Decir
de Wolfang Harich que fue «ecosocialista» nos obliga a ser excluyentes: si lo
fue, entonces no pueden serlo los que hoy se autoproclaman como tales;
si lo son ésos, entonces no lo fue él. La inteligencia puede convivir con la majadería,
pero no mezclarse con ella.
Leí
a Harich muy a finales de los setenta, en tiempos de lecturas a menudo
compulsivas y apresuradas, con digestiones que no siempre eran las más adecuadas...
Bueno, a veces sí, o al menos eso creo. Su "Comunismo sin crecimiento"
no fue un libro que entusiasmara especialmente en su momento. A casi nadie. En gran parte
porque Harich fue acaso el primero que se enfrentó al optimismo metafísico
marxista entonces ad usum. Y eso no motivaba,
que diría algún pedagogo de la motivación. Althousser o Marta Harnecker tenían más tirón.
Desde
su condición de pensador marxista y a la
vez gran conocedor de Marx -en él no
eran condiciones excluyentes- Harich depuró al marxismo de tres precategorías que
habían funcionado en el filósofo de Tréveris a la manera como Kant había
denunciado tiempo antes que lo hacían las «ideas regulativas». Recuérdese: aquéllas que
sin ser conocimiento, parecen acompañarle siempre. Y que cuando
nos olvidamos y las tratamos como «conocimiento», nos juegan las malas
pasadas que todos sabemos. Alma, Mundo y Dios, nada menos.
En
Marx hay tres precategorías -alguien diría sin duda «prejuicios»; de acuerdo, a
condición que no lo tomemos en la acepción vulgar del término- que condicionarán
el despliegue de todo su pensamiento, pero que se dan en todo momento por supuestas. Y no son nada baladíes.
La
primera es propia del Zeitgeist y la
comparte Marx con toda su generación: es la idea de progreso (otro día hablaremos de ella). La
segunda, también compartida con su tiempo y los inmediatamente anteriores -con
la obligada excepción de Malthus-, consiste en la asunción apriorística de la
inagotabilidad de los recursos de la Tierra.
La
tercera, finalmente, es propia de Marx: su acrítica fe en que el cambio en el modo de producción, es decir, la toma del
control de los medios de producción por parte de la clase obrera -léase el
socialismo- iba a propiciar un estado de superproducción de bienes que darían
lugar a la ubérrima sociedad comunista en la cual sería posible la máxima «a cada cual según su trabajo y a cada cual
según sus necesidades».
Demasiado bello. Con Harich, empezará el
aprendizaje de la decepción.
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