Fuera de la ficción
literaria, quizás el caso de los Rosemberg podría guardar ciertas analogías con
el de Snowden, en cuanto a las motivaciones. Aunque parece ser cierto que
Julius y Ethel Rosemberg estuvieron en algún momento adscritos a la izquierda
comunista americana, y que eran plenamente conscientes –al menos Julius- de que
estaban colaborando con los servicios de espionaje soviéticos, a los cuales se
supone que facilitaron información vital para la elaboración de su propia bomba
atómica. Pero también lo es que no parece que obraran por lucro, ni tampoco
convicción ideológica de trinchera, menos aún por despecho, sino más bien por
imperativo moral ante la convicción íntima de que de que no era bueno que un
solo país estuviera en posesión de un arma tan formidable como la bomba
atómica.
Más allá del papel real
que jugaron los Rosemberg en todo este proceso, y del hecho de que los secretos
que les pasaron a los soviéticos no parece actualmente que fueran de tan vital
importancia como en su momento se dijo, lo cierto es que sus motivaciones
parecen saber sido más bien de conciencia: estaban convencidos de que con su
acción le estaban haciendo un bien a la humanidad. Para lo que aquí nos
interesa, dejémoslo así y vayamos ahora a por Snowden.
Las tres motivaciones
que hemos considerado hasta ahora remiten, en definitiva, al egoísmo. Está
claro en el caso de la codicia. En el de la ideología de trinchera podríamos
argüir altruismo, cierto. Pero si consideramos el altruismo como una
sublimación del egoísmo a partir de una estratificación superpuesta de valores
-Nietzsche dixit-, al final vamos a
parar también a una variante del egoísmo, al menos en lo que aquí nos concierne. Finalmente, en el caso del despecho, toparíamos con la variante
narcisista del egoísmo, el egotismo. Y ninguno de los tres casos que hemos
considerado -Castle, los Rosemberg y Snowden-, uno de ficción y dos reales, parece
que se deje reducir al egoísmo, sino un imperativo moral que “obliga” a actuar
libremente en conciencia frente a un determinado estado de cosas que se valora
como injusto o repugnante. En Graham Greene es «el factor humano»; en Kant, la
exigencia de concordancia con la forma lógica universal que es el imperativo
categórico y su concreción en máxima. Acaso en un caso muy particular, aquél en
que entran en conflicto el uso público y el uso privado de la razón.
En cualquier caso, parece que el caso Snowden
guarda más semblanzas con el ficticio Castle de Graham Green que con los
Rosemberg. Tanto Castle como Snowden eran, en cierto modo, espías
profesionales, en el sentido que estaban en nómina de un servicio de
inteligencia, mientras que los Rosemberg, no. Julius era ingeniero eléctrico,
Ethel bailarina y cantante. Acotaremos las semblanzas, pues, entre Castle y
Snowden.
(Continuará)
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