dimarts, 24 de febrer del 2015

INTEMPESTIVAS EDUCATIVAS



El gran problema de la Educación es el proceso de mercantilización en que se ha metido al sistema educativo. Todo lo demás –pedabobos emocionales, pedagócratas inclusivos, psicopedorros emprendedores, expertos en autoayuda inducida, auditores amiguetes, chupópteros varios y aprovechadillos en general, incluso los anodinos políticos y sus incompetentes edecanes educativos, son meros epifenómenos de este hecho principal, sin el cual no tendrían explicación. O como mínimo no lo tendrían a partir de un cierto punto: el de su éxito.

A ver si consigo expresarlo de forma clara y concisa con un par o tres de ideas sobre tantos predicados que, más que complementarlo, se yuxtaponen al concepto de educación y lo envuelven, desnaturalizándolo y adulterándolo hasta extremos como cuando, por ejemplo, uno ya no sabe si «educación en las nuevas tecnologías» refiere a que el sistema educativo ha de instruir sobre el uso y comprensión de dichas nuevas tecnologías, o si son ellas mismas la fuente de (toda) instrucción en sí, hasta el punto que cualquier aprendizaje en que no estén incluidas es descartable por obsoleto, que tal vez no, ojo, por ineficaz, sin que esta última observación merezca ser tenida en cuenta, ni siquiera como cautela. Lo mismo reza para otros “mantras” educativos al uso, léase «educación emocional», «educación inclusiva», «educación en la tolerancia» «educación en los valores»… Eso sí, siempre «agítese antes de usarse».

Y algo parecido ocurre con el concepto de «economía de mercado»: uno ya no sabe si se trata de un sistema regulado a través del mercado, o de un mercado que regula al sistema. Y eso es preocupante, al menos en la medida que siga pensando que no es lo mismo un hombre pobre que un pobre hombre.

Nuestro sistema económico se caracteriza por la tendencia a la mercantilización de todas las cosas. Eso podrá gustar o no, podrá cada cual considerarlo beneficioso o perjudicial, según sus principios o según le vaya en el baile, pero en cualquier caso, es lo que hay. La tendencia es ésta, y sólo las regulaciones de rango superior –llámesele intervencionismo o como se quiera- pueden compensar los desajustes que tal pulsión sistémica comporta inevitablemente en la estructura social. Otra cosa muy distinta es, ciertamente, que cualquier cosa sea situable en el mercado en cualquier momento histórico. Y pienso que el sistema educativo es un ejemplo de ello.

Por razones que no hay aquí lugar para desarrollar –a las cuales me aproximé en el ensayo «Elogio de la Academia y crisis de la enseñanza»-, el sistema educativo ha estado en gran medida fuera del mercado casi desde siempre. Anticipo por lo tanto, acaso para asombro de algunos, que cuando hablo de mercantilización no me estoy refiriendo al debate entre enseñanza pública y privada concertada, sino a algo mucho más complejo y que le trasciende de lleno.

Me explico. El auténtico problema de nuestro sistema educativo no es actualmente el espurio debate pública/privada (concertada o no concertada), sino la mercantilización del sistema educativo. Es decir, su subyugación a las leyes del mercado y la consiguiente mercantilización de todos aquellos aspectos del sistema educativo que sean mercantilizables; y su estar a disposición de estor requisitos del mercado, más allá de cualquier razón académica o pedagógica, o del carácter público o privado del centro. Otra cosa es que a la privada ya le parezca bien, y que en la  pública haya imbéciles que también, pero esto es accesorio.

Y como cuando la fiebre del oro movía a gentes de toda laya y jaez hacia el soñado enriquecimiento, así propició la campanada de salida que fue la LOGSE, el crecimiento y multiplicación progresivo alrededor del mundo educativo de una variopinta fauna de figuras que van desde «expertos» auditores a agencias de evaluación del profesorado, defensores de la educación basada en la «inteligencia» emocional a la fascinación por las nuevas tecnologías que tan rienda suelta parece que le dan… y siempre, siempre, un denominador común: la realización de un negocio y obtención de beneficio en la consideración del sistema educativo como un sector a disposición de esta exigencia y hasta como agente activador de la economía –y de su pecunio particular- dentro de las más estrictas reglas del «libre» mercado en lo que corresponde a la pieza recién cobrada: a ver quién obtiene más tajada. Ya se sabe, primero los leones, luego las hienas y, al final, las aves carroñeras…

Se me dirá que las editoriales siempre estuvieron allí para hacer negocio, que la Iglesia lo vio también siempre como una inversión tan mercantilista como pueda serlo un fondo de pensiones, que siempre hubo viajes de fin de estudios que permitían cuadrar los número a ciertas agencias de viajes menesterosas, que siempre hubo algún tipo de homologación externa de los centros escolares y esquivos personajes que pululaban «por ahí» sin que se supiera muy bien cuál era su función, o que había que gastarse la pasta fomentando la modernización que supone el dominio de las nuevas tecnologías…

Pero uno sigue pensando que una cosa es todo lo dicho en el párrafo anterior, o más que podría añadir, y otra muy distinta que haya que hacer semanas blancas para que las estaciones de esquí cubran gastos en las épocas más bajas, viajes fin de estudios para que las agencias de viajes subsistan, libros –digitales o no- modificados groseramente curso a curso para que no sirvan para los hermanos menores y las editoriales sigan ganándose la vida, auditorías externas para que puedan existir empresas privadas destinadas a tal efecto, que los suspendidos en oposiciones puedan acreditar su Master supervisando a los que las aprobaron, o comprar tropecientos mil portátiles para que conocidas marcas se saquen de encima equipos obsoletos a precios de última generación.

Es posible que alguien pueda pensar que estoy diciendo lo mismo en el penúltimo párrafo que en el antepenúltimo, acaso sólo con diferencias de matiz. Si alguien lo piensa así, lo lamento: no podremos ponernos de acuerdo. Porque yo pienso que sí hay una diferencia substancial: la que va de considerar algo en su condición de medio para el fin establecido, a considerarlo como un fin que no se agota en sí mismo, o lo que es lo mismo, como un medio supeditado a finalidades extrínsecas a su objetivo, supeditado a otros fines.

Y esto último es lo que pienso que está ocurriendo con la mercantilización del sistema educativo. ¿La prueba de esto? Que a casi nadie le importa ya el fin que el sistema educativo había tenido tradicionalmente encomendado: la transmisión de conocimientos.

(Continuará… tal vez)

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