A la vista de lo que hemos
estado tratando anteriormente sobre naciones, a propósito del «C.S.S. Hunley» y en el divertimento sobre la eventualidad de
que se encontrara un supuesto Hunley
catalán, hundido por la flota borbónica el año 1714 durante el bloqueo de
Barcelona, surge inevitablemente una pregunta que ya nada tiene de divertimento: ¿Por qué en un caso,
ciento cincuenta años después, los americanos consideran un orgullo que los
confederados construyeran un submarino para luchar en una guerra civil y entierren a sus tripulantes con honores militares, mientras por
aquí cualquier descubrimiento por el estilo sólo levantaría
entrecruzamiento de acusaciones y memoriales de agravios? ¿Por qué?
Hay una primera respuesta
que parece, de entrada, evidente, pero sólo en apariencia: porque las causas
del conflicto que motivó la guerra civil americana hace ciento cincuenta años
están liquidadas, mientras que las que produjeron la guerra de sucesión
española hace trescientos, no. Lo mismo, sólo que en este caso «sólo» con
setenta y cinco años de por medio, podría decirse respecto a las secuelas de la
guerra civil.
Sorprende, de entrada, que
una guerra que concluyó el año 1714 siga viciando el presente mientras que en
los EEUU, sólo un tiempo despuéss, parecían haber cicatrizado. En el caso de la
guerra civil 1936-39 y su secuela de 35 años de dictadura, podría acaso parecer
más lógico que perviviera en el imaginario colectivo dada su mayor proximidad
en el tiempo. Sin embargo, igualmente sorprende tal pervivencia si lo
comparamos con el caso de otros países. Desde 1939 hasta nuestros días, han
pasado 73 años. Si este mismo segmento de tiempo lo trasladamos a los EEUU
desde 1865, año del final de la guerra civil americana, nos situaríamos 1938.
Durante este tiempo los EEUU habían combatido y exterminado a los indios, en la
guerra de Cuba, en la Primera Guerra Mundial y se encontraban en vísperas de entrar en la Segunda. En 1938,
en los EEUU, ya nadie se acordaba de la guerra civil como un arma arrojadiza de
rencores y agravios, sino que era era ya un tema para la tradición, para la
literatura y para la historia. Y para el cine.
Se podía evocar,
ciertamente, la nostalgia de una sociedad perdida, como sería el caso de Gone with de wind, de Margaret Mitchell,
inspirada, al parecer, tía abuela suya, de la misma forma como Il Gattopardo de Lampedusa se habría
inspirado en el bisabuelo del autor. Un paraíso perdido, sí, pero que precisamente
por perdido, nadie reivindica ya como algo real. Exactamente de la misma manera
como si, a nivel individual y de acuerdo con Proust, aceptamos que la patria es
la infancia, deberemos admitir que su evocación, por más nostálgica que pueda ser,
no nos lleva a reivindicar su vuelta. En una situación psíquicamente sana, claro. Así es como tengo yo la impresión que se
recuerda en los EEUU la guerra civil. O el estado de cosas anterior. Con la nostalgia
de algo dejado irremisiblemente atrás, como el camino cuya senda no se volverá
a pisar.También, acaso como un segundo momento fundacional, y como tal, fuera del tiempo.
Y conste que el tiempo del
que hemos partido son los 73 años que hace que concluyó la guerra civil
española 1936-39. Tema interesante donde los haya por la duración de las
secuelas y agravios, tal vez aún pendientes, que generó y con cuya pervivencia
aún arrostramos hoy. Pero como aquí lo que nos llevó hasta esto es el tema de
las naciones y los nacionalismos, resulta que la cosa aún es peor, porque frente
a los 147 años que hace de la conclusión de la guerra civil americana, hace en
cambio 298 del final de la guerra de sucesión, y sus secuelas aun perduran.
Pero no como una patria perdida en el tiempo, no como una evocación nostálgica,
sino como algo a reivindicar y que sigue siendo hoy, tres siglos después, un
arma arrojadiza. Y lo más curioso: sigue siendo así tanto para los que se reclaman vencedores como
para los que se reclaman vencidos.
¿Pero fue siempre así
desde entonces? Eso es lo que no tengo tan claro.
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