Es la lectura más destacable… hasta ahora. Pero a estas
alturas de agosto no creo que haya ya ningún gran descubrimiento por hacer.
Sólo, si acaso, las relecturas emprendidas de las que luego hablaré por su
relación con el tema.
Escrita por el conocido hispanista irlandés Ian Gibson,
“La berlina de Prim” es a la vez una novela y un trabajo de investigación
histórica. Como novela no es gran cosa, pero ello se disculpa en la medida que está al servicio de la investigación histórica. Previsible y con una trama
argumental algo vulgar en su desarrollo y desenlace, aunque amena. Y esto vale
tanto para el uso y abuso los tópicos británicos sobre España –Carmen
convertida en aristócrata sevillana liberal, esposa de un marqués reaccionario
y aburrido, que cae perdidamente enamorada del primer británico que se le pone
a tiro-, como para el gazapo relacionado con la edad de José Paúl y Angulo, uno
de los posibles candidatos a asesino de Prim. Y eso sí, homenaje a Galdós
incluido: el nombre de Araceli para la Carmen metamorfoseada no creo que sea
casual. El trabajo de investigación histórica, por su parte, me parece
francamente bueno y apasionante. Tan apasionante como el tema que aborda:
¿Quién mató al general Prim?
Un periodista irlandés que trabaja para un importante
rotativo londinense, viaja a España a finales de 1873 -la I República está agonizando-
con la intención de resolver el misterio del asesinato de Prim, tres años
antes. Hijo póstumo
de un militar irlandés compañero de Torrijos en su expedición de 1831, y
fusilado con él junto al resto de la frustrada expedición, los escenarios en
que se moverá serán Sevilla y Madrid, además de una breve incursión en el sur
de Francia. Cuando parece que Boyd –así se llama el periodista- está en el
tramo final de sus investigaciones, una bala “accidental” acaba con su vida al
toparse con una cacería durante una excursión por las marismas de Doñana. Si
había averiguado algo concluyente, se lo llevó consigo a la tumba.
A mí lo que me ha apasionado es la reconstrucción, hasta
donde esto es posible, de la trama que llevó al atentado y muerte del primer
mandatario español –otros cuatro han seguido posteriormente su estela, por ahora-.
Obviamente, Gibson no resuelve el magnicidio, pero nos da algunas claves importantes
para entender la situación en la cual se produjo la muerte de Prim. Gibson
parece encaminarse hacia la tesis de los montpensierianos como inductores del
magnicidio, pero aporta también datos que no acaban de dar por buena o
definitiva esta teoría que, desde el estudio de Pedrol Rius en 1960, es tenida
como la más verosímil.
A mi parecer, el gran problema que implícitamente se
plantea en la investigación de Gibson es el siguiente: cómo pudo producirse, en un país como
España, una trama de tal envergadura con un complot tan bien urdido y de
factura tan precisa que no dejó prácticamente rastro alguno. Porque pistas las
hubo, ciertamente, pero todas acababan agotándose en ellas mismas. Da como la
impresión que dichas pistas hubieran estado puestas precisamente para desviar
la atención de los investigadores.
Que se trató de una conspiración parece evidente, lo que
no está tan claro es quién o quiénes estaban detrás de ella. Se han dado
tradicionalmente cuatro posibles pistas: el duque de Montpensier, el general
Serrano, los negreros hispano-cubanos y los republicanos federalistas, por
separado o “interactuando”. En cada caso, las razones para
desear la muerte de Prim varían. Ninguna de ellas ha podido ser demostrada de
forma concluyente. Ninguna.
De momento, he empezado
por releer a Galdós: “Prim”, “La de los tristes destinos” y “España trágica”.
Como mínimo, me situará en contexto. Volveremos sobre ello.
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