dijous, 17 de maig del 2012

SOBRE WOLFANG HARICH (I)


Decir de Wolfang Harich que fue «ecosocialista» nos obliga a ser excluyentes: si lo fue, entonces no pueden serlo los que hoy se autoproclaman como tales; si lo son ésos, entonces no lo fue él. La inteligencia puede convivir con la majadería, pero no mezclarse con ella.

Leí a Harich muy a finales de los setenta, en tiempos de lecturas a menudo compulsivas y apresuradas, con digestiones que no siempre eran las más adecuadas... Bueno, a veces sí, o al menos eso creo. Su "Comunismo sin crecimiento" no fue un libro que entusiasmara especialmente en su momento. A casi nadie. En gran parte porque Harich fue acaso el primero que se enfrentó al optimismo metafísico marxista entonces ad usum. Y eso no motivaba, que diría algún pedagogo de la motivación. Althousser o Marta Harnecker tenían más tirón.

Desde su condición de pensador  marxista y a la vez gran conocedor de Marx  -en él no eran condiciones excluyentes- Harich depuró al marxismo de tres precategorías que habían funcionado en el filósofo de Tréveris a la manera como Kant había denunciado tiempo antes que lo hacían las «ideas regulativas». Recuérdese: aquéllas que sin ser conocimiento, parecen acompañarle siempre. Y que cuando nos olvidamos y las tratamos como «conocimiento», nos juegan las malas pasadas que todos sabemos. Alma, Mundo y Dios, nada menos.

En Marx hay tres precategorías -alguien diría sin duda «prejuicios»; de acuerdo, a condición que no lo tomemos en la acepción vulgar del término- que condicionarán el despliegue de todo su pensamiento, pero que se dan en todo momento por supuestas. Y no son nada baladíes. La primera es propia del Zeitgeist y la comparte Marx con toda su generación: es la idea de progreso (otro día hablaremos de ella). La segunda, también compartida con su tiempo y los inmediatamente anteriores -con la obligada excepción de Malthus-, consiste en la asunción apriorística de la inagotabilidad de los recursos de la Tierra.

La tercera, finalmente, es propia de Marx: su acrítica fe en que el cambio en el modo de producción, es decir, la toma del control de los medios de producción por parte de la clase obrera -léase el socialismo- iba a propiciar un estado de superproducción de bienes que darían lugar a la ubérrima sociedad comunista en la cual sería posible la máxima «a cada cual según su trabajo y a cada cual según sus necesidades».
Demasiado bello. Con Harich, empezará el aprendizaje de la decepción.

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