El concepto de nación, contra lo
que los nacionalismos de cualquier pelaje suelen creer, es críticamente polisémico. Incluso más
allá de teorizaciones, lo cierto es que el uso del término, y consecuentemente
del concepto que acarrea, ha sido y es muy variado en su uso según a qué
entorno o momento nos refiramos. La cosa se complica más aún si lo ponemos en
relación con otros conceptos con los que suele estar asociado de una u otra
manera, tales como estado, pueblo, región... Y si encima le añadimos, como hizo
la constitución española del 78, el de «nacionalidad», entendido dicho concepto
como sujeto, no como predicado, como ente, no como ser -¡Agggg... la diferencia
ontológica!- entonces la cosa puede ser digna del mejor de los
marximo-grouchismos que en el mundo hayan sido.
Para empezar, deberíamos tener
muy en cuenta la advertencia implícita de Benedict Anderson cuado empieza definiendo
«nación» como una «comunidad imaginada».
Si es imaginada -se entiende que intersubjetivamente por un grupo más o menos
numeroso de individuos- lo primero que cabe inferir es que se puede «imaginar»
de muchas maneras. Aunque sólo fuera por eso, ya deberíamos adoptar ciertas
cautelas.
En el territorio de América del
Norte, entre Canadá y México, existe una unidad política conocida como los
Estados Unidos de América. A cualquier ciudadano de este territorio que se le pregunte
por su nación, responderá que la «Nación» son los Estados Unidos de América
-obsérvese y remárquese el plural-. Sin embargo, nadie utiliza la expresión
"gobierno nacional" para referirse al detentor de la "soberanía
nacional", sino la de "gobierno federal".
Tampoco la de "gobierno del
estado" o "gobierno estatal". Ello, entre otras poderosas
razones, para evitar confusiones terminológicas que acabarían llevando a
duplicidades y malentendidos de naturaleza política -ya les pasó una vez, entre
1861 y 1865, y no tienen intención de
repetir la experiencia- porque esta nación, cuya máxima expresión es el
gobierno federal, resulta que está constituida por «estados», por cierto, en
algunos casos con categorizaciones «ontológicas» tales como "El Estado
libre de Texas", y todos ellos tienen un «gobierno del estado». Además, resulta que dentro de algunos estados
se encuentra lo que se conoce como «indian nations», aquí denominadas más comúnmente
como «reservas indias», acaso debido a los sarpullidos y arrebatos de vesania
que se desprende de la rigidez terminológica con que se acostumbra a utilizar
el término por estos pagos. Es decir, hay una nación con varios estados, y
hasta algunas naciones dentro de estos estados. Y nadie parece darle a esto más
vueltas que las estrictamente necesarias: ninguna.
Cualquiera que se haya dado una
vuelta por los territorios de Dixie
-el viejo Sur- habrá reparado en el relativamente normal uso de camisetas y
otros motivos evocativos de la antigua CSA, la Confederación de la guerra
civil. Y no me estoy refiriendo a las tiendas para turistas equivalentes a las
de souvenirs de toreros y gitanas de las Ramblas de
Barcelona, que también, sino a la indumentaria habitual entre la población
autóctona blanca. Entiéndase en su justo término: no estoy diciendo que en
Houston, Atlanta o Charleston todo el mundo vaya con sudaderas estampadas con
la bandera confederada, sino que, simplemente, no es nada raro verlas.
Algún nacionalista de los de por
aquí podría inferir que hay en Texas un profundamente arraigado movimiento independentista. Para alguno de
estos nacionalistas ibéricos, sería una constatación altamente alentadora que
reforzaría sus ancestrales convicciones en los orígenes hollywoodienses de las
naciones; para otros, una muestra más de la inevitable decadencia de occidente y
de la necesidad de reforzar el centralismo ante las propensiones secesionistas
arraigadas en el código genético de ciertas razas o pueblos sedicentes que no
quieren pertenecer a la nación «de verdad». Un craso error en ambos
casos, producto de sendas perversiones intelectuales caracterizadas por una
distorsión de perspectiva consistente en creerse, en cada caso, el centro del
mundo.
Allí que uno lleve la bandera de la CSA en la sudadera
o un sombrero con el lema "fuck the
yankees", es algo que no le preocupa a nadie; allá cada cual con su
horteridad.
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