diumenge, 2 d’agost del 2015

LO QUE NO SE LE PERDONA A VAROUFAKIS



Quizás les cayó tan mal a los eurócratas y troikones por eso, porque saben que de haber sido Claudia Schiffer, en lugar de Frau Merkel, con quien hubiera tenido que entenderse Varoufakis, a lo mejor otro gallo le hubiera cantado a Grecia, y a toda Europa. Parecerá sin duda una afirmación poco seria, sí, todo lo poco seria que se quiera, pero quién sabe. Y ahora que Guardiola -un entrenador de fútbol-, o LLuis Llach -un cantautor retirado-, se meten a políticos ¿Por qué no Claudia Schiffer? ¿Por qué no una top model? ¿A quién preferiría usted, ya puestos, a Lluis Llach o a Claudia Schiffer?

Seguro que a Frau Merkel, como hija de pastor luterano criada en un país comunista –a mi entender, la peor de las combinaciones posibles- se le dieron un ardite las correrías fáunicas del violador/acosador Strauss-Kahn, ex presidente del FMI, eso sí, mientras se ciña a la ortodoxia económica marcada por los cánones neoliberales, que es lo que realmente importa. ¿Lo otro? Nada que sea relevante más allá de la anécdota, si se ha de ir, pues ya pondremos a otro. En cambio, Varoufakis era otra cosa. Con toda probabilidad, no necesita recurrir al sexo mercenario, ni al acoso, para acceder a lo que otros sólo consiguen por estos medios.

Y encima se declaró marxista; errático, sí ¿pero quién no lo es fuera de los que se creen en posesión de la verdad absoluta? Y eso de «marxista», claro, sentó muy mal en los bienpensantes círculos del FMI, el Banco Mundial y la UE. Y no sólo entre ellos, sino también entre mucho pueblo llano. Por lo visto, para ser marxista a uno no han de gustarle las motos de marca, los buenos vestidos, el champagne o el caviar. El modelo estético/antropológico de la izquierda lo ha escrito la derecha, con la colaboración de la izquierda, que también. Y permanece arraigado en el imaginario colectivo. Para que a uno le den la homologación como izquierdista, no ha de pasar de la fabada, de las paellas de chiringuito precocinadas, ni de la bicicleta ecologista–o de los dolmades y la moussaka, si es griego como Varoufakis-; ha de vestir zaparrastroso y acreditar no ducharse -como los hippies-. Y ha de tener un semblante malhumorado y tristón. Contra lo que en principio podría pensarse, nada de esto es descuidar la imagen; muy al contrario, es cuidarla hasta el límite para obtener la homologación. Si además es mujer, entonces no debe depilarse las cejas, como hace Ada Colau. Y desde luego, last but not least, se ha de tener a gala la requerida endeblez cultural propia de los que, contra Mairena, propugnan una escuela superior de sabiduría popular en lugar de una escuela popular de sabiduría superior.

Si alguien resulta que se dice de izquierda, pero le da con fruición a las ostras y encima va de metrosexual, se dirá de él que es un inconsecuente. Porque claro, la izquierda predica miseria. El sistema sólo admite, eso sí, a la izquierda advenediza, esa modalidad que, una vez en el poder o en sus cercanías, se convierte al caviar que desconocía y carga la factura a sus votantes o a los banqueros que complace; o las langostinadas a los ERE’s andaluces. Eso sí, a Marx ni citarlo, porque de haberlo leído y, más improbable, haber entendido algo de estas lecturas, sabría que todo lo anterior son tópicos capciosos y que de lo que se trata, es precisamente de todo lo contrario que de predicar miseria. Quienes predican la miseria son otros, pero curiosamente, este es un matiz que acostumbra a pasar desapercibido.

Varoufakis no era nada de esto. No era un político profesional, sino un economista académico algo marxista, no debía nada al partido y, sobre todo, no era ningún cenutrio ni ningún trepa metido en política para poder descubrir el caviar a cuenta de otros, comprarse una moto o ligarse a la secretaria. Además no es "terruñiario", sino cosmopolita, global. Y eso en la derecha es imperdonable, se supone que la globalización sólo puede fabricar neoliberales, o izquierdistas descerebrados e ignorantes que se lo pongan fácil… 

También se le critica que haya abandonado el barco griego en un acto de cobardía cuando, dicen, después de haber liado un pifostio monumental, va y se larga con su moto y sus trajes de diseño, cargándole el marrón al pueblo griego. Pues también va a ser que no. Todo lo contrario. Varoufakis participó en un gobierno que ganó unas elecciones con la propuesta de acabar con el chantaje al que se estaba sometiendo a Grecia, cuya deuda y sucesivos rescates sólo han servido para producir pingües beneficios a la gran banca y a los corruptos políticos griegos. Con errores de cálculo o si ellos, el gobierno de Siritza intentó desesperadamente llevar a cabo su programa y negociar en términos razonables una reestructuración de la deuda. Y no hay que olvidar que, en muchos aspectos, tanto el Banco Mundial como el FMI fueron mucho más receptivos que la Europa de Frau Merkel –incluso Obama se permitió llamar a Merkel a la sensatez-.

Grecia topó con la absoluta cerrazón alemana, para la cual el problema no es contable, sino de modelo, de ahí su decisión de cortarle la liquidez al sistema bancario griego. Algo que acabaría con cualquier país bajo la moneda única del euro, endeudado o no. Fue una decisión no compartida por muchos miembros de la UE, pero acatada por todos al Diktat teutón. En el impasse y ante la gravedad de la situación, el gobierno de Siritza había convocado un referéndum para saber si el pueblo griego seguía en la misma línea que había votado seis meses antes, o si estaba dispuesto a transigir en más de lo mismo. Varoufakis, por cierto, había anunciado que si salía el «Sí», dimitiría como ministro.

Salió en «No» con mayoría más que holgada. Era una victoria de Grecia y una derrota de la Europa de los mercaderes. A las pocas horas, ello no obstante, Varoufakis dimitía como ministro. Poco después, Tsipras anunciaba que se bajaba los pantalones. ¿Dónde está la traición? Si uno se compromete con un proyecto, su compromiso rige mientras siga vigente dicho proyecto. Y si el equipo en el que se participa para la consecución de dicho proyecto, decide en un momento dado decir «digo» donde había dicho «Diego», nada le obliga moralmente a proseguir.

Pero claro, ahora Varoufakis es el blanco de la derecha y de la izquierda «responsable». Tsipras, en cambio, se ha convertido en un buen chico. Pronto descubrirá el caviar, si no lo ha descubierto ya. A él se le perdonará. A Varoufakis no, porque es marxista, le gusta ir en moto y viste como un metrosexual.
Aquí les dejo el enlace con la entrevista a Varoufakis que publica hoy «El País». Dice cosas muy interesantes y con sentido.

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