Cuando hace ya unos cuatro
años, Pérez Reverte sembró el escándalo poniendo a caer de un burro a los
"parlamentarios" de San Gerónimo en su artículo "Esa gentuza", estaba constatando algo con
suficiente conocimiento de causa y precedentes como para que no cupiera la menor
duda sobre la catadura moral de «eso» que se viene a llamar la "la clase
política". En resumen, una gente encantada de haberse conocido y con una
irreprimible propensión a la altanería y a la arrogancia, revestidas con
barnices de pretendida modernidad, con el nada desdeñable añadido de una
olímpica indiferencia hacia la misión que se supone que tienen encomendada. A
la vez, al resaltar en su descripción aquellos caracteres distintivos que
configuraban la actitud de estos personajes ante su propia imagen y condición, se abría
un abanico de potencialidades que, de actualizarse, nos iban a situar, tarde o
temprano, en una situación más o menos como la que estamos viviendo en estos
momentos. Y así ha sido.
Había habido con
anterioridad casos de corrupción de todo tipo y para todos los gustos y colores.
Podría acaso decirse que no anunciaba nada nuevo, sino que simplemente
constataba una realidad en toda su cutrez. Pero yo creo que sí había algo
novedoso en este artículo: la presentación del caldo de cultivo en el cual es
posible que se desarrolle todo lo que, con carácter previo ya se había
producido, y que iba a producirse todavía más aumentado. La "possibilitas", es decir, las
condiciones a priori que determinan y
caracterizan una situación en la cual la corrupción acaba enquistada hasta la
misma médula espinal del sistema, como algo estructural o, como se diría más
modernamente, sistémico.
Para unos, los mismos que
llevan siglos con esta milonga, la culpa es de los partidos políticos; tal
cual, lo que nos hace suponer que piensan que sin partidos el problema
desaparecería. Para otros, más moderados, la raíz del mal se encuentra en el
sistema electoral de listas cerradas y la ley electoral d'Hondt; a partir de
ahí, cabría deducir que con listas abiertas y un sistema electoral mayoritario,
la solución está servida. Y cómo no, aprovechando que el Pisuerga pasa por
Valladolid, también los hay que sitúan el problema en la, según ellos,
"excesiva" presencia de partidos nacionalistas periféricos en el
Parlamento de la Nación debido a este perverso sistema electoral. Huelga decir
que el nacionalismo "central" que los complementa no parece ser un
problema para los defensores de esta perspectiva. En fin, que hay para todos
los gustos...
Qué duda cabe. Unos partidos
políticos blindados como los actuales son un campo abonado para las carreras de
los mediocres y para la corrupción desbocada. Pero no debemos olvidar que los
partidos son esenciales a la democracia, a menos que no empecemos a
caracterizarla con predicados «sospechosos», desde las democracias
"populares" hasta la democracia "orgánica"...
Y aunque sea sólo por curiosidad, a ver qué hay de "culpa" en los partidos y en el sistema electoral.
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