Muy mal se lo deben ver si recurren a este tipo de delirantes payasadas a la desesperada con pretensiones de buen rollete militante, patriótico y de comisario político. Supongo que las encuestas de que disponen deben ser escalofriantes. Porque si no, no se entiende. La conclusión más obvia es que han entrado en una suerte de delirium tremens irreversible, producido en este caso, no por la falta de substancias de cualquier naturaleza, sino de votos. Un «mono» de votos, vaya. El resultado, una astracanada en la que se han superado a sí mismos.

El vídeo en cuestión, colgado en you tube por «Democràcia i llibertat», lleva por título «Operació sopar d’empresa», y consiste en una estrambótica exhortación a sus acólitos para que hagan proselitismo electoral en las cenas navideñas de empresa, aconsejándoles sobre la estrategia a seguir, a quién entrarle y a quién no, con una divisa final: “Quizás arruines la cena, pero habrás salvado a tu país”. En fin, a medio camino entre los manuales de la Gestapo y los de la TÍA de Mortadelo y Filemón.

El mensaje es muy claro: Nadie puede inhibirse ya, porque la cosa está muy, pero que muy mal, de modo que todos a apechugar y arrimar el hombro; y el que no, botifler, claro. Porque se puede ser botifler por activa, pero también por pasiva, a partir de ahora, según parece ser. Tu país te necesita y no puedes negarte. Así que ya lo saben: Operación «cena de empresa» en marcha. Código rojo; rojo de vergüenza colorá.

También inquietante, muy inquietante... Porque no estamos a 28 de diciembre, día de los inocentes, luego, no es una inocentada.