Si hay algo claro es que las
carencias en lengua inglesa de nuestro alumnado no son ningún caso singular. Ojalá
lo fuera; la solución sería entonces relativamente fácil. Se podría, por
ejemplo, culpar a los profesores de inglés de la catástrofe. Cierto que es un
argumento muy manido, sobre todo por parte de los políticos y amplios sectores de eso que
se le llama «comunidad educativa", el de cargar contra el gremio docente,
pero, sobre todo si se carga también contra los sindicatos, todavía podría
funcionar. Un posible modelo de actuación sería el siguiente.
Un grupo de expertos de
alguna empresa de evaluación privada, contratados por el Ministerio y las CCAA,
emite un informe donde se detecta que las carencias en inglés del alumnado
provienen del escaso rigor, la falta de preparación y ausencia de interés de
los profesores de inglés en actualizar sus conocimientos. No sin añadir, por
supuesto, que esto es debido a su condición de funcionarios públicos
decimonónicos y anacrónicos. A continuación, y ante la magnitud del desastre,
la Administración toma medidas de urgencia.
Se contrata a un grupo de
pedagogos para que «reciclen a los filólogos docentes. Recurrir a los pedagogos
siempre es una ventaja, un auténtico comodín en la manga; porque no necesitan
saber inglés para proceder en su actuación profesional sobre los profesores de
inglés, exactamente como no necesitan saber matemáticas para pontificar sobre
cómo los matemáticos deben enseñar su materia a los alumnos. Cosas de esa
«ciencia» que es la pedagogía. Y luego, ya todo va de soi...
Los políticos anuncian
públicamente ante la sociedad que se están gastando un pastón en poner remedio
al problema; un pastón que ingresan las empresas privadas contratadas a tal
efecto, mientras sus pedagogos descubren con horror que los profesores -de
inglés, en este caso-, con el sambenito bien colgado para escarnio, no saben enseñar. En realidad, nada se
iba a resolver, por supuesto que no, pero los políticos se habrían sacudido las
pulgas, debidamente transferidas a los profesores; la ciudadanía respiraría aliviada
por la categórica exculpación de su progenie, y tendría, además, un chivo
expiatorio. Finalmente, last but not least,
algunos se habrían embolsado sus dineros.
Quedarían, claro, los profesores de inglés, pero ya se sabe, al fin y al cabo
son funcionarios que incurrieron en la osadía de aprobar unas oposiciones
públicas, y esto es un pecado original que bien está que lo purguen. Carnaza
para los leones en el anfiteatro y que el pueblo se divierta.
Así que todos contentos y a
otra cosa. Casi perfecto, sí, pero es que el problema no es sólo el inglés,
sino también todas y cada una del resto de asignaturas. De modo que, por más
que les duela, no sirve. Así que habrá que pensar otra cosa. Y sobre todo
plantearla con cierta delicadeza, porque lo que no se puede hacer es reconocer
que el sistema educativo en su totalidad es, hablando claro, una mierda
pergeñada por políticos inútiles y pedagogos ignorantes. De modo que hay que
seguir centrados en la idea de que el gran problema es que nuestros alumnos no
aprenden inglés. ¿Solución? que se impartan las matemáticas en inglés. ¡Genial!
¿Quién dijo que los políticos no tenían ideas?
(To be continued)
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