Que
a estas alturas de la película estemos todavía polemizando sobre la
presencia de la religión en los planes de estudios es
una clara muestra de la inmadurez cultural en que sigue inmerso este
país. A derecha y a izquierda, por supuesto. Y es también un arma
arrojadiza que entretiene a las respectivas parroquias mientras los
verdaderos problemas siguen ahí enquistados sin que nadie muestre la
menor disposición a, como mínimo, afrontarlos. En cualquier caso, y
estando de moda el tema debido a la ley Wert, vayamos pues a por el
tema: ¿que pasa con la religión en los programas de estudio?
Si
bien el debate sobre la presencia o no de la religión en los
curricula académicos
es un síntoma de inmadurez cultural y una cortina de humo para
desviar la atención de los auténticos problemas, no es por ello
menos cierto que a su vez atestigua la grosera concepción que
tienen, tanto la derecha como la izquierda, no sólo de lo que debe
ser la enseñanza, sino también sobre el hecho religioso mismo.
Porque una cosa es profesar una determinada religión, lo cual es un
hecho individual entendido como la opción personal por un
determinado credo, y otra muy distinta la religión como hecho
cultural. Curiosamente, ni unos ni otros parecen reparar en este
“pequeño” detalle.
Para
la derecha confesional -la única que existe en España-, la
presencia de la religión en los planes de estudio se entiende como
la impartición de una determinada doctrina. Es decir, las clases de
religión son en realidad clases de evangelización que, con mayor o
menor fortuna, se llevan a cabo en centro públicos, al menos
teóricamente aconfesionales, con profesorado nombrado directamente
por el arzobispado de turno. En resumen, para la derecha, la religión
en la escuela está para impartir doctrina.
En
el caso de la izquierda, por su parte, hay que distinguir entre los
planos teórico y práctico, por cierto, en franca contradicción.
Por un lado, su posición testimonial sería contraria a la presencia
de la religión en los planes de estudio, pero en la práctica, fue
precisamente el PSOE quien entronizó la presencia de la religión en
las aulas. Con matices tales como que no cuente a la hora de calcular
la media en el expediente académico, pero impartida como una
asignatura más y por personal nombrado por la Iglesia. Es decir, el
Estado paga y la Iglesia adoctrina. Desde el plano teórico, y según
el lugar del espectro en que nos situemos, el planteamiento iría
desde la desaparición de cualquier contenido religioso en los
curricula académicos,
hasta la consideración de que la información sobre el hecho
religioso ya puede encontrarse en los contenidos de materias como la
Filosofía o la Historia. Que se trata de una posición algo
esquizoide es evidente, ya que se postula una cosa y se practica
otra. Pero ya se sabe, estamos hablando de la izquierda española, en
el supuesto de que haya algo digno de tal nombre.
Y
como no podía ser de otra manera, cada vez que se produce el relevo
político y los recién llegados proceden a impulsar la enésima
reforma educativa, la religión se convierte en el chivo expiatorio
de unos y otros. Los unos, religión como impartición de doctrina,
los otros, desaparición de cualquier contenido religioso.
Que
esto se dé en una sociedad democrática bajo un estado de derecho
constitucionalmente aconfesional es ciertamente patético. Pero que
tanto unos como otros sólo entiendan la religión como impartición
de doctrina, es intelectualmente descorazonador. Y eso sin entrar en
las religiones “laicas” que de vez en cuando se sacan de la
manga, como la famosa “Educación para la ciudadanía”.
En
realidad, parece que ni derecha ni izquierda saben disitnguir entre
lo que sería, por un lado, la adscricpión a un determinado credo
religioso, una opción individual sin mayor trascendencia en un
Estado aconfesional, y lo que, por el otro, es el fenómeno religioso
como hecho cultural. La triste y cruda verdad es que, hoy en día, ni
los alumnos que estudian religión, ni los que no, tienen las menores
nociones, por ejemplo, de Historia Sagrada. Y en una sociedad
occidental, como la nuestra, cuyo substrato cultural se fundamenta
en la tradición grecorromana y en la judeocristiana, es imposible
entender nada sin unas mínimas nociones sobre qué es el
cristianismo y sus producciones a lo largo de la historia.
Huelga
decirlo, pero insistiré en ello. No me estoy refiriendo a los
contenidos de fe propios de confesión católica adoptados como credo
personal, sino al cristianismo como fenómeno histórico y cultural.
Y no sólo no podríamos entender la metafísica occidental, la
ciencia moderna o nuestra propia historia, “cosas” que alguien
acaso podría considerar propias de un intelectualismo
“prescindible”, sino a mucho más, porque allí se encuentra la
base, o una buena parte de la base que constituye el acervo cultural
de las sociedades occidentales. Negarlo es tan grosero como sostener
hoy en día que los fósiles marinos que encontramos en el Pirineo
son conchas arrojadas por los peregrinos compostelanos.
Sin
unas mínimas nociones del cristianismo como hecho religioso no
podemos entender la pintura occidental -¿Qué nos diría el cuadro
de la Anunciación?-, la música sacra, una catedral gótica o tantas
otras cosas. A esto se le llama estar aculturizado, y precisamente
esto es lo que les ocurre a las generaciones que se han “educado”
bajo la LOGSE, hayan escogido o no la materia de religión.
El
problema de la religión no es que cuente o no a la hora de hacer la
media académica, sino que las alternativas sean impartirla como
catequésis, como sostienen los meapilas, o su erradicación, como
postula cierto laicismo grosero tan arraigado en la izquierda como
los meapilas lo están en la derecha. Y claro, así nos va.
Y hay algo más triste, Xavier, porque el sectarismo de los políticos ya no sorprende a casi nadie, pero que en la propia sociedad los que más ruido meten sean o meapilas o matacuras...con lo fácil que es entender, primero, que las creencias son una cosa y los conocimientos otra y, segundo, que en una escuela pública solo deberían caber los segundos. En tu artículo (espléndido) queda muy bien reflejada la distinción, dentro de la propia Religión, de lo que sí encaja dentro del concepto "conocimientos" y lo que no. En efecto, como bien dices, la cuestión es que hay especialistas que podrían abordar con rigor los aspectos culturales, artísticos, filosóficos o históricos de la Religión, especialistas que, además, han accedido a la docencia mediante oposición y no por designio del Obispado. Lo demás, la doctrina, los dogmas, las creencias, absolutamente respetables (las mías, las tuyas, y las de quienes no las tengan) deben quedar para la escuela privada y no sufragarse con dinero público. De cajón de pato, que diría aquel.
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