dijous, 3 de juliol del 2014

LOS LÍMITES DE LA REPÚBLICA (III)



Y de nuevo la borbonada, esta vez en la figura del hijo de la barragana. En principio presentaba una ventaja genética frente a sus familiares, no era enteramente de sangre real; tenía un 50% de sangre plebeya. El que pasaba por ser su padre -conocido  entre el populacho como "Doña Paquita" o, también, "Paquito Natillas" - lo era sólo putativo, el biológico fue un coronel de ingenieros llamado Puig Moltó. Y una cosa era cierta, este príncipe no acabó de heredar del todo los caracteres más llamativamente decrépitos de sus antepasados inmediatos. Pero no gozó de buena salud y a los veintitantos la espichó de tuberculosis.

Nos legó un engendro póstumo, intelectualmente infradotado, putero y con ínfulas de play boy, a la vez que de milico chusco y cuartelero. Siendo aún niño y bajo la regencia de su madre, se habían perdido Cuba y Filipinas, en una vergonzosa guerra donde los milicos demostraron lo valientes que eran cuando se las veían con algo parecido un ejército de verdad. La culpa no la tuvo ciertamente él, sino acaso el profeta malagueño que había sentenciado "Cuba nunca será independiente", pocos meses antes incorporarse como segundo en la lista que él mismo había contribuido muy probablemente a fundar: la de los primeros ministros españoles muertos en atentado. Pero el niño, educado por milicones incapaces, quiso sacarse la espina colonial y, para ello, no dudó en convertir el Rif en un matadero de españoles a cambio de que los oficiales obtuvieran la gloria de la que los norteamericanos les habían privado unos años antes.

Una medida, esta de la guerra de Marruecos, que no despertó demasiado entusiasmos entre un populacho que ya no gritaba "viva las caenas", sino que se había vuelto respondón y en su lugar gritaba "Viva la revolución"; que ya no les temía a los curas ni a sus coñas del fuego del infierno, sino que, más bien al revés, eran los curas quienes les empezaban a temer a ellos. Además, empezaban a estar hartos de tanta milonga patriotera en la que unos mueren y los otros obtienen medallas. Y entre esto y aquello, tronaron al Borbón y se proclamó la república. Una república que lo tenía que arreglar todo dando cumplida y rápida cuenta de las seculares frustraciones y peticiones de los sectores más variopintos. Y con la reacción más zafia y abyecta del continente.

Como en los tiempos de la que hubiera tenido que ser la I República, once decenios antes, tampoco el escenario era demasiado favorable. El país seguía siendo en general igual de ignorante, y la iglesia igual de carcúndica. La situación internacional acompañaba aún menos. Si antes había sido la Revolución francesa y sus secuelas bonapartistas lo que había acabado por aupar en Europa al absolutismo más rampante, ahora era la revolución soviética la que había puesto Europa patas arriba y a los reaccionarios los  pelos de punta. Con una particularidad, a Napoleón lo habían mandado a Santa Elena, los comunistas rusos se habían quedado.

Y si la patria de la reacción fue en su momento la Austria de Metternich, ahora era su hija mayor, la Alemania de Hitler. Se trataba de hacerle la guerra al comunismo incluso allí donde no hubiera comunistas -caso de España, por cierto-. Por entonces, Churchill todavía no había sido sobrevolado por el Espíritu Santo, y creía, como la mayoría de los ingleses, que Mussolini era el modelo ideal para pueblos inferiores como los italianos, y que Hitler era el líder fuerte que necesitaba el pueblo alemán en su particular lucha contra el comunismo y contra sus propias psicopatías. Lo de la II Guerra mundial vino luego, pero para entonces ya no había república en España, sino una hedionda dictadura.
Puede que el problema de II República fuera que no había republicanos. España era un país atrasado y sus clases medias eran incipientes. El auge del anarquismo entre las clases trabajadoras no es sino la cercanía temporal del agrarismo. Y en el contexto del movimiento político europeo, las izquierdas iban más despistadas que un  pulpo en un gallinero. Sólo unos pocos políticos, sin base social real, como sus antepasados de las Cortes de Cádiz, creían probablemente en una república democrática e ilustrada. Y vino lo que vino.

2 comentaris:

  1. Pues si en la primera nada de nada y en la segunda, menos. ¿Quién espera una tercera?

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  2. Es que a la tercera va la vencida, por eso mejor hacerlo bien.

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