dimecres, 23 d’abril del 2014

RESUELTO EL ENIGMA DE LA MÁSCARA DE HIERRO



Está bien el método ese que sugiere Pep Mayolas para llegar a la conclusión según la cual Erasmo era catalán e hijo de Colón. "Leer entre líneas", nos dice, y "no creer según qué". Bien, por algo hay que empezar. He visto la «obra» hoy en unas cuantas librerías, ubicada ni más ni menos que en la sección de «Història de Catalunya», donde la había, o simplemente en la de «Historia». Por lo tanto, el rigor académico se le supone. Y me ha dado envidia. Sí, lo reconozco. Así que yo también voy a aportar mi granito de arena a la nueva historia. Y adoptaré el mismo método.

Lo de "leer entre líneas" no sé, novato como soy en el «método», si consiste en las anotaciones a mano que autores y lectores acostumbraban a hacer en sus libros cuando el papel era escaso y los blocs de notas inexistentes, que es de donde proviene la expresión, o bien habría que entenderlo en el sentido más moderno, que debió adoptarse cuando tal actividad dejó de practicarse, ya fuera porque la gente tuviera la libreta al lado, porque no tomara notas o, más probablemente, porque no leyera. En este segundo sentido he de entender, si es al que se refiere nuestro «investigador», que consiste en leer lo que no se dice. Es decir, en echarle imaginación al asunto. Lo dicen los pedabobos modernos, hay que tener creatividad.

Modestamente, voy a demostrar por mi parte como, aplicando este método, se puede llegar a desvelar, ni más ni menos, uno de los más grandes enigmas de la historia. La identidad del prisionero de la máscara de hierro. Mi hipótesis es que se trataba de Pau Claris (1586-1641?), el canónigo que, a la sazón, fue presidente de la Generalitat de Cataluña los primeros dos años de la Guerra dels Segadors (1640-1652). Sigo con mi nuevo método, leer entre líneas y no creer según qué.

Según la historia oficial castellano-francesa, Pau Claris murió en 1641. Pero no es cierto. Fue secuestrado por los jesuitas franceses, al servicio de los jesuitas españoles, que lo estaban a su vez del conde-duque de Olivares. Para ello, hay que entender antes la situación que se había creado con el nombramiento de Luis XIII como conde de Barcelona.

El rey de Francia estaba a punto de morirse, y la situación que iba a producirse hay que saber leerla entre líneas. Richelieu, el primer ministro, estaba también achacoso y a punto de cascarla; el heredero tenía sólo cuatro años. Los jesuitas conspiraban, la guerra contra los Austrias se alargaba, y hacía falta un hombre de estado que se hiciera cargo de los destinos de Francia. En realidad, Richelieu se fijó en Claris para sucederle. Pero cuando Olivares se enteró, puso en marcha los servicios secretos de los jesuitas  para impedirlo. Y puso toda la carne en el asador; España prefirió perder la guerra a que un catalán fuera primer ministro de Francia (Han pasado cuatrocientos años hasta que otro catalán lo haya conseguido).

Convencido Richelieu que su sucesor tenía que ser Pau Claris, éste fue llamado a Francia y, con este motivo, abandonó Barcelona de viaje a París. Pero al hacer parada y fonda en una población del Bajo Loira, los sicarios de los jesuitas franceses, capitaneados por un supuesto guardia con nombre de queso suizo y un tajo en el rostro, lo secuestraron y nunca más se supo. Richelieu murió poco después, en 1642, asesinado por los mismos sicarios de los jesuitas, que pusieron en su lugar a Mazarino.

Todo esto se le ha escamoteado a la historia, pero hay más. Los únicos que estaban en el secreto eran el general de los jesuitas, Mazarino y Olivares. ¿Qué hacer con el secuestrado Pau Claris? Se decidió encerrarlo en la Bastilla con una máscara de hierro, que llevó hasta su muerte, a los 81 años, en 1667. Para Mazarino se había convertido en una cuestión de estado. Quemó la documentación -legible entre líneas- que acreditaba el nombramiento de Claris como primer ministro, firmado por Luis XIII, precipitó la muerte del rey dándole a ingerir unas ostras putrefactas que el pobre monarca se zampó convencido de que eran afrodisíacas y planificó la gran ocultación de la verdad.

Como entre el populacho corrían rumores, se inventaron varias patrañas con el fin de confundir el buen natural del pueblo: que si Fouquet, que si un hermano gemelo del rey... Subterfugios para desviar la atención. La verdad la sabemos gracias a Alejandro Dumas.

El personaje que aparece en la primera parte de los tres mosqueteros con el nombre de Rochefort -el de la cicatriz- era en realidad un espía catalán botifler, al servicio de Olivares, natural de «Rocafort» de Queral, un pueblo de Tarragona; de ahí el afrancesamiento de su nombre, transmutado en queso, dándonos así una pista clarísima. El incidente de la posada en Meüng es, evidentemente, la metáfora del secuestro.

Pero hay más, mucho más. En realidad, las revelaciones definitivas las obtenemos en la tercera entrega de la saga de "Los Tres Mosqueteros", conocida como "El Vizconde de Bragelonne". Dumas, mulato  hijo de esclava, quiso vengarse del desprecio de sus arrogantes coetáneos desvelando la verdad, pero eso sí, aunque hubieran pasado doscientos años, seguía siendo un secreto de estado y tenía que velar por su seguridad. Por eso nos lo describió en clave. Pero leyendo entre líneas se ve claro.

El nombre de Bragelonne evoca claramente Barcelona. Basta con invertir el orden de las dos segundas letras, substituir la "g" (de golfo) por la "c" (de capullo) y el enigma se desvela en toda su magnitud: Bargelonne, que evidentemente, es Barcelona. Como es bien sabido, los franceses tienen un especial afecto por la "g", así que la cosa está clara.

Lo de "vizconde" es otra pista que nos da Dumas. Está claro que la máxima autoridad catalana era el "conde" de Barcelona, cuyo título ostentaba el rey de España, pero Pau Claris, durante la "Guerra dels Segadors", ofreció dicho título al rey de Francia, por entonces Luis XIII. Si el conde de Barcelona era Luis XIII, su nuevo primer ministro iba a ser metafóricamente el vizconde. Lo dicho, sólo hay que leer entre líneas.

En el vizconde de Bragelonne, Dumas escribió dos novelas, la que se lee en sus, por cierto, innúmeras líneas, y la que se lee «entre» líneas. En una, la máscara de hierro es el hermano del rey, pero en el propio desarrollo y desenlace de la trama nos está diciendo que no nos lo creamos. Un individuo que desde su nacimiento ha estado en la Bastilla con una máscara de hierro no puede comportarse como un refinado monarca como lo hace cuando Aramis y Porthos pegan el cambiazo. Eso es lo que nos está diciendo, que leamos entre líneas. Otra pista, ésta definitiva, Aramis era el general de los jesuitas, estaba en el secreto, por lo tanto...

Todo esto son conclusiones obtenidas gracias a la utilización del método  consistente, según las aserciones de su inventor, en leer entre líneas y no creer según qué. Porque hay más, Dumas es una mina: el conde de Montecristo era en realidad el alter ego del timbaler del Bruc. Y para los escépticos ¿Cómo empieza la novela? ¿Acaso no es con la descripción del barrio de los catalanes en Marsella? ¿Y me van a decir que esto es casualidad?

Hay más, mucho más, pero esperaré a que alguien me subvencione el libro entero, a ver si me gano la vida de una vez. Porque investigar es costoso, muy costoso. ¿O acaso alguien piensa que me lo he inventado y no es el resultado de muchos años de arduo trabajo de investigación contra los que nos quieren escamotear la historia?
Pues eso. Ahí queda el bodrio. Con perdón.

2 comentaris:

  1. Impagable aportación a la Historia Nacional de Cataluña.

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  2. Querido Xavier, tu artículo es una joya y, en mi modesta opinión, después del relato-espejo por antonomasia de la lengua castellana, aquel que escribió un dios literario llamado Cervantes y que narraba las aventuras de un caballero supuestamente manchego (tal y como va ésto ahora ya no sé si decir catalán), este de aquí arriba es el mejor tratado sobre la majadería y el botaratismo que he tenido ocasión de leer en mucho tiempo. ¿Sabes lo mejor del asunto? Que como lo lean el Mayolas y demás secuaces les va a estallar el cerebro tratando de decidir si tu tesis es cierta o no. Aprovecha para reirte todo lo que puedas, que dicen que la risa es sumamente terapéutica. Así que pégate una buena dosis de vitaminas hilarantes y un subidón de recochineo. Yo ya lo he hecho. El efecto secundario es que no todavía no he logrado parar de reir... Un saludo y gracias por alegrarme la mañana.

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