dilluns, 24 de març del 2014

SUÁREZ

 

Pasará a la historia como el hombre que trajo la democracia. En su momento se le tildó de «traidor» -al régimen del que provenía-, «advenedizo» -falto de ideología y ebrio de poder-, «tahúr del Mississippi» -por sus supuestas truculencias- el «Kerensky español» -desde  cavernas hoy muy aireadas y luminosas- y otras lindezas que, de citarse, alargarían este post hasta el infinito. Hoy todos, empezando por sus más acérrimos críticos, le consideran un hombre de estado.
Puede que Suárez acabara convirtiéndose en un demócrata de verdad, y acaso por eso le echaran. Una vez en los anaqueles de la historia, cuando ya no podía ser un estorbo para nadie, los vituperios devinieron elogios. Quizás su error fue pretender seguir en política cuando su tiempo había pasado.
Ante una oposición impotente y en un país que desde 1939 estaba ocupado por su propio ejército, la transición a la democracia se diseñó y se realizó desde sectores del régimen franquista que comprendieron, no sólo la inviabilidad de proseguir con una dictadura anacrónica que cada vez se parecía más a una caricatura de sí misma, sino también la conveniencia y la plausibilidad de que, dirigiendo este proceso, ciertas cosas quedaran a debido resguardo. Y este es el papel que se le encomendó. Y lo llevó a cabo. Cuando sus servicios dejaron de ser necesarios, se prescindió de él.
Siempre he pensado que algunos de los defectos de fabricación de la democracia española se deben, no tanto a que el proceso fuera diseñado y tutelado desde sectores del propio régimen tardo franquista más o menos contemporizadores, sino también, y sobre todo, a la impotencia de una oposición que, con la excepción del PCE, era prácticamente inexistente y remitida a lo que hoy llamaríamos meramente virtual.
En este sentido, Suárez sí supo conectar con una realidad sociológica chabacana como la española del tardofranquismo, más interesada en la legalización de las películas de destape que en una participación ciudadana activa y responsable en una democracia «democráticamente» vertebrada. No lo digo como demérito, sino más bien como todo lo contrario. Lo que se ha llamado el franquismo sociológico no sólo era hegemónico en la España de los setenta, sino que se transmutó en democratismo liviano, puramente estético y donde la narcosis social  persistió en toda su zafiedad, eso sí, sin menoscabo de las preceptivas terapias lampedusianas que le iban a proporcionar una pátina más presentable. Vamos, como un tratamiento anti caspa simplemente paliativo, pero no curativo. Aún hoy persiste.
El PSOE contaba cuando el congreso de Suresnes (octubre de 1974) con apenas 2500 militantes en toda España, y ello contando las cuotas presuntamente «fantasmas» que, a raíz el «Pacto del Betis», dieron en dicho congreso la victoria a los «renovadores» de Felipe González. Seis años después, en 1980, afirmaba tener doscientos mil. ¿Partido político o agencia de colocación?
La UCD, por su parte, fue una malgama concebida para gobernar la transición, pero el coche oficial tira mucho y crea apego. Cuando vieron que perdían el poder echaron a su jefe e implosionaron. ¿Alguien se acuerda de cuántos ilustres nombres se pasaron con armas y bagajes al encantado de haberse conocido PSOE de Felipe González? ¿O a la troglodita AP de Fraga y su gerontocracia caudillista?
Sí, claro, todos ellos, unos y otros, demócratas de toda la vida ¿Quién podría dudarlo?
Me contó en cierta ocasión un antiguo profesor mío que, hallándose en Alemania becado para ampliar sus estudios de filosofía, se alojaba en la casa de un colega suyo alemán. Estamos en el año setenta y siete o setenta y ocho, cuando tras la muerte de Franco, toda Europa miraba a España con la incógnita de qué iba a pasar. El primer día en Alemania, en la sobremesa posterior a la cena, el alemán le preguntó por la situación en España, que cómo veía él la cosa y, más concretamente, si seguía habiendo sectores franquistas importantes entre la población. Algo socarrón como era, el otro le respondió que, bueno, a ver... la cosa era relativamente sencilla, en España, el día antes de la muerte de Franco todo el mundo era franquista, al día siguiente de su muerte, nadie. "¡Fíjate! ¡como aquí!", exclamó la esposa del alemán desde la cocina...
Es posible que Suárez fuera un demócrata más sincero que muchos otros. En verdad, no lo sé. Sí lo sé, en cambio, de los que tanto le criticaron. Aquellos polvos trajeron esos lodos. Eso sí, se ha llevado algunos secretos a la tumba. ¿Quién le echó? ¿Qué y quién hubo detrás del 23-F? 
Descanse en paz.

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