dilluns, 3 de març del 2014

FUNES Y EL LORO (¿MEMORIA O INTELIGENCIA? II de III



El genial Borges nos brindó en su inolvidable «Funes el memorioso» una maravillosa fabulación sobre la memoria que, pienso yo, debería ser de lectura obligatoria en el Bachillerato. Resulta que el tal Ireneo Funes dispone de una memoria tan excepcional que, para él, recordar un día de su vida le lleva 24 horas. Funes vive postrado en un camastro como consecuencia de una caída de caballo que le había dejado paralítico y que, a su vez, pudo ser la causa de tan colosal memoria. Y trata de entretenerse fabulando con ella de manera algo extravagante.
Una vez, Funes trató de elaborar un sistema numérico propio, en el cual «el negro Timoteo» era el 23437, y «la locomotora», pongamos por caso, el 39271... Y así. Al cabo de un tiempo abandonó su proyecto ante lo inconmensurable de la tarea que se había propuesto. Cuando el narrador -el propio Borges- trata de convencerle de lo absurdo de tal sistema numérico, entre otras razones porque no es un sistema, sino más bien todo lo contrario, obtuvo por respuesta una mueca de indiferencia. Para Ireneo Funes, la nube de hacía cinco minutos no era la misma que la de ahora, ni el perro de ayer era el de hoy, ni cualquiera de nosotros el mismo de un minuto antes. Aquello que en los demás es imperceptible, no lo era para Funes. Su sistema neurosensorial era probablemente el mismo que el del resto, pero en él toda la información permanecía fatalmente retenida sin que pudiera realizar las operaciones intelectuales propias de la mente humana, de la cual salen constructos teóricos como el sistema numérico... o los propios conceptos. Vamos, las operaciones propias de la inteligencia.
A primera vista, el ejemplo de Funes podría parecer una prueba fehaciente de que la memoria no sirve para nada... claro, si no hay capacidad de abstracción. "No creo que fuera muy capaz de pensar" afirma el autor, porque pensar es abstraer, es suprimir la diferencia. Y eso Funes no lo sabía hacer.
Para Funes, relatarle a alguien «Ana Karenina» no podía consistir en otra cosa que en la declamación de la obra entera. Para los humanos no es así. No podemos recordar de memoria la obra entera, por cierto, como lo hacían los antiguos aedos con la «Ilíada», pero podemos entender su trama, su desarrollo y su desenlace. Pero para ello hemos de recordar algo, no todo, sin duda, pero sí lo «esencial». Y eso es memoria. Es nuestra memoria.
En una obra mucho más ligera, pero a la vez extraordinariamente simpática, nos topamos con algo parecido, pero en otro ámbito. Se trata de «El teorema del loro», de Denis Guedj.
Un viejo matemático que vive en una recóndita mansión en la selva del Amazonas, ha conseguido el objetivo de su vida: la demostración del teorema de Fermat. Sabe que hay obscuros poderes que se quieren hacer con ella y que su propia vida está en peligro. Antes de su muerte, para preservar su descubrimiento, hace que su loro favorito memorice la demostración y lo envía, sin informar de ello, a un viejo amigo suyo en Paris, al que no veía desde los tiempos  de la Sorbona de los años treinta. Estamos a finales de los noventa...
Después de sucesivos avatares en forma de persecuciones y asesinatos por mor de un loro que todo el mundo supone que encierra un secreto, pero que sólo una persona sabe cuál es -otro antiguo compañero, convertido en mafioso y que codicia el secreto-, el loro acaba de nuevo liberado en la selva del Amazonas, esta vez en una memorable escena con la que finaliza el libro: en plena jungla, rodeado de congéneres con los cuales, en coro, recitan de memoria una de las demostraciones más buscadas de toda la historia de las matemáticas. Pero ninguno entiende nada. Y en realidad la demostración se ha perdido irremisiblemente. Porque no hay sujeto cognoscente para entenderlo.


2 comentaris:

  1. Sublime, Xavier. Pero, si me lo permites, te pregunto desilusionado, ¿crees que quien tú y yo sabemos será capaz de entender algo de todas las perlas que se esconden tras este artículo? Sin una enorme base literaria y filosófica previa, lo dudo. Y no parecen, ninguna de ambas, cualidades atribuibles al interfecto.
    Gracias por la lección "magistral", maestro.

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  2. Gracias una vez más, Manolo, por tan gratos como inmerecidos elogios. No sé, respondiendo a tu pregunta, si quien esté en una posición contraria entenderá estas reflexiones. Porque para entender hace falta un requisito "sine qua non", estar dispuesto a replantearse uno sus propias posiciones a partir de la información que se vaya adquiriendo. Y aquí, en el fondo, lo único que subyace al debate es la tópica afirmación que a los adolescentes no les interesan los logaritmos, Descartes o "La montaña mágica", simplemente porque no le ven ninguna utilidad. Y "ellos" proclaman que sí se las ofrecen con cuatro banalidades que niegan ni más ni menos que la propia esencia de la civilización. Vendedores de humo... Un humo que produce luego una espesa niebla en la cual todos los gatos, menos unos pocos, son pardos. Porque de eso es de lo que se trata.

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