Vaya por delante que no
soporto a la gente que, sin ser católicos practicantes y comprometidos, parecen
tener para la Iglesia Católica toda una serie de críticas, propuestas y
proyectos sobre cómo debería ser o sobre qué es lo que deberían proponer o
revisar en estos o aquellos supuestos dogmas, posicionamientos y funcionamiento
orgánico.
En este sentido, y en mi
caso particular, no considerándome católico por haberme autoexcluido
voluntariamente desde la más temprana juventud de dicha institución y de su
credo, en la cual, ello no obstante, había sido bautizado sin que se me
consultara, no me considero ni obligado ni vinculado a opinar sobre qué ha de
decir o revisar la Iglesia Católica Romana, ya sea respecto a la virginidad de
María, el aborto, la doctrina social, los dogmas teológicos o el matrimonio de los curas. En resumen, que como
aquel viejo chiste, si alguien me pregunta qué opino de que los curas se casen,
mi respuesta sería "Pues si se
quieren...". Todo ello con dos requisitos previos sine qua non.
El primero, que estemos en
una sociedad secularizada en el cual la adscripción al catolicismo sea
voluntaria y que sus preceptos no afecten a los que no hemos sido obsequiados
con la gracia de la fe cristiana o cualquier otro tipo de iluminismo similar,
análogo o derivado; el segundo, que en el campo del debate teológico/filosófico
uno se pueda permitir expresar su criterio cuando ello venga a cuento, ya sea
en público o en privado, sin por ello cuestionar el derecho de los acólitos a
autoimponerse los preceptos propios de su comunión. En definitiva, si alguien
no quiere abortar o no comer carne los viernes, es muy libre de ello siempre que
no obligue a nadie a seguir sus pasos.
Viene todo esto a cuento de de
la polvareda que ha levantado la abdicación de Ratzinger y la posterior
elección de Bergoglio, así como de algo en el fondo muy breve... tan breve que
acaso ni siquiera justifique este exordio. Veamos. Sin que uno sea un fanático
de las tertulias radiofónicas y/o televisivas, lo cierto es que desde que se
anunció la abdicación de Ratzinger, he ido siguiendo con cierto interés el tema
en la prensa, la radio y la televisión. Y claro, también las opiniones que los "expertos"
en nómina de los distintos medios han ido vomitando en las innúmeras tertulias de
los más variados pelajes que proliferan por estos pagos.
Y es que, de verdad, no
acertaron ni una. Pero es que ni una... ninguno. Y luego viene la pregunta
inevitable. Si tenemos en cuenta que el tratamiento que le dieron a este tema
fue desde la misma condición de "sobraos" que se arrogan en el resto
de temáticas que tienen por costumbre abordar ¿No sería lícito pensar que quizás
también en estos temas tengan exactamente las mismas carencias?
Eso sí, allí siguen
todos, en nómina, impertérritos en su reciedumbre moral inasequible al ridículo.
La verdad, con esta patulea creando opinión, no me extraña que el país vaya
como va.
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