divendres, 18 de maig del 2012

SOBRE WOLFANG HARICH (II)


Esta firme creencia de Marx en que el tránsito del modo de producción capitalista al socialista, de la propiedad privada a la colectiva, iba a suponer el fin de la escasez,   se proyectó al pensamiento marxista y a todo el movimiento socialista, revolucionario y de izquierdas en general. Y acríticamente acompañó, como una idea regulativa kantiana cualquiera, todas las especulaciones  y eulucubraciones de las mentes marxistas más conocidas y respetadas. Quizás se salvaría a Gramsci. Yo al menos, le salvaría.

Ni los crímenes del estalinismo les bastaron a algunos para desechar esta convicción impostada. Por otro lado, también hay que reconocer que la presentación publicitaria de una Unión Soviética que en treinta años, una revolución y dos guerras mundiales había pasado de la Edad Media a superpotencia espacial, ayudaba ciertamente a mantener viva una idea del socialismo científico hecha, ello no obstante, del material con que se forjan los sueños. Pero no era ese el material con el que trabajaba Harich.

En realidad, casi podría decirse que Harich llegó para desencantarnos. Para despertarnos del sueño dogmático particular en que más de uno anduvimos en otros tiempos. Se atrevió a decirnos que eso del progreso indefinido  acaso fuera una quimera; que el modo de producción socialista quizás fuera más justo que el capitalista, pero no necesariamente más productivo; y que la ubérrima sociedad prometida no iba a ser posible porque, entre otras minucias, los recursos naturales no eran ilimitados. Y el creciente nivel de consumo aconsejaba empezar a pensar con urgencia en una racionalización de su uso y explotación. Y la única solución a todo eso pasaba por el comunismo y acababa en él.

Salta a la vista que no podía ser demasiado popular.Ni más allá ni más acá del muro; ni en los setenta ni mucho después. Como alemán oriental que era, le tocó pasar una larga temporada en el correccional. Ni Ulbricht ni Hoenecker eran tipos que se anduvieran con demasiadas contemplaciones. Aquí, la izquierda simplemente le ignoró: conais pas!  

Tampoco hoy en día Harich está de moda. Era un marxista serio, lo cual ya es de por sí un  inconveniente insoslayable. Y además tirando a pesimista. Un cenizo, vamos. Es decir, sin nada que le haga presentable o metabolizable por una sociedad que, además de no leer, ha desarrollado como espíritu del siglo el saqueo sistemático de los recursos naturales en aras a un consumismo compulsivo asociado  a un patólogico índice de intolerancia a la frustración.

Tampoco en la actual neoizquierda místico-forestal, anti ilustrada y relativista cultural puede encajar Harich. Su seriedad intelectual y su formación marxista le impiden caer en ningún tipo de trivialización sensibilera o de divinización panteísta de la naturaleza a la manera ecologista, por ejemplo. Su presunto ecosocialismo avant la lettre carece, además, del atractivo necesario para el místico que busca  en su causa un remedo de Dios. Y por si eso fuera poco, su exigencia de respeto por el medio natural simplemente emana del razonable empeño en no poner conscientemente en peligro las condiciones ambientales que permiten la propia vida de la especie, y no de ningún amor ancestral a la madre naturaleza.
Por eso me atrevo a decir que Harich hubiera pensado probablemente, a la vista de como han evolucionado los variopintos y multicolores movimientos ecologistas, que socialismo y ecologismo no son compatibles. Como no es posible la cuadratura del círculo. O como Albert Einstein replicó a aquellos barceloneses que intentaron explicarle que ellos eran a la vez nacionalistas y de izquierdas: Das passt nicht zusammen, les dijo.

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