dimarts, 3 d’octubre del 2017

La ley de los hechos y los hechos de la ley


La ley solo rige si su depositario legítimo está en condiciones de hacerla cumplir efectivamente, de lo contrario, es papel mojado. Si el gobierno, como era su obligación, sabía que no estaba en situación de impedir el referéndum, al menos en los términos hasta los cuales le podía parecer razonable llegar, entonces, y como comentaba Gregorio Luri respondiendo a un seguidor discrepante en su (excelente) «Palos de ciego en Cataluña», alguien mandó a la Policía Nacional a una misión que no podía tener éxito.

Y claro, pasó lo que pasó. Mucho más hábil en agit-prop y comunicación, la Generalitat reivindicó como éxito «democrático» y participativo un referéndum bananero, de parte y sin las menores garantías, consiguiendo que las primeras planas de los principales periódicos internacionales se centraran en la violencia ejercida por la policía española frente a un pueblo que sólo quería «votar». Con ello se le proporcionó al independentismo la foto que deseaba, rápidamente utilizada como coartada para para revestirse de una legitimidad de la que carece por completo.

El gobierno de Rajoy, por su parte, solo supo añadir a un guion que había caducado a primeras horas de la mañana del domingo, el recurrente relato de la puñalada por la espalda. Y los traidores, claro, fueron los Mossos. Sorprende, en cambio, como nos indicaba Ignacio Escolar, que de los 319 colegios electorales cerrados –un exiguo 14% del total, muy poco para tanta aparatosidad-, los Mossos clausuraran 227, frente a los 92 de la Policía Nacional y Guardia Civil juntas. Un dato para pensar. Que cada cual lo interprete como Dios le de a entender.

Si resulta, en cambio, que el gobierno desconocía las dificultades con que iba a topar y, consiguientemente, que con los recursos que estaba asignando iba a fracasar, entonces es que estamos ante una cuadrilla de ineptos cuya incompetencia les inhabilita para las responsabilidades que ejercen. Porque elementos para conocer la realidad catalana, los tienen sobrados y de todo tipo. Y si, volviendo a lo anterior, eran conscientes de lo que se iban a encontrar, entonces a su torpeza cabe añadir una irresponsabilidad solo comparable a la de sus pares independentistas.

Y esta torpeza comunicativa y política prosigue sin solución de continuidad. Ahora resulta que quien se oponga o manifieste su rechazo a la violencia policial del domingo, es que está comprando el relato independentista. Una absoluta falsedad que no es sino otro regalo al independentismo, que ha monopolizado la jornada de protesta contra la violencia policial instrumentalizándola como una nueva prueba de fuerza independentista.

Una prueba de fuerza que, por otra parte, consiste ni más ni menos que en un lock-out, es decir, según sus propias palabras «cerrar el país» mediante el «ordeno y mando». Es también una prueba de que éstos, como los otros, desconocen por igual sus límites. Porque es un absurdo autorreferencial. Que un gobierno –nacional, regional, autónomo o lo que sea- convoque una huelga general contra otro gobierno y cierre sin más, es un sinsentido. Porque al «otro» gobierno, esto sí que le deja más o menos indiferente. Hoy no irán a trabajar los funcionarios, sean o no independentistas. Y los sumarán a todos, claro. Una suma irreal concebida para invocar una victoria irreal contra un enemigo que, ¡oh sorpresa!, no resulta ser sino uno mismo.  

Porque de haber sido una huelga en regla convocada legalmente por sindicatos –que son quienes convocan las huelgas según la ley-, con sus correspondientes descuentos salariales, el seguimiento hubiera sido mínimo incluso con el rechazo generalizado que provocó la intervención policial del domingo. Y lo mismo que con el gobierno de Rajoy al sacar a la policía, si el de Puigdemont sabe esto, está incurriendo en una temeridad e irresponsabilidad culpables sin paliativos. Y si no lo sabe, entonces es que son una cuadrilla de orates fanatizados. Sea lo que sea, tenemos hoy un lock-out con estética huelguística bajo el neologismo «cierre de país». El discurso de la posverdad al borde mismo de sus límites.

Decía Aristóteles en su «Política» que las revoluciones se producen por la torpeza de los gobernantes. Mal augurio, estamos en manos de torpes, sin que sirva de consuelo que la incompetencia esté tan bien repartida entre uno y otro bando; al contrario, en esto consiste precisamente la tragedia. ¿Quién será el próximo en cagarla?
Tiempos de lógicas muy perversas, los que estamos viviendo.

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