Todos sabemos como a final de curso cualquier docente
empieza a recibir las debidas presiones para que “apruebe”. Y dichas presiones,
contra lo que en principio podría parecer, no proceden necesariamente de los
directamente afectados, es decir, de los alumnos o de sus señores padres y/o señoras madres…
No, la mayoría de presiones y exigencias, frecuentemente bajo la forma de
amenazas, veladas o explícitas, proceden de estos neoautócratas educativos
que son las direcciones de los institutos,
debidamente avalados por la inspección educativa, y de la propia
Administración. En el segundo caso porque hay que guardar las apariencias –algo
muy ad usum entre la clase política y
los burócratas-; en el primero porque, investidos hoy en día de un poder quasi omnímodo en su instituto –muy
especialmente en Cataluña, desde donde escribo-, consideran que si hay muchos
suspensos, el centro perdería "prestigio" en su barrio y la gente se iría a otro instituto
donde se aprobara más fácilmente. No les falta razón, por cierto, porque esto
ha ocurrido ya en demasiados casos.
Si a esto le añadimos que estos gañanes están imbuidos de
un culto servil al poder pedagógico en que han sustentado sus mediocres carreras
–la mayoría no tienen el menor mérito académico, sólo afán de medrar y
capacidad para la adulación- resulta entonces que, a falta de cualquier control
externo, entre la pedabobería, la burocracia y los trepas, se han llegado a causar auténticos estragos: adaptaciones
curriculares, flexibilizaciones igualmente curriculares, supresión de
determinados contenidos del programa, aprobados por la “cara”, presiones y desautorizaciones a los profesores que no tragan… y un largo
etcétera que, quien sea docente, no podrá por menos que reconocer como algo
desgraciadamente habitual desde los desdichados tiempos en que nos cayeron
encima la LOGSE, los pedagogos y, ahora, los directores investidos como
capataces el instituto-cortijo. Y si luego resulta que el alumno no ha
aprendido –aunque no se haya presentado por clase en todo el curso-, la culpa
es del profesor, claro... porque no supo motivar. Pues bien, contra todo este
cúmulo de prácticas nefandas, sí puede ser efectiva la implantación de exámenes
de grado externos, de reválidas. Puede incluso que sean su némesis.
(Continuará)
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