Lo
del Álamo y David Crocket tiene ciertamente su cosa. Ya en las últimas décadas del siglo
XVIII, la corona española había favorecido la inmigración de colonos
anglosajones en Texas. Cultural y comercialmente mucho más
ligados a los EEUU que a los inciertos y truculentos gobiernos mexicanos recién
independizados de la metrópoli, lo cierto es que en la década de 1830, la dependencia mexicana de Texas era más testimonial que
otra cosa. La consolidación en el poder del dictador López de Santa Ana y sus
torpes y brutales intentos de someter a dicha provincia, tuvieron como
respuesta inmediata la sublevación de todo Texas, encabezada por los
anglosajones Austin y Houston, pero secundados también por buena parte de la población
mestiza. Santana se endeudó hasta las trancas para formar un ejército muy por
encima de sus posibilidades –así como de sus capacidades militares- y acometer
el sometimiento de la provincia rebelde. En este contexto se inscriben los
hechos del Álamo en 1836.
El Álamo era una vieja misión en
ruinas situada en San Antonio, zona de paso obligada para el ejército
mexicano en su marcha hacia el noreste en persecución del incipiente ejército
texano de Sam Houston, el cual a su vez iba a armarse con material
“generosamente” donado por los norteamericanos. Y en esta vieja misión del
Álamo es donde unos doscientos hombres resistieron durante trece días las
embestidas del ejército de Santana, hasta caer todos ellos aniquilados y dando
lugar a una leyenda heroica cuyo paralelismo con las Termópilas es más que
evidente. En ambos casos se trataría de un sacrificio consciente en aras a
ganar el tiempo necesario que el propio bando necesita para organizarse.
El héroe del Álamo que ha pasado a
la historia es David Crocket, pero en realidad había allí tres grupos de
procedencias distintas y, en ocasiones, de difícil convivencia entre ellos. Por
un lado estaba el coronel William B. Travis con sus milicias de Texas. Estaba
también Jim Bowie, un terrateniente ganadero anglosajón, de más que dudosa
reputación, que estaba haciendo la guerra por su cuenta y en cuya partida de
voluntarios había, literalmente, de todo –desde esclavos hasta salteadores de
caminos-. Finalmente, al frente de un grupo de voluntarios procedentes de
Tennesse, se encontraba David Crocket.
De David Crocket se podría decir que
era el prototipo del hombre de la frontera y que su muerte en el Álamo lo
catapultó a la categoría de héroe y mito nacional. Luchó seguramente bajo las
órdenes de Andrew Jackson contra los ingleses en 1815. Posteriormente,
participó en las guerras indias que expulsaron a los pieles rojas más allá de
los Apalaches y, alternativamente, ejerció de trampero. Pasó luego a
dedicarse a la política y llegó llegó a ser congresista. La posterior
hagiografía lo ha presentado como el honesto hombre
de acción que se desencanta ante la taimada clase política que, justo en el
momento que acaba de perder las elecciones y su condición de congresista, y
enterado de la sublevación de los texanos, les espetó a sus todavía colegas del
congreso: “Señores, no sé qué van a hacer
ustedes; por mí pueden irse al diablo. Yo me voy a Texas”. Tenía 50 años.
En realida, lo que subyace a la supuesta epopeya del Álamo y la consiguiente indpendencia de Texas, es que los EEUU les habían echado el ojo a
los inmensos territorios del oeste mexicano. Y lo de la independencia de Texas
fue sólo la primera parte. Una década después se llevó a cabo
la segunda. La anexión de Texas a los EEUU y una segunda guerra con México en
la cual se le arrebató a este país más de la mitad de su territorio. A saber,
lo que hoy constituyen los estados de –además de la propia Texas- Arizona,
Nuevo México y California. Y ello sin contar territorios sobre los cuales la
Corona española había tenido una soberanía sólo testimonial, que ahora los EEUU
convertirían en efectiva, como Oregón o Nevada. En total, unos tres millones de kilómetros cuadrados.
Los EEUU iniciaban así la
realización de su “destino manifiesto”. Para ello había hecho falta inventarse
un país, independizarlo, anexionarlo al cabo de doce años y arrebatarle a su
antiguo propietario la mitad de sus territorios sin más apelación que el simple
derecho al uso de la fuerza. Y claro, también inventar un mito y un héroe. El
mito fue el Álamo, y el héroe David Crocket. Las Termópilas y el Leónidas
americanos. Pero lo cierto es que Crocket y el Álamo no resisten la comparación
con Leónidas y las Termópilas. Más bien fue, por parte de los norteamericanos, lo que
antes de la corrección política se llamaba “una
merienda de negros”.
Por cierto, hace unos años apareció la tesis doctoral de un universitario norteamericano, según la cual la muerte de David Crocket distaría mucho de la heroica autoinmolación de John Wayne haciendo volar el polvorín con él dentro para evitar que se la queden los mexicanos. Mucho más prosaicamente, Crocket se habría rendido y habría apelado a su condición de ciudadano de los Estados Unidos y exmiembro del Congreso para librarse del fusilamiento. De ser así, lo cual ignoro y sobre lo cual no opino, resultaría encima que Santa Ana habría facilitado la forja del mito al fusilarlo.
Bueno, y ahora que ha hemos visto algunas pajitas en ojos ajenos, a ver si somos capaces de ver las bigas en propio.
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