A
raíz del artículo en que David Rabadà carga, contundentemente y en gran estilo,
al menos en mi opinión, contra la ignota «educación prohibida» que propone la película del mismo nombre, inspirada en ciertas pedagogías ad usum, se pregunta Jorge en su blog
cómo puede la izquierda haberse dejado seducir por falacias pedagógicas tan
clamorosas. Eludiré reiterar argumentos, baste decir que los comparto, y trataré
de aportar mi granito de arena en la peliaguda cuestión de la secular
estulticia de la izquierda en materia educativa. Dicho en plata: ¿cómo puede la
izquierda haber fundamentado su discurso educativo en tamaña(s) grosería(s) intelectual(es)?
Hay,
por un lado, una izquierda cuya base y origen se encontraría en Marx. De ahí, su
itinerario, recorrido regresivamente, nos llevaría desde Hegel hasta Kant, Voltaire y Descartes.
Es la izquierda que llamaremos ilustrada y racionalista. Por el otro lado,
tenemos también una izquierda, o al menos llamada así, cuyos planteamientos de base se hallarían
en Proudhom y los socialistas utópicos. De ahí llegaríamos hasta Rousseau; y de
éste, a Montaigne.
La
primera es la izquierda racionalista, la segunda es la izquierda sentimental.
En la primera nos encontramos con posicionamientos éticos; en la segunda
meramente estéticos. Una es ilustrada, como lo fueron Kant y Voltaire; la otra,
anti ilustrada, como lo fue Rousseau. Y si quisiéramos remontarnos aún hasta
más antiguo, la primera se enraizaría en el logos
griego, la segunda en el milenarismo
cristiano.
La
primera ya no existe. Acabó vampirizada por la segunda. Y a ésta, su discurso redentorista
le lleva necesariamente a unos planteamientos pedagógicos que, al consistir en
meros posicionamientos estéticos, son fácil presa de advenedizos -léase
pedagócratas-. En realidad, creo que el exponente más genuino de esta izquierda "educativa"
que vegeta cínicamente en los abrevaderos del poder, a la vez que predica el anti
sistema testimonial, no lo hallamos en ninguno de los crápulas que tan bien conocemos y que medran por estos, nuestros pagos, sino Paul Zerzan, el autor de Futur Primitives, una obra en la que se considera que la edad de
oro de la humanidad fue el Paleolítico. Y a él -al Paleolítico y, supongo que también, a Zerzan- sería deseable volver. Tal cual.
Cuando
alguno de estos orates, fascinado por las maravillas de las nuevas
tecnologías, suelta aquello de que estamos
en la era de la imagen, siempre acude a mi memoria la réplica de Giovanni
Sartori: "pues tenga cuidado, el
Paleolítico (también) fue la era de la imagen".
Unos pensaban que el
conocimiento podría tal vez un día emancipar a la humanidad. "Sapere aude" fue su lema. Otros, que el
conocimiento llevaría al hombre a la perdición: "contra la funesta manía de pensar" ha sido, desde siempre, su divisa.
Hoy es hegemónica la segunda.
Desde Montevideo: por acá también se cuecen esas habas, ¡excelente artículo!
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