Prosigue Simone:
"Esta tendencia no se ve
frenada ni siquiera por un estado de relativa pobreza: para modernizarse en el
mundo que he descrito no hace falta ser rico, basta con tener una mínima
disponibilidad de dinero y de libertad personal. En el fondo, el consumo no es
un problema para los ricos, que consumen desde siempre sin teorizar demasiado
sobre ello: es una preocupación de la gente con poco dinero, que, al no poder
acceder a los grandes gastos (inmuebles, inversiones relevantes, grandes bienes
de consumo), se concentra obsesivamente en los gastos pequeños y medianos, es
decir, en el consumo marginal." (...)
No
es nuevo, ciertamente, afirmar como lo hace Simone que, de la misma manera que
el proletariado tenía asignado un puesto determinado en el proceso de
producción, las masas tienen hoy en día asignado un lugar en el proceso de
consumo en tanto que se les ha asignado a los individuos la categoría de
consumidores. Lo que sí me parece más novedoso es el tratamiento que le da a
ese monstruo amable convertido en referente ideológico, cultural, político,
social y psicológico de nuestro tiempo. O sea, en el Dios de nuestro tiempo.
A
lo largo del libro se desarrolla, muy bien a mí entender, la siguiente tesis:
lo natural es ser de derechas, lo artificial, y por tanto más forzado, es ser
de izquierdas. Pero el monstruo amable es algo más que eso. Es una neoderecha
que al presentarse como paradigma cultural de masas es mucho más proteica y
poderosa. A diferencia de la malvada vieja de Hansel y Gretel, que engordaba a
los niños para comérselos, aquí son los propios individuos los que reclaman ser
cebados en el circuito de un monstruo amable capaz de absorberlo todo y
digerirlo sin más. Que el final que siempre aguarde sea el mismo que en los
planes de la bruja malvada se reservaba para Hansel y Gretel, la fagocitación,
es algo que no importa en la medida que sólo cuenta el presente, y desde el «aquí
y ahora» del presente, cualquier futuro es presente demorado: el NUNC STANS que los escolásticos presentaban como eternidad es ahora lo único que importa: la congelación del presente. Es
«Divertirse hasta morir», como ya anticipaba Neil Postman en su excelente
ensayo de idéntico nombre.
Desde
el modelo clásico, la izquierda podría invocar que la toma de conciencia, se
asociaría al momento en que Hansel y Gretel descubren que la vieja lo que
pretende en realidad es zampárselos. Y con una precategoría implícita tan
evidente que no hacía falta mencionar, pero que ahora sí que hay que
explicitar: que alguien se le quiera comer a uno es malo, es indeseable y se
impone hacer algo para evitarlo una vez se han descubierto sus planes. Pues bien, resulta que esto ahora ya no es así.
No. No es así y eso es, entre otras cosas, lo que no ha entendido la izquierda.
El problema no es, tampoco, que el individuo se resigne al monstruo porque no
se puede hacer nada contra él -la inutilidad schopenhaueriana de la acción, por
ejemplo-, sino que, muy al contrario, lo que quiere es participar plenamente
del circo del consumo, y hará cualquier cosa por conseguirlo. Inevitablemente,
el monstruo acabará devorando al individuo, pero es un momento que se pretende
continuamente demorado y, mientras tanto, exigimos que se nos siga cebando.
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