Cuando
el conflicto es político y no jurídico, en la medida que lo segundo cuelga de
lo primero, la lógica de la aplicación de la ley lleva inexorablemente hasta lo
que ha llevado hoy. Mucho me temo que el gobierno español no ha entendido nada
de nada. Porque hoy no se acaba un determinado proceso, sino que precisamente
empieza su siguiente fase y en el escenario que deseaban los dirigentes
independentistas, que han provocado el error forzado del contrario, víctima de
sus propias incompetencias. Esto irá a más, y es muy posible que se produzca
una ulsterización de Cataluña cuyos costes serán insostenibles y tarde o
temprano, si se persiste con tal torpeza y acaso controlado por los cascos
azules, habrá un referéndum y lo ganarán los independentistas.
El
regalo que el gobierno español le ha hecho hoy al «procés» al servirle en
bandeja lo que sus dirigentes perseguían, esto es, el enrarecimiento de la
situación y la radicalización que conllevará, verdaderamente no tiene precio.
Es difícil ser más inepto. Sí, es verdad, desde la lógica del derecho y del
imperio de la ley, el Estado no tenía otra alternativa, sobre todo después de
las bravatas que ambos bandos habían entrecruzado. Pero esta ha sido
precisamente su equivocación, haber llegado a la inevitabilidad del error
forzado por haber persistido en lo jurídico y no haber querido entender la
auténtica raíz política del problema, o acaso no haber podido entenderla
haciendo gala de sus evidentes limitaciones políticas e intelectuales. Se podrá
decir que la actuación policial ha sido brutal, para unos, o proporcionada,
para otros, según, claro, el bando en que cada cual esté. A mí me parece que ha
sido una sobreactuación chulesca e ineficaz.
Chulesca
porque aun sabiendo que la cosa iba de sobreactuaciones, y que iba a suscitar
similares reacciones tanto si la guardia civil acudía para ayudar a las
ancianitas a cruzar la calle como si entraban los tanques por la Diagonal, se
optó por la arrogancia y la altivez. Ineficaz porque no ha conseguido su
propósito de detener el referéndum; la Generalitat dirá exactamente lo mismo y
dará los mismos datos que hubiera dado en caso de que no hubiera habido acción
policial y lo venderá como un esforzada victoria aún más enaltecida por las dificultades
superadas. Y además se ha encrespado a una buena parte de la población que, en
principio, se sentía ajena y hasta contraria al referéndum por la forma como se
había organizado, tan parcial, sesgada y sectaria como la propia actuación
policial de hoy.
Hace
cinco años, cuando empezó todo esto, la convocatoria de un referéndum pactado
entre el Estado y la Generalitat, a un par o tres de años vista, previa reforma
de la Constitución si ello era necesario, hubiera arrojado un resultado de
goleada por parte del «unionismo». No sólo así lo indicaban las encuestas,
también se palpaba. Y se hubiera acabado el problema. Hoy ya no está tan claro,
y a poco que se siga por esta línea, lo que estará claro es que para cuando se
celebre, la goleada correrá a cargo del independentismo. Lo dicho, es difícil
ser más incompetente. El independentismo está a punto de llegar al escenario
que anhelaba y que sólo la estupidez del contrario podía brindarle.
Porque lo de hoy ha sido
mucho peor que una reacción proporcionada o brutal. Ha sido caer en la trampa;
ha sido, simplemente, un terrible error. Y los errores se pagan.
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