Dicen
que el nacionalismo es cuestión de sentimiento. De educación sentimental, vamos. Pues yo creo que no. Tal vez para algunos sea así, o puede que quizás más
bien sea así como lo piensen. Aunque no parezca ser una sospecha demasiado generalizada, lo cierto es que los
sentimientos son muy manipulables y, a la vez, artificiosos, mutables e impostables. Pensar que los sentimientos son más espontáneos que la razón es un error; valorarlos por encima de la razón a partir del error anterior, una estupidez.
Soy
catalán por ius solis y por ius sanguinis. Y es la lengua catalana
la primera que aprendí sin que yo lo recuerde, como tampoco recuerdo haber
estado aprendiendo castellano más que, en ambos casos, muy vagamente y en las
brumas de los tramposos recuerdos de la primera infancia.
He
tenido -por suerte o por desgracia, según como cada cual quiera mirarlo- muchas
«novias», en el sentido de unos mínimos de perdurabilidad en el tiempo y/o
impronta en el recuerdo. Unas fueron «nacionales» -en ambas
extensiones, la tiria y la troyana- y otras de importación. Incluso en algunos
casos, yo era la "importación", siempre en función del lugar de
autos. Con unas me relacioné en catalán, con otras en castellano y, aún con otras más, en francés o en inglés. Y en el caso del inglés, además, como lingua franca.
Mi
cómic favorito fue, sigue siendo, «El Capitán Trueno». Le siguen «El Hombre
Enmascarado» -«The Phantom» en el original americano- y «Astérix». Mis primeras
incursiones «literarias» consistieron, hasta donde alcanza mi memoria, en lecturas
de Verne, Dumas, Scott, Melville, Stevenson, Cooper, London y Salgari, así como una biografía de Aníbal -"Barca",
no "Lecter"; conviene clarificarlo conociendo el percal que se gasta
hoy en día- y una edición juvenil de "La Eneida".
Mis
primeros gustos musicales se inclinaron por "Simon & Garfunkel",
los «Beatles», George Moustaki -del cual la primera canción que recuerdo es,
con trece años y en Francia, «Marche de
Sacco et Vanzetti»- Serrat y Bob
Dylan. Poco después descubrí a Llach, a Raimon, a Paco Ibáñez, a Brassens, a Jara...
Y también, claro, a los Rollings, a Young, a Jethro Tull, a Pink Floyd... Antes que a todos ellos, había sucumbido a Nino Bravo. Siento míos a estos autores
y sus letras en el sentido de que forman parte integrante de mi acervo cultural y humano,
como siento igualmente mías las lecturas antes citadas y sus autores, o los recuerdos
sentimentales aludidos. Todo ello, en definitiva, configuró mi educación
sentimental; que será la que sea, sin entrar en valoraciones, pero que precisamente
por todo ello, es la que es. Así como es mi estrofa favorita:
Cuando la fiesta nacional,
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar,
nunca me supo levantar.
I
con Espriu digo "Escolta Sepharad: els homes no poden ser si no són
lliures" Remarco
«els
homes» y veo a mi
alrededor muchos, demasiados Sepharads o
con ganas de serlo.
¿Cómo iba a ser nacionalista? Ni aun que quisiera... Tal vez algún día tenga
que pedir perdón por ello... No pienso hacerlo. Además, estoy convencido de que en cualquier "conversión", empezando por la de San Pablo, siempre hay un irredento factor de hipocresía. Como decía Serrat en otra de
mis estrofas favoritas:
No me siento extranjero en ningún lugar,
donde haya lumbre y vino tengo mi hogar.
Grande y bello el post. Si puedo atreverme, y con el debido respeto y permiso, diría emocionante. Comparto la inmensa mayoría de los elementos de tu bagaje ahí listados y el mismo sentimiento implícito de aversión a comenzar la tercera guerra mundial por una línea fronteriza, una idea o una lengua más o menos preferida. Hay, por fortuna, cosas infinitamente más importantes, por hermosas, que cualquier diferencia. Gracias, Xavier, por permitirnos leer en y con el alma.
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